Ahora hace diez años fue inhabilitado el juez Garzón. Lo expulsaron de la judicatura, so pretexto de prevaricación pero en un claro ejercicio de venganza, sus propios compañeros: los jueces “progresistas”, dirigidos por Margarita Robles, una mujer que no me gustaría nada tener como enemiga, en sintonía con los jueces “conservadores”. Había pisado demasiados callos. Se cometió con él una cacicada clamorosa. Garzón tenía en su trayectoria episodios admirables, y siento que estamos en deuda con él por su empeño en poner fuera de la ley también a los colaboradores políticos de ETA, el “entorno”, que actuaba con impunidad hasta que él en persona tomó cartas en el asunto, en una maniobra que supuso el principio del fin de la banda.

Pero también utilizó la justicia arbitrariamente en beneficio de sus más bajas pasiones cuando, decepcionado con el presidente del gobierno Felipe González, que le había metido en política para ganar una campaña difícil y luego no le dio el cargo ministerial que le apetecía (y que quizá le había prometido), en un movimiento asombroso volvió a endosarse la toga y reabrió el antiguo caso de los GAL, con la clara intención de meter a González en la cárcel. No lo consiguieron su rencor ni su porfía, pero puso a la sombra a dos admirables servidores del Estado que tanto habían sufrido en la lucha contra ETA: el ministro Barrionuevo y el secretario Vera. Así que cuando le echaron de la carrera pensé en la frase de Miguel Strogoff: “¡Golpe por golpe, Iván Ogareff!”. Tampoco me gustaba nada su voz de pito, dicho sea de paso.

Por esas fechas fue el aniversario de Artur Mas, y a Bibiana Ballvé, la presentadora del programa televisivo Ànima, se le ocurrió cantarle “Happy birthday, mr. president”, emulando a Marilyn Monroe con el presidente Kennedy. Es cierto que Bibiana Ballvé era, y supongo que sigue siendo, bella y pizpireta, pero de ahí a emular a Marilyn… y comparar a Mas con Kennedy… Ya se ve que la política catalana derivaba por vericuetos de insensatez.

Esto sucedió en el Palau Robert, en la inauguración de la exposición sobre Ferran Adrià. Porque entonces se le dedicaban exposiciones a los cocineros más distinguidos, y los periodistas elogiaban sin parar los guisos de Adrià, lo que éste llamaba su “creativitá”: “Això també é creativitá.” En su discurso, Mas dijo que “la gente es derrotista”. Él, por el contrario, no lo era. Muy al contrario.

El congreso de Convergència que se celebró unos días después, ya en marzo, le nombró presidente del partido; a Jordi Pujol, presidente-fundador; y a su hijo Oriol, secretario general. Qué vetusto y polvoriento parece esto, ¿verdad? Y sólo han pasado diez años. El congreso marcó como objetivo del partido “alcanzar la propia soberanía, el Estado propio”. Fue cuando se le oyó a Mas, no recuerdo si por primera vez, una de las metáforas simples que más repetiría en adelante. (Antes le había oído yo decir, en una escuela de Mataró que acababa de adquirir veinte ordenadores para los alumnos, que para Cataluña los ordenadores equivalen simbólicamente a las antiguas chimeneas de las fábricas, pues, como ellas, crean riqueza. Y también le había oído decir, en la tele, que la Constitución española es como ir al sastre para probarte un traje. Si el traje te sienta bien, si estás cómodo en él, pagas y te lo llevas puesto; pero si te aprieta, si estás incómodo, si sientes que te viene estrecho, rompes las costuras).

La nueva metáfora era marinera: “Hemos puesto rumbo a Ítaca”.

También dijo: "No sé si veremos los Estados Unidos de Europa, pero si los llegamos a ver, Cataluña será como Massachussets". Estas cosas las oía yo con incredulidad, mordiéndome el labio. Al siguiente día fue Mas a que le entrevistara la señora Mònica Terribas, y le dijo: “Otros han venido a pasárselo bien, yo he venido a hacer el bien”. Luego volvió a eso de que la gente era pesimista, y aclaró el panorama: “Ahora vemos el horizonte tapado por densas nubes, pero si perseveramos lo veremos como queremos: despejado, luminoso...”.

Decía estas cosas, supuestamente didácticas. Aquel hombre tenía un mechón de pelo airoso, tenía buena presencia, hablaba idiomas… A mí me parecía un frívolo y un imbécil, y los acontecimientos posteriores parece que me hayan dado la razón, pero igualmente puedo estar equivocado. Quizá el hombre se vio en una ratonera de la que no sabía cómo demonios salir. Quizá el traje que le hizo el sastre le venía muy, muy grande, se le caían los pantalones, se pisaba la pernera y entonces se tropezaba a cada paso. Yo lo veía en la tele hablando de Ítaca y del rumbo y los vientos adversos, y me venía a los labios no el poema de Kavafis sino el bolero: “Hoy mi playa se viste de amargura  / porque tu barca tiene que partir / a cruzar otros mares de locura, / cuida que no naufrague tu vivir".