No es una ñoñería hippiosa observar que ésta es la hora de la mujer, es el tiempo de las mujeres, que, por mil motivos y contra inercias multiseculares, han tomado conciencia de sí mismas, reclaman sus derechos y con razón plantean exigencias que a nuestros abuelos les hubieran parecido caprichos de virago. Bienvenidos al siglo XXI.

En este contexto no es baladí el debate en torno al movimiento de denuncia feminista Me too ("yo también", o sea: yo también he sido acosada, asustada o incluso violada, y yo también me insurjo contra este estado de las cosas, contra la manumisión de la mujer) y el manifiesto de réplica, firmado por un centenar de mujeres y hombres franceses, encabezados por Catherine Millet, autobiógrafa de su propia vida sexual bajo el signo del libertinaje, y por la actriz Catherine Deneuve.

¿Quién tiene razón? Una de dos: O bien, partiendo de la evidencia constatada, estadística, de que un elevadísimo tanto por ciento de las mujeres, en un momento u otro de sus vidas, y a veces repetidamente, son molestadas, humilladas, asustadas y hasta violadas, y a esta dinámica, hasta ahora impune bajo el amparo de la indiferencia general, hay que ponerle de una vez un freno, y en nombre de la equidad y la decencia el Estado debe tomar medidas contundentes...

...o bien en esa denuncia y queja de los abusos del machismo se oculta un victimismo puritano y un prurito de corrección política que a las manifestantes, que al fin y al cabo son privilegiadas actrices de Hollywood, les sirve de hipócrita propaganda personal --ridículos, por ejemplo, son los casos de las pobrecitas Salma Hayek y Uma Thurman--, y que, en caso de imponer, como es probable, sus criterios, serviría sobre todo para reglamentar y reprimir la atracción erótica entre hombres y mujeres y frustrar las alegrías de la aventura, los privilegios de lo casual, de lo imprevisto y lo desvergonzado, que es la sal de la vida.

¿Quién está en lo cierto? ¿Podría ser que ambas posiciones tuvieran algo de verdad?

Las dos posiciones están bien argumentadas. Ambas tienen a su favor razonamientos sólidos. La primera apela a la equidad y a la justicia y a la protección de la mitad atávicamente más desvalida de la humanidad; la segunda, el manifiesto probablemente redactado por la misma señora Millet, quiere proteger los privilegios de la sensualidad y del deseo.

En contrad el movimiento Me too está el hecho de que circule por las redes sociales, que es un terreno cenagoso, propicio al linchamiento, como señala la señora Deneuve; en favor de Me too, el hecho de que haya reunido unos millones de dólares para financiar las demandas de mujeres víctimas de acoso sexual que carecen de recursos para pleitear (alguno de esos millones, dicho sea de paso, podría ser provechosamente invertido en denunciar por violencia doméstica a los maridos de las mujeres árabes que se ven por nuestras calles sometidas al niqab...)

Entonces, ¿qué pensar? ¿Quién está en lo cierto? ¿Podría ser que ambas posiciones tuvieran algo de verdad? Es lo que creo. Y acaso puedo añadir que hay algo sospechoso de impostación, algo desagradable, en la reacción indignada de los que critican el manifiesto de Millet. Pues la indignación es siempre el primer movimiento de la intolerancia, una reacción emocional, prerracional. "¡Cómo puedes sostener eso!".

Bueno, cuando alguien empieza diciendo "lo que es indignante es que...", automáticamente hay que zanjar el debate: pues ya está claro que de ahí no va a salir nada, salvo más indignación, más crispación y acaso histeria.