¿Qué día es hoy? Día 16 de julio de 2021, vísperas de que Jeff Bezos (1964), el hombre más rico del mundo gracias a una fortuna amasada con su empresa Amazon, salga al espacio exterior, volando en su cohete New Shepard. Será el martes 20.

A mí me parece que será un acontecimiento de carácter altamente literario. Recordará el final de La ciudad de los prodigios, la célebre novela de Eduardo Mendoza, cuando el malvado Onofre Bouvila, tras haber cometido en Barcelona todos los delitos que puede cometer, y tras haber amasado una fortuna fabulosa, sintiéndose acosado por las fuerzas del orden, sale zumbando en un ingenio volador sin que se sepa hacia dónde va, y llevándose, con la encarnación del crimen, el esplendor de la ciudad, que a partir de entonces, según dicen los cronistas, entra en una imparable decadencia.  

De la misma manera, Jeff Bezos, después de haber amasado una fortuna incalculable, sirviendo cosas a domicilio y arruinando a millones de pequeños comerciantes, saldrá el martes, a bordo de su propio cohete espacial, disparado hacia el espacio vacío y gélido.

¿No véis cierta grandeza, cierta potencia lírica, en esta temeridad? Y lo curioso es que él no es el único de los archimillonarios que optan por el espacio. Lo mismo Elon Musk y Richard Branson: cuando ya han conquistado el mundo, y podrían retirarse, durante el resto de sus vidas, a alguna isla privada, y bañarse, como el tío Gilito, en piscinas llenas de monedas y de billetes de banco, o, después de beberse un cóctel de coco, en alguna tumbona, en una playa tropical, hacerse traer jaulas llenas de reinas de la belleza, que al instante de conocerlos se enamorarían de ellos… o simplemente, pudiendo quedarse en casa, yendo en pantuflas a la nevera, a por otra cerveza… prefieren ponerse en riesgo mortal. ¡Héroes! Bezos, Musk, Branson: ¡héroes!

Se elevan hacia el vacío, allá donde los Inmortales habitan “las frías mansiones del éter cuajadas de mil claridades, sin horas ni días, sin sexos ni edades”, allí donde los seres humanos somos diminutos como hormigas y donde “infinito y único es el menor momento”. Allí, en la altura ingrávida, Bezos, Musk y Branson podrán decir, como los dioses en la novela de Hesse: “Viendo silenciosos vuestras pobres vidas inquietas, / mirando en silencio girar los planetas, / gozamos del gélido invierno espacial. / Al dragón celeste nos une amistad perdurable. / Es nuestra vida serena, inmutable; / nuestra eterna risa, serena y astral”.

A bordo de sus naves espaciales, superada, gracias a su talento creativo y financiero, su condición mortal, o casi, Bezos, Musk y Branson, en busca de esa eterna risa serena y astral se salen de la condición humana y acceden a una soledad galáctica… que puede ser terrorífica.

Pero ¿por qué ese viaje? ¿No será que están tratando, precisamente, de huir de sus riquezas, en busca de algo sublime? ¡Ah! Buena pregunta.

Estaba yo ayer, en la terraza de El Yate, tomando el aperitivo y meditando en estas cosas (en el próximo, inminente viaje peligroso de Bezos) cuando se despertó Chucky, el muñeco diabólico que habita en mí.

Lanzó una risita atiplada, desdeñosa, se zampó de un bocado mi pinchito de tortilla, se bebió de un trago mi cocacola, y tras manifestar con un eructo su satisfacción, exclamó:

--¡Perdón!... Ah, quería decirte: qué equivocado estás con tus espiritualidades de chichinabo. ¿Es que no te has enterado de que Bezos se va al espacio… acompañado de su hermano? ¿No te parece que esto ya da una idea familiar y doméstica del asunto, de esa tan cacareada aventura?

Pedí al camarero otra cocacola, y respondí:

--Pues no, Chucky, a mí me parece muy bonito que Bezos quiera compartir esa experiencia con su hermano.

--Ya. Lo mismo podrían llevarse, los hermanos Bezos, una fiambrera con croquetas de mamá, que seguro que las hace incomparables. En realidad, no me extrañaría que hayan metido en el New Shepard la mesa camilla de su abuela, para acabar de sentirse, allá arriba, como en casa… Para colmo, se llevan consigo, como tercer miembro de la penosa tripulación, a un millonario, que paga por el incierto privilegio millones de dólares, con los que los Bezos amortizan la inversión. ¿Y todo esto no te parece terriblemente menestral y pequeño burgués? En esa nave estarán apretados como en un cuarto de pensión de la calle Arenal. Al mediodía, acelgas. Los jueves, cocidito. ¡Qué prosaísmo, Diosssss!

