El recurso a la cruz como símbolo de una causa política --la liberación de media docena de cautivos que aguardan en prisión preventiva el juicio, en el que probablemente se les condenará a seguir entre rejas durante una larga temporada-- es exagerado, pero ilustrativo. En efecto, el nacionalismo siempre ha sido por definición victimista, tiene una inclinación natural al masoquismo, a considerar que “algo” muy importante ha sido agraviado, oprimido, colonizado, extorsionado, ultrajado en su dignidad, en esa dignidad por la que clamaba el editorial colectivo del 26 de noviembre de 2009 que publicaron La Vanguardia, El Periódico, y una decena de diarios más, a los que en días siguientes se les sumaron muchos otros, para presionar a los jueces del Tribunal Constitucional.

El problema del recurso a la cruz es que el símbolo es desproporcionado, y en este sentido ridiculiza la causa sobre la que pretende llamar la atención. Pues es demasiado evidente la distancia que separa el símbolo de la realidad. Era más proporcionada, más exacta, más ajustada a los hechos la jaula, o celda, que a finales del año pasado de 2017 la ANC y Òdium, con la complicidad del ayuntamiento de Vic, instalaron en la plaza mayor de esa localidad, donde los voluntarios, previa cita y según riguroso turno de inscripción, podían meterse, y pasar allí dentro dos horas, y así comulgar fraternal y místicamente con los sentimientos y los padecimientos que se les supone a los cautivos.

Seguramente esas dos horas que los voluntarios pasaron dentro de esa jaula o celda reforzó su determinación de combatir sin desmayo por la independencia de Cataluña y denostar siempre la democracia española, además de que proporcionaban a la causa una imagen de contundente plasticidad. Esas jaulas o celdas en las playas harían mucho efecto.

No se comprende que la iniciativa de Vic no se haya copiado en muchos otros pueblos, cuyos ayuntamientos con toda seguridad no le pondrían trabas, sino al contrario. Acaso haya temor a una escasez de voluntarios a encerrarse y correr el riesgo, además, de que algún gracioso se acerque a arrojarles cacahuetes.

Esa jaula de Vic fue una metáfora precisa, y proporcionada, del hecho al que aludía y que se proponía denunciar. Vayan y pasen los lacitos amarillos que suelen lucir en la solapa algunos ancianos con aspecto de estar abrumados por la derrota incomprensible, y que empiezan a sospechar --sin atreverse aún a admitirlo, a saberlo-- que se les ha engañado.

Pero en cambio las cruces, no habiéndose todavía producido ningún muerto por la patria, son un símbolo claramente exagerado.

Los mismos cristianos antes de decidirse por la cruz probaron suerte con el pez, pues la cruz en que se atormentaba hasta la muerte a determinados malhechores en el imperio romano era considerada oprobiosa, una mala publicidad para la causa.

Es posible que las cruces, en las playas, consigan el efecto contrario al que persiguen. Si se irguiesen frente al mar de Andalucía para llamar la atención sobre los inmigrantes que huyendo de la miseria se ahogan en las aguas del Estrecho mientras tratan de alcanzar las playas de la afortunada Europa, tendrían pleno sentido y proporción: pues donde hay muertos se levantan cruces. Y hasta cementerios marinos. Como en la Costa da Morte el melancólico cementerio dos ingleses que conmemora a los desdichados náufragos del Iris Hull, el Serpent y el Trinacria y que tuve ocasión de visitar, hace ya algunos años.

Pero en las suaves playas de la costa catalana en la temporada de vacaciones, esas cruces amarillas son una parodia de las tragedias verdaderas, y un fastidio para los veraneantes, a quienes, cuando están disfrutando de la holganza tumbados en la arena, se les recuerda de manera tan chapucera e intempestiva su condición mortal y se les recuerda también a los presos de la causa nacionalista; y esto probablemente hace que la causa y los presos caigan más antipáticos, además de que en las cruces puede verse una latente amenaza de violencia futura, lo cual no ayuda a la industria turística --gran fuente de riqueza regional-- y explica muy bien el malestar de los hoteleros.

Esto de llevar la propaganda política amarillista incluso a las playas se compadece mal con la actitud del sociólogo Salvador Cardús, que en vísperas de Semana Santa, el 25 de marzo de 2018, publicó este tuit: "Que Llarena encarcele a nuestra gente el viernes, justo al principio de Semana Santa, no puede ser casual. Pero tranquilos: ¡El día 3, todos al pie del cañón!". ¿El día 3? ¿Y qué pensaba hacer Cardús hasta el día 3? ¿Acaso se proponía cavar un túnel hasta la cárcel de Estremera, para liberar a los patriotas? No. Lo que se proponía era esquiar en Baqueira, disfrutar de las comodidades de la segunda residencia, gozar al máximo de las vacaciones.

Actitud pantuflista que demuestra que el eminente sociólogo sabe distinguir perfectamente entre la urgencia de la lucha política y el espacio pacífico de los puentes vacacionales. Todo un ejemplo de cuajo pequeñoburgués que la gente de las cruces amarillas haría bien en estudiar.