Pocas cosas sorprenden ya en Chiquipark; pero he de reconocer que enarqué una ceja al enterarme de que el pregonero de las fiestas de la Mercè atacaba a los ciudadanos catalanes que prefieren hablar el castellano, tildándolos de “inadaptados”. Son la mayoría, pero no son capaces de adaptarse a la minoría.

Ahora bien, el pregonero de este año resulta que es, profesionalmente, un payaso. Un payaso de estilo tradicional y ya trasnochado pero eterno: un ser algo patético, maquillado, con el pelo de colores, con su nariz roja, con su desafinado acordeón infantil que sostiene con manos de guantes rotos; payaso calzado con zapatones; y en la muñeca, un reloj despertador…

Esa figura para algunos es siniestra y repugnante; y para otros, especialmente para algunos niños, supongo que entrañable y cómica. Tiene algo de depravadamente sexual. En cualquier caso, no representa precisamente un ideal de adaptación a la sociedad. Más bien lo contrario.

El payaso es, por definición, un excéntrico, el outsider que no vive ni viste acorde con las convenciones sociales sino según reglas particulares, un tanto delirantes y pueriles. En general se supone que su función es aullar, lanzar risotadas, hablar a gritos… caerse de las sillas y hacer reír al público. Hasta ahora no se le suponía autoridad intelectual o política para decirle a la gente en qué idioma debe hablar. Y menos para reprenderla tachándola de inadaptada.

Pero en el Chiquipark en que nuestro hábitat se ha convertido, es incluso natural que el pregonero de la ciudad, el portavoz del ayuntamiento y de sus valores y opiniones, sea, exactamente… un payaso; y no solo un payaso sino un payaso que se jacta de estar bien adaptado, integrado, en la sociedad un payaso con vara de mando; un payaso que da lecciones de integración.

Aunque bien pensado, un sujeto que se hace llamar “Tortell” es un paradigma de la adaptación, de la integración y hasta del integrismo pues no hay cosa más burguesa y sumisa que el tortell del diumenge. El pastel del domingo. 

En cuanto a la poltrona… mejor no hablar.

Leímos el otro día un artículo de Albano Dante Fachín, un argentino supuestamente izquierdista, que se ha adaptado muy bien a España, donde llamaba al socialista Jaume Collboni “sucio”, “deshonesto”, “carallot” y… y también le llamaba “inadaptado”.

Vaya, pensé; el señor Collboni, cuyo nombre y apellido lo define como inequívocamente catalán, está siendo desplazado, expulsado del canon local, y reducido a la categoría de inadaptado, inadaptado a la realidad catalana, por un señor argentino de nombre y apellidos algo raros: “Albano” seguramente se lo pusieron sus padres por algo relativo a Albania, país muy lejano de Argentina, quizá son originarios de allí. Ya que no creo que le pusieran “Albano” por homenaje al marido de Romina Power, por bien que cante.

El segundo nombre, “Dante”, se lo debieron de poner como homenaje al poeta italiano del siglo XIII, a cuya grandeza --seamos francos, ¿a qué engañarse?-- ni en sueños se podría acercar, ni él ni nadie.

Y, finalmente, “Fachín” no requiere ulterior explicación: alude a “fachada”. A “fachoso”. A “facha”.

Así que “Albano Dante Fachín” cruza el Atlántico para aterrizar en Barcelona y acusar de inadaptado a Jaume Collboni. Caramba. Esto será que Albano ha hecho méritos enormes para adaptarse a la realidad catalana, mientras que por el contrario Collboni, aunque su estirpe le hacía partir con ventaja adaptativa, ahora, por culpa de sus opiniones, se va inadaptando. O sea: Fachín se centra, se adapta, se integra en el círculo mágico de la sardana, mientras Collboni está a punto de ser residual, expulsado, marginal, raro.

¡Inadaptado!

Como dice el refrán catalán, Hostes vingueren que de casa ens tragueren.

O como dice el tango, ¡Garufa! ¡Mirá que sos divertido!

Aunque resulta que Collboni ya está asentado en el Ayuntamiento de Barcelona, deliciosamente integrado y bien adaptado, y en cambio Fachín va como un tarambana sin rumbo fijo, cambiando de partido y de simpatías, rondando a unos y a otros, infructuosamente; incluso su mujer, la enfermera Marta, fundadora de la revista Café con leche, se ha colocado o adaptado a las mil maravillas al Congreso de los Diputados, mientras Fachín sigue, desde Argentina a España pasando por Albania, política y económicamente inadaptado.  

Ahora bien: esto no debería preocuparle: hasta que los gregarios, los masivos, los nacionalistas como él, los que arruinaron Albania y Argentina, han convertido la condición de inadaptado en oprobiosa, ésta era muy digna y merecedora de comprensión e incluso de simpatía.

A diferencia de Tortell y de Fachín, nosotros veíamos en el inadaptado a un espíritu libre, que anunciaba cosas mejores que el gregarismo. Al inadaptado incluso había que ampararlo. Nos hacía pensar en qué era lo que no funciona, ni siquiera cuando todo lo demás parece que funciona a las mil maravillas.

Inadaptado era James Dean en Rebelde sin causa, y bien que gustaba a hombres, mujeres y gays.

Inadaptado era Georges Brassens, proclamando que “en la fiesta nacional, yo me quedo en la cama igual”, mientras los adaptados desfilaban bajo los estandartes fachinos.

Dylan lo resumió en dos versos : Everybody´s asking why he couldn’t adjust. /Adjust to what? A dream that bust?”.

O sea: “Todo el mundo se pregunta por qué no era capaz de adaptarse. / ¿Adaptarse a qué? ¿A un sueño en ruinas?”.