El visitante que aterriza en Catania debe resistir la tentación de partir rápidamente a otros destinos sicilianos. Esta ciudad bien merece una larga parada y fonda. Muy asequible a quienes gustan de andar, Catania es mucho más que ese campamento base al que regresar después de recorrer la parte este de la isla. La segunda ciudad más grande de Sicilia brilla con luz propia. En ella se puede comer, rezar y amar, pues su gastronomía, sus iglesias barrocas y sus afectuosos habitantes convierten esta desconocida urbe en un destino sugerente. Todo ello a un golpe de vuelo --operado por Vueling-- de tan sólo dos horas desde Barcelona (con seis conexiones semanales) o Valencia (dos conexiones a la semana).
Bulliciosa, llena de vida y de arte a partes iguales, Catania es arrabalera y cultural. Sofisticada y portuaria. Su mercado del pescado, La Pescheria, es la literal puerta de entrada al casco histórico donde destaca la neurálgica Piazza del Duomo y su Fontana deli’Elefante, cuyos atributos --o más bien, la ausencia inicial de ellos después corregida-- ha hecho correr ríos de tinta.
Fontana deli’Elefante en Catania
'Mamma' cocinera
Imposible determinar si hay más templos que palacios en esta ciudad cosmopolita y provinciana. Muchos de estos edificios otrora señoriales, hoy destartalados, han sido reconvertidos en hoteles. Pero no hay que llevarse a engaño: puede que sus fachadas necesiten un remoce, pero esconden amplias y restauradas habitaciones donde dormir con precios asequibles, atendidas por personal amabilísimo. Mamma cocinera incluida.
¿Dónde comer? Tanto el puerto como las callejuelas empedradas del centro son recomendables. Imprescindible acudir a la via Santa Filomena, llena de terrazas donde sirven la famosa pasta alla norma, ragú, zuppa di mare, pizza o los omnipresentes arancini, croquetas de arroz que también se adquieren en puestos callejeros. También en eso del fast food hay que dejar a un lado los prejuicios, pues el buen nivel de estos establecimientos no se corresponde con su mala fama. Y sí: resulta imperdonable visitar Catania sin saborear los legendarios cannolis, crujientes y rellenos de crema ricota. Por la tercera parte de la película El Padrino los reconoceréis, pero esta es la única concesión a los tópicos que merece esta ciudad.
Destruida en siete ocasiones
Catania es muy italiana, sí --no dista demasiados kilómetros del estrecho de Messina, que une la isla con la punta de la bota--, pero también muy siciliana. Su hecho diferencial se ha forjado, como decimos, a base de muchos tópicos, pero también de la capacidad de esta isla para reinventarse bajo la mirada atenta del volcán Etna. Destruida en siete ocasiones y reconstruida otras tantas, la Katane de los griegos ha sido codiciada por casi todas las civilizaciones conocidas. Y también por dos desastres naturales del siglo XVII: un gran terremoto y la erupción del Etna, majestuoso, amenazador y desafiante en un horizonte que comparten otras ciudades cercanas a Catania, como Taormina.
Situada a una hora en tren, su Teatro Antiguo no solo permite rememorar sus orígenes griegos, sino también contemplar las mejores vistas de esta ciudad y asistir a un completo programa cultural que incluye lírica, ballet y música clásica. El poeta Goethe, que vivió varios años en Taormina, escribió sobre este recinto: “Quien se coloca en el punto más alto, que tiempo atrás ocupaban los espectadores, no puede hacer otra cosa que confesar que probablemente nunca el público de un teatro tuvo delante suyo un tal espectáculo”.
Antiguo teatro de Taormina
Ulises frente a Polifemo
Entre Taormina y Catania se encuentra un pequeño pueblo de pescadores, Aci Trezza, conocido por los farallones de basalto que surgen del agua. Dicen que son las rocas del cíclope, pues cuenta la leyenda que Ulises se enfrentó a Polifemo frente a estas costa.
Tomar el sol en estas playas rocosas donde escasea la arena no es cómodo, pero siempre queda la opción de pagar por disfrutar de tumbona y sombrilla en las pasarelas de madera que jalonan el paseo marítimo. Con la llegada del atardecer, grupos de jóvenes toman posesión de esta homérica costa, donde beben, bailan y sobre todo, aman.