Mañana miércoles se celebra en la televisión francesa el debate electoral entre Emmanuel Macron, ex ministro de Hollande, y Marine Le Pen, temida adalid del populismo antieuropeo que, según dicen las encuestas y prevén los analistas del país vecino, lleva todas las de perder. Además, ciertas iniciativas de última hora, improvisadas y confusas --como la propuesta de mantener dos monedas, el franco para uso doméstico y el euro para las transacciones internacionales-- seguramente no la están ayudando.

De manera que casi todos dan por hecha la victoria de Macron, sin olvidar que también parecía segura la victoria de Clinton sobre Trump y la derrota del Brexit en el referéndum británico, y de que hay signos de que "Marine" (el apellido se ha borrado a efectos electorales) va recortando día a día la distancia supuestamente insalvable que le separa de su adversario.

Un signo de lo imprevisible que es el voto de los franceses el domingo es la visita que los dos candidatos rindieron la semana pasada a la fábrica que la multinacional Whirlpool tiene en Amiens, con 300 trabajadores. La planta va a cerrar para trasladarse a Polonia, donde disfrutará de un tratamiento fiscal más obsequioso y pagará salarios más bajos: típico episodio de la economía globalizada, sólo una deslocalización más, que lleva la precariedad y el miedo a 300 familias francesas... y esperanza y empleo a 300 familias polacas. Pero éstas no votan en los comicios franceses.

Macron fue más honesto y más valiente, por lo menos no hizo promesas que no pueda cumplir, pero Marine se llevó el gato al agua

Macron fue a visitar la factoría, fue abucheado, resistió bravamente, prometió hacer lo posible para que la fábrica no cierre o aportar alguna alternativa para mantener los empleos, estuvo dialogando con los obreros durante una hora, y logró apaciguar un poco su hostilidad y que le estrechasen la mano cuando se fue.

Marine llegó a Whirlpool, prometió muy seriamente que si el próximo domingo es elegida presidente forzará a la empresa a mantener la sucursal de Amiens, se hizo unos cuantos selfies con los obreros y al cabo de diez minutos se fue, triunfal.

Macron fue más honesto y más valiente, por lo menos no hizo promesas que no pueda cumplir, pero Marine se llevó el gato al agua.

En mayo de 2002, Jacques Chirac barrió a Jean-Marie Le Pen sin permitirle siquiera medirse con él en la televisión. A su hija ya no se la puede someter a un desplante así, y el debate de mañana puede ser decisivo.