Trapero ha sido absuelto de todas las acusaciones según las filtraciones habituales de una sentencia que está anunciada para este miércoles por la Audiencia Nacional. Los expertos deberán esperar para analizar el contenido, sin embargo, la noticia es esperanzadora, aunque todavía no es definitiva porque siempre está el Tribunal Supremo para retomar la criticada senda de la sedición. De momento, se rompe la tendencia a empeorar las cosas; quienes siempre defienden que las sentencias deben respetarse se reafirmarán en el axioma, quienes han hecho eslogan político de la supuesta justicia vengativa deberán reflexionar unos minutos antes de publicar el tuit de rigor. El discurso oficial se tambalea y lo condena a revisión.

La absolución del mayor de los Mossos d’Esquadra y de su equipo de los cargos de sedición y desobediencia por su actuación antes y durante el 1-0, un intento de referéndum que ayer mismo la Comisión de Venecia desacreditó, supone el final del viacrucis personal y profesional para todos ellos. Esto es humanamente positivo. Políticamente, también los es, aunque no lo es de la misma manera para todos.

Para quienes aspiran a la reconciliación, es un balón de oxígeno pues refuerza el papel de la justicia y rebaja (o debería rebajar) la escalada de tensión que algunos dirigentes independentistas promueven para obtener un mejor resultado electoral. Para estos dirigentes, la sentencia Trapero rompe con sus expectativas y les obligará a repensar su retórica de la represión sistemática, a menos que opten por instalarse descaradamente en la contradicción, extremo que no hay que descartar.

Para el gobierno Sánchez, el respiro durará poco; dentro de unos días la polémica será inevitable: si la Fiscalía no recurre la sentencia por qué no lo hace (¡ajá, Sánchez vende al estado de derecho por unos presupuestos!) y si lo hace, por qué lo hace (¡Dios mío y dicen que son el gobierno más progresista de la historia!). Al otro lado del teléfono, ERC contendrá la respiración porque del desenlace de esta disyuntiva dependerá buena parte del éxito o fracaso de su actual estrategia. Y hay una presidencia de la Generalitat en juego.

El gobierno siempre lo tiene difícil, sea por la actuación de la Fiscal General, por la tramitación de los indultos o por la reforma del Código Penal. La derecha escruta sus movimientos a la luz de su animadversión. Pero si en algún momento ha suspirado por constatar algún movimiento en el conflicto político entre el independentismo y el estado es ahora, justamente cuando los más creativos de los dirigentes independentistas pretenden convertir a todos los catalanes en rehenes de su estrategia, asimilándolos a una minoría nacional oprimida para mejor explotar su victimismo ante la opinión pública europea.

Nada estaba escrito en la causa contra Trapero y esta comprobación supone un alivio para quienes creen en la justicia. Y una lección para los amantes de la conspiración. Había quien teorizó sobre una segura condena para el mayor de los Mossos como venganza del lado oscuro del estado por el éxito de la policía autonómica en la reacción contra los autores de los atentados de Barcelona y Cambrils. Trapero debía ser víctima de un ataque de celos al que la Audiencia Nacional daría forma de condena.

Después de la condena de los miembros de la Mesa del Parlament por desobediencia, después de la absolución de Trapero, queda todavía mucha sentencia por conocer vinculada al 1-O, sean los miembros de la junta electoral creada por la Generalitat por unos días, los policías acusados de violencia y agresiones, o altos cargos del gobierno Puigdemont; las consecuencias judiciales del otoño de 2017 durarán años (incluido el paso por la justicia europea), pero hoy, cuando se comunique oficialmente, se truncará una secuencia a la que unos se habían resignado entre lamentaciones y otros habían instrumentalizado con fervor.