La mayor parte de las escuelas de Cataluña han reaccionado a la sentencia del Tribunal Supremo (TS) como era previsible: profesores indignados, paralización de actividades lectivas, movilización de los alumnos para protestar, cantar canciones patrióticas en el patio, lazos amarillos o pósters de Llibertat presos polítics en todas partes. Ya nadie esperaba que las escuelas fueran neutrales cuando se anunciara la sentencia. La neutralidad es un imposible, porque la ideologización es estructural al sistema educativo.

El programa 2000, elaborado por el pujolismo en 1990 para la construcción de la nació diferenciada, dedicó los máximos esfuerzos a un sistema educativo al servicio de esta idea. Para ello había de configurarse un sistema educativo de fieles: tribunales de oposición compuestos por nacionalistas, inspectores nacionalistas, directores de centros nacionalistas, gestores educativos nacionalistas. La tela de araña se fue expandiendo y actualmente en 2019 podemos decir que la implementación del programa 2000 en la educación es una realidad inapelable.

Sin embargo, este sectario proyecto educativo tiene efectos dispares. Tal y como lo concibió Jordi Pujol, la escuela debía lograr la adhesión de prácticamente todos los alumnos a la idea de la nació diferenciada. Para ello, la escuela debía recordarles insistentemente a los alumnos y alumnas que ellos son catalanes y no españoles, que Cataluña es monolingüe, que en su día existió una esplendorosa Corona catalano-aragonesa y que ha habido más de 100 sabios y valientes presidentes de la Generalitat. Cada día, esto o variaciones de esto. No obstante, los estudios y las observaciones nos muestran que la escuela, por sí sola, no es suficiente para lograr la plena adhesión de las personas al ideario que se les quiere inculcar. Se necesita también un entorno que reme en la misma dirección.

Y este escenario, un entorno que rema en la misma dirección que la escuela, lo tienen efectivamente miles de chicos y chicas en Cataluña, todos aquellos que viven en las zonas catalanohablantes del interior. En estas zonas, todo encaja para ellos: los padres son independentistas, los amigos también, TV3 es el canal de referencia, las asociaciones juveniles y los esplais a los que asisten también son independentistas, los comercios donde compran cuelgan lazos amarillos en la puerta y la escuela es una escola catalana en lengua y contenidos. ¿Cómo no van a ser ellos independentistas también?

En el otro extremo, nos encontramos con aquellos alumnos y alumnas para los cuales la escuela es lo único independentista en sus vidas porque la familia, el barrio, el consumo mediático y el entorno en general es castellanohablante o bilingüe y no nacionalista. Lógicamente estos alumnos, al recibir diferentes inputs, no son tan propensos a adherirse a la nació. En medio de ambos puntos, las diferentes gradaciones. Por ejemplo, en Barcelona un joven puede ser muy independentista, serlo muy poco o no serlo nada; depende de las circunstancias de su vida. Así pues, el adoctrinamiento es estructural desde hace años, pero si no va acompañado de otros elementos en la misma línea, poco puede hacer por sí solo.

A ello se añade que, más allá de los perfiles sociológicos y las tendencias que estos determinan, está la persona individual y su siempre personal y singular reacción frente a lo que experimenta. En su libro Patria, Fernando Aramburu relata de manera muy ilustrativa este punto donde la decisión de adherirse a un ideario es, en última instancia, siempre algo subjetivo. Lo podemos observar en los personajes de Joxe Mari y Gorka. Son hermanos, viven en el mismo pueblo, mismos amigos, mismas vidas, pero el primero se siente destinado a salvar Euskal Herria y dedica su vida a ello mientras que el segundo, a pesar de todo el adoctrinamiento abertzale recibido, no entra en ello y huye del pueblo para poder optar por otras cosas.

De la misma manera, estos días hemos visto a muchos jóvenes mimados y privilegiados quejándose del Estado opresor, pero también hemos visto y seguro que escuchado en el entorno de cada uno de nosotros a muchos otros jóvenes cuyas aspiraciones no incluyen la nació y que viven con malestar y resignación la inestabilidad que nos rodea. Y a nivel político y social hemos vivido una gran satisfacción: las valientes acciones de los jóvenes de S’ha Acabat en las universidades durante la presente crisis y su enérgica defensa de los derechos de aquellos que quieren normalidad en las aulas. Ahora que el centro del relato independentista se ha situado en los jóvenes, es una apremiante necesidad la presencia pública y las palabras de los jóvenes de S’ha Acabat. Ellos permiten que se visualice que no todos los jóvenes son iguales, sino que existen unos que no callarán frente a la vulneración de sus derechos como estudiantes.

El adoctrinamiento es un grave problema político, educativo y ético y debería ser uno de los primeros temas a poner sobre la mesa en una hipotética mesa de negociaciones en Cataluña. Hay que cambiar las cosas sin ninguna duda y mientras, hay que seguir denunciando y reivindicando los derechos de todos los alumnos, empezando por el derecho a una educación digna, como lleva a cabo de manera ejemplar la Asamblea para una Escuela Bilingüe. Sin embargo, debemos ser conscientes también de que todo adoctrinamiento tiene un límite. Mal que le pese a Jordi Pujol, las personas somos más libres en nuestras elecciones de lo que él imaginaba y podemos decir que sí pero también podemos decir que no. Depende.