La simpar señora Irene Montero, flamante e inconsistente Ministra de Igual-dá, ha tenido a bien regalarnos un proyecto de ley trans que ya se venía sosteniendo por Podemos (presentado en 2018 al Congreso). Es el máximo exponente de cualquier aberración jurídica que he visto en mis 33 años como profesional del Derecho.

El proyecto contiene un preámbulo que ocupa un tercio de la totalidad del proyecto. Mal empezamos si previamente tanto se debe justificar tanto. El art. 2 del engendro (porque está en proyecto) de la denominada Ley trans define como identidad sexual la vivencia interna personal del sexo de cada uno. Esto es, yo mujer me levanto con una fantasía sexual de ser hombre y se me debe considerar como tal. A las “personas trans” se las define como las castigadas con un cuerpo que no se corresponde con su asignación sexual al nacer, con independencia de tratamientos hormonales. Y la guinda hace referencia a las “personas no binarias” que vendrían a ser aquellos-aquellas que no son ni hombres ni mujeres y que, en todo caso, fluctúan entre ambos géneros. Los arts. 5 y 6 recogen el derecho a la autodeterminación sexual (sí, significa lo que acaban de leer) y las normas que regulan ese derecho.

Para empezar, cada uno puede autodefinirse con el género (o no género) que le apetezca en función de esa vivencia interna y personal, pero siempre de acuerdo con los parámetros establecidos por las definiciones. No se puede ir más allá de los absurdos supuestos perpetrados por la Montero. Y cada uno podrá acudir al Registro Civil a definir su identidad sexual. Podrán hacerlo a voluntad (art. 12), sin más requisito que su propia decisión, sin pruebas médicas. Lo anterior chocará con la ley de violencia de género ya que ésta última parte de que la única violencia de género es la que el hombre proyecta sobre una mujer. Así pues, el hombre que se sienta mujer, se podrá autodefinir en el Registro Civil (y en consecuencia en el DNI) como mujer; podrá 'zurrar a la parienta' y no podrá ser acusado de violencia de género. O como aquel preso condenado por violación que se autodefina como mujer, tendrá que ser reubicado en una prisión o módulo de mujeres y allá podrá hacer lo que le salga de su testosterona. Sustancia que, pese a las definiciones de la Sra. Irene Montero, no dejará de actuar.

Por no hablar del desmadre inherente en el control de entrada en países ajenos a estas 'cuestiones' (todos) cuando examinen los pasaportes al entrar: “Aquí pone que su sexo es F (female, hembra en inglés) y Vd. tiene un bigote que ni el káiser Guillermo”. La respuesta de la nueva mujer: “Vd. no está respetando mi vivencia interior y personal porque soy mujer. Exijo mis derechos”. Conociendo la poca broma que se gastan en muchos aeropuertos preveo unos shows de los más divertidos.

La ley (art. 39) ampara que los hombres --autodeclarados mujeres y sin operar de sexo-- podrán competir directamente y sin pruebas biológicas en categoría femenina, con lo que la discriminación positiva hacia la mujer desaparece. A priori, la mayor potencia masculina predominará siempre. Por no hablar de las sangrías y auténtico riesgo de muerte en deportes de contacto.

Y como apoteósico final, nos encontramos con los prometidos esfuerzos de la ínclita para “eliminar estereotipos machistas y barreras que impidan ese objetivo, y para hacer visibles a las mujeres pioneras que han hecho, hacen y harán ciencia”. Señora Irene Montero, una cosa… ¿Ha pensado que su ley Trans amparará a aquellos hombres que quieran tener facilidades para estudiar carreras de ciencias en contra de las mujeres? Bastará con que vayan al Registro Civil, digan que se sienten mujeres y se aprovechen de las facilidades que su Ministerio conceda a las mujeres de ciencias.

En otro orden de cosas: ¿Se imaginan el cachondeo en vestuarios y lavabos de locales públicos? ¿Las oposiciones a policías, bomberos, etc... desvirtuadas por continuos cambios de sexo?

Lo que la naturaleza da, señora Montero no lo puede cambiar y lo que la naturaleza no da, Salamanca no lo presta, ni siquiera a la ministra Montero.