--Bueno, Chucky --repliqué--, pero todo eso en que tú te fijas, con una mirada, si me permites decirlo, mezquina, son detalles secundarios. En esta aventura lo fundamental es que…

--Lo fundamental --me interrumpió con sequedad el muñeco, como tiene por costumbre, pues en cualquier debate prefiere con mucho hablar que escuchar--, lo que lleva tan lejos a esos comerciantes avispados, es la inercia de la avidez, la eterna codicia, que se autopropulsa como un perpetuum mobile. Poseer el mundo no les basta. No están huyendo, como tú supones, del supuesto malestar de sus riquezas, sino todo lo contrario: exportando al espacio sideral su propia codicia. ¿Comprendes? ¡En la insaciabilidad de Bezos no hay nada admirable!  

--Pues vaya --dije---… no lo había pensado. Pero es posible que tengas razón…

--Es seguro que tengo razón. Ya lo dice Horacio: Crescentem sequitur cura pecuniam maiorumque fames. “A una riqueza que crece le sigue la angustia y la necesidad de más riquezas”. Anda, sigue recto por esa calle, luego tuerce a la izquierda.

De latinajo en latinajo, Chucky me lleva por la vida como si él fuera el cliente de un taxi y yo el taxista. Ahora lo que quería mi diabólico muñeco no era hablar de Bezos y su empresa espacial --que ya entiendo que es vulgar, y no romántica como pensaba antes de hablar con él-- sino reunirse con sus hermanos, o supuestos hermanos, Rockefeller, Monchito y Macario: los muñecos del ventrílocuo Moreno, que ahora mismo, enredado como está en algunos conflictos judiciales, no puede ocuparse de ellos, de manera que, inducido por Chucky, y como me daban pena, los he adoptado…

Pues, mira: los chicos me están saliendo muy despabilados y emprendedores. Y con los beneficios de la venta de mi Modest Urgell (Cementiri al capvespre: herencia de mi abuela que yo atesoraba tontamente, sin sacarle partido… aunque, la verdad, hubiese preferido que me pidieran permiso antes de venderlo) han montado un bar.

--Un bar para gente guapa –especifica Chucky. En el mismo centro de La Mina. Hoy es la fiesta de la inauguración. Venga, vente, que te presentaré a unas chavalas de infarto.

--Hombre, gracias por la invitación, pero preferiría quedarme en casa, tranquilo, leyendo…

--Vente, hombre, ya verás: van todas con sandalias y las uñas pintadas.

--Pero ¿qué dices, Chucky? ¿Qué me importan a mí las sandalias? Yo no tengo ningún fetichismo del pie. ¡Ep! Que lo digo con todo el respeto por cualquier fetichista, ya que, siendo como soy liberal y tolerante, considero que, mientras no se haga daño a nadie, toda parafilia es respetable…

--¡A cagar a la vía, mariconsón! Siempre tienes que aguar la fiesta con tu pusilanimidad… Ahora que me estaba poniendo palote… No, en serio, vente, que si te portas simpático te presentaré a una que incluso te dejará lamerle la suela de sus Converse.

Tras asimilar su rara oferta, dije:

--Hombre, Chucky, ya puestos a lamer… si por lo menos fueran unos Louboutin… o unos Blahnik...

--Sí, Blahnik en La Mina ---soltó una carcajada desdeñosa. A todo esto, con la amena charla no me había dado cuenta de que ya habíamos llegado al local, y entré, lleno de curiosidad por ver lo que habían organizado mis “hijos” adoptivos.

El nuevo bar resultó ser un antro sórdido en un callejón sin asfaltar, que olía a cloaca y gato muerto. Con la entrada te daban un tripi, para asegurarse de que te ambientabas. Estaba atiborrado de gente. Sonaba una música estruendosa. Hacía un calor horroroso. Rockefeller, Monchito y Macario se contoneaban espasmódicamente sobre la barra, gritando, de vez en cuando, “¡Toma, moreno!”, al ritmo de una música “fusion”: una mezcla de las sevillanas de María del Monte y las habaneras de Ortega Monasterio. ¡Mezcla brutal en la que cuajaban magistralmente las herencias musicales de la tribu! Aquella “música” era como una interminable explosión nuclear, incluso salía humo de la pista, abarrotada de gente empapada en sudor, de gente feliz y…

Y la gente era… bueno, ¿queréis que os diga la verdad? ¡Suculenta! ¡Fenomenal!

Estuve bailando como un poseso en aquel aquelarre, hasta que en un momento determinado, sintiendo necesidad de aire fresco, fui a los indescriptibles retretes y saqué la cabeza por un ventanuco de aireación…

Alcé la vista… ¡y vi, cruzando el cielo, una estrella fugaz! ¡Era el cohete de Bezos --su propia velocidad le ha hecho adelantarse al martes--, sí, el cohete de Bezos, el hombre más rico del mundo, que, como Ícaro, tras acercarse demasiado al sol, caía, caía por el espacio infinito, dejando una estela de centellas.