El gran momento de Manuel Valls

Ignacio Vidal-Folch
7 min

Mi corazón sangra por todos los patriotas catalanes y columnistas financiados por el FRG (Fondo de Ratas de la Generalitat) que estos días se tiran de los pelos y sueltan espumarajos de rabia porque a su candidato, el Tete Maragall, le han dado con la puerta de la alcaldía en las narices, y en su lugar sigue sosteniendo la vara --eso sí: con temblorosa mano y haciendo mohines de pena y de disgusto, la muy hipocritona-- la señora Colau. Y lo que más rabia les da es que el portazo al Tete se lo haya dado Manuel Valls. Confío en que la ruptura, anunciada ayer, entre Valls y Ciudadanos, les consuele un poco, que se unten con esa pomada que los alemanes llaman Schadenfreude –alegría por el mal ajeno-- las llagas de la pérdida, o mejor dicho de la no conquista, de la capital de la no república.

Recapitulemos. Durante toda la campaña, el Tete le estuvo diciendo insistentemente a Colau, con sus notorios malos modos, con su impaciencia de señorito contrariado por la ordinariez de su sirvienta y su contumacia en el error, lo que se podría traducir en estas palabras:

“Mira, Ada, si traicioné a mis camaradas del PSC cuando se encontraban en sus horas más bajas fue para algo; y para algo les insulto a diario; y para algo mis nuevos jefes decapitaron a Bosch y me han puesto a mí en su lugar; y para algo me paso el día agitando la estelada y desacreditando la democracia española que tan bien me ha dado de comer durante toda la vida, ya en Barcelona, ya en Bruselas; y sobre todo, sobre todo, para algo me llamo Maragall. En realidad ese es mi mayor, no, mi único mérito: mi apellido. Así que quítate tú pa ponerme yo, que para eso tú eres de barrio, y yo de Sant Gervasi”.

Ni por esas. Sigue de califa la llorona Colau, y en principio por cuatro años más, aunque el tiempo en política y en todos los órdenes, tanto en España como en todo el mundo, se ha precipitado de una forma vertiginosa, los acontecimientos son imprevisibles y cuatro años es una eternidad que cabe en un microsegundo.

Aun así, Ô temps! suspends ton vol, et vous, heures propices! / Suspendez votre cours: / Laissez-nous savourer les rapides délices / Des plus beaux de nos jours!” (Oh tiempo, suspende el vuelo, y vosotras, horas propicias, suspended el paso. Dejadnos saborear las fugaces delicias de nuestros días más bellos). En la miseria de la política catalana no es exacto que estos sean nuestros días más bellos, pero este agridulce episodio –el asalto de ERC al Ayuntamiento de Barcelona frustrado en el último momento, seguido de la ruptura entre Ciudadanos y Valls— merece alguna consideración.

Viene a propósito, creo yo, citar Le lac de Lamartine, gloria y prez de la literatura francesa, porque si Barcelona no ha caído en manos de ERC es mérito del ex primer ministro de Francia Manuel Valls, al ceder supuestamente de forma gratuita sus votos a Colau para que siga gobernando la ciudad pero ahora a medias con los socialistas, que es de suponer --pues Collboni es un hombre con mucho sentido común-- que frenarán algunos de sus demasiado reiterados disparates. Solo con esto ya queda de sobras justificada la campaña de Valls. Él no se engaña sobre la gesticulación populista, la inoperancia y las limitaciones intelectuales de quien se define como “ni independentista ni antiindependentista ni equidistante”, pero, a diferencia de la mayoría de nuestros políticos, Valls concibe la función pública como un compromiso de responsabilidad con la razón, sin el cual es difícil mantener cierta dignidad.

Convicción de la que ha dado repetidas muestras en momentos puntuales, tanto triviales como trascendentes, desde que desembarcó en Barcelona con el propósito de poner un poco de madurez en el infantilismo sentimental de nuestra escena pública. Y desde luego que un ejercicio de madurez, cuando no puedes elegir lo mejor y ni siquiera lo bueno, es escoger entre dos males el menor.

Como viene de una cultura política seria, donde tanto los hechos como las palabras tienen peso, su negativa a dejar pasar los desafueros y los abusos como si fueran travesuras sin consecuencia choca y sorprende al respetable público. Así, si el fascismo convierte la noche literaria del premio Nadal en un aquelarre, Valls en vez de encogerse de hombros como hacíamos todos manifiesta claramente su desagrado. Si Ciudadanos pacta con Vox, él discrepa y avisa en voz alta. Si el Tete promete poner Barcelona al servicio de los golpistas, él negocia hábilmente con sus adversarios para evitarlo. Si Torra le insulta, se niega a estrecharle la mano y le canta las cuarenta. Si Forn va de preso político, Valls le aclara que es otra cosa muy distinta. Etcétera.

En fin, es lamentable y merece consideración, aunque no entraré en ello ahora pues no dispongo de más tiempo para dedicarlo a este asunto, que en un tema tan grave como la alcaldía de Barcelona los líderes de Ciudadanos en vez de respaldar a Valls rompan con él porque preferían, con base en no se sabe qué cálculos peregrinos, que fuera alcalde un fanático de ERC que si hubiéramos de juzgar por su permanente actitud colérica diríamos que está senil y necesita urgentemente ayuda: dosis masivas de sedante, las mismas que habría que recetarle a los del FRG como sigan rabiando y lloriqueando desde sus amarillentas tribunas porque Barcelona en el último minuto se les ha escapado de las manos.

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¿Quién es... Ignacio Vidal-Folch?
Ignacio Vidal-Folch

Por desgracia nací huérfano, ya que mis padres fueron aplastados por un aerolito un par de años antes de que yo naciese. Esta tragedia me obligó a formarme como autodidacta. De joven lavé platos en el Soho, fuí maquinista en un ballenero, croupier en un casino, músico callejero en la estación Sebastopol del metro de París, y dí tres veces la vuelta al mundo como inspector de hoteles para la cadena Savoy. Enriquecido por tantas experiencias volví a Barcelona, donde he publicado varias novelas y libros de relatos y colaboro con el diario El País y las revistas Tiempo, Jot Down y otras.