Recientemente, un veterano ex dirigente de la extinta CiU se interrogaba con cierto tono de amargura: “¿Qué hemos hecho para merecer esto?”. Lo hacía con la nostalgia de un pasado relativamente reciente de contribución a la gobernabilidad del Estado, realismo y pragmatismo que se han ido al garete. También con un tono de escepticismo teñido de pesimismo sobre el porvenir de aquel catalanismo que fue y hoy está en la indigencia y la orfandad política. Tras cuatro años perdidos con la alcaldesa, la ciudad de Barcelona queda ahora en manos del independentismo. Aunque está por inaugurarse el baile de los pactos, si es que finalmente los hay, y cabe preguntarse si el remedio será mejor que la enfermedad.

De momento, lo que está claro es que la alcaldesa saliente ha perdido las elecciones. Lo evidente es que lo que se montó hace cuatro años ha fracasado como empresa capaz de construir algo nuevo. Dicen los comunólogos que en el resumen diario de prensa no se incluyen las noticias de carácter negativo para ella. Se supone que para que no se disguste y disfrute de una agradable jornada. Cada cual se evade de la realidad como puede. Si encima te echan una mano, miel sobre hojuelas. Aunque nunca falta quien, investido de McLuhan, con una sonrisa esquinada, está dispuesto a acercarse y amargarte el día con la pregunta “¿has visto lo que dice…?” Que hay medios que molestan más que otros y siempre hay un sentido de la proximidad. El caso es que hoy tendrá difícil esquivar noticias escasamente favorables. Aunque siendo como es la alcaldesa saliente inasequible al desaliento, tratará de dar vuelta a las cosas y ya ha reclamado la formación de un gobierno progresista de izquierdas. Ahora le tirará los tejos a Jaume Collboni, que ha obtenido un magnífico resultado, al mismo que echó de su gobierno con cajas destempladas argumentando el apoyo del PSC al 155. ¿Tan rápido se le habrá olvidado?

Habría que averiguar a quien se le ocurrió eso de “la fiesta de la democracia”, porque llevamos casi cuatro años de fiesta y celebración continua. Cuatro años de campaña electoral permanente y de una pesada tensión política que ha puesto en el disparadero la paciencia general, en medio de un inmenso guirigay y de un griterío insufrible. Esperemos que haya llegado el momento de poner a cero lo que Manuel Campo Vidal llama el “crispómetro”. Ahora vendrá el mercadeo y el trueque, el te apoyo y me apoyas, te doy y me das, tiempos de la cultura de la coalición y los pactos de gobierno o legislatura a todos los niveles. Hay quien entiende que el primero es más estable porque el segundo deja las manos libres al supuesto socio y siempre se corre el riesgo de padecer su deslealtad. El caso es que tras años de bipartidismo, empezamos a dejar de ser diferentes de nuestros vecinos europeos. Se inaugura una época de obligado consenso, por más que Luciano Canfora sostenga que este es el fin de la democracia. Ahora, lo fundamental es gobernar y recuperar la serenidad a todos los niveles. El objetivo prioritario es la estabilidad y la normalidad.

Pero no echemos las campanas al vuelo, que aún quedan unas elecciones catalanas que la rumorología barcelonesa empieza a aplazar incluso a octubre del año próximo. Ello puede hacer pensar que cualquier pacto municipal es imprevisible y que podemos encontrarnos con un alcalde que gobierne en minoría hasta ese momento. Es lo vivido durante el periodo que ahora se cierra, aunque con protagonistas diferentes. Es el principio de la geometría variable a la hora de gobernar, que no es lo mismo que ganar.

Ya nada es lo que parece y todo es posible. Veremos muchas cosas raras. Podríamos empezar a hacer variables de muy diferente tipo. Pero todavía no ha llegado el momento del “soberanismo etílico” a base de ratafía que tanto entusiasma al virrey Quim Torra. Las preguntas son muchas, pero parece evidente que Barcelona tendrá un nuevo alcalde. Lo previsible es que sea otro Maragall, Ernest, quien tome las riendas de la capital catalana. Eso supone quedar a la expectativa de ver si recoge el espíritu que inspiró a su hermano, Pascual, que supo tejer complicidades y compromisos que permitieron configurar una ciudad abierta, próspera, cosmopolita y ejemplo de modernidad. El exalcalde comentaba hace ya años que “el problema que tengo es que los independentistas los tengo debajo”, mientras dirigía el índice hacia el suelo. En el piso inferior vivía Ernest. Confiemos en que la sensatez prevalezca frente al fundamentalismo discursivo y que se retome el discurso que hizo posible aquella Barcelona olímpica.

Los movimientos populistas tienden a ser episódicos en ausencia de liderazgos fuertes. ¿Qué pasará con Los Comunes? Cierto es que a veces se confunde la maldad con la estupidez, Pero los logros pasados pueden perderse fácilmente por una u otra razón y, a veces, por las dos juntas. Razonaba Tony Judt que el principal beneficiario del estado del bienestar han sido las clases medias, incluidas muchas de esas élites profesionales tan denostadas por algunas y algunos.