El pobre Puigdemont se quedó otra vez sin poder entrar en Canadá, en lo que viene siendo una costumbre anual, no sé qué se le ha perdido a este hombre allí, pero erre que erre, no quiere darse por enterado de que no es bienvenido en aquellas tierras. Según ha trascendido, Puigdemont mandó al pobre juez federal que debía de resolver la cuestión de su entrada al país, ni más ni menos que 400 folios. La cosa no tendría importancia si el juez le hubiera solicitado a Puigdemont el manuscrito de sus memorias --petición que le valdría la inhabilitación, puesto que nadie en su sano juicio haría tal cosa--, pero lo único que requería el magistrado es que el fugado expresidente catalán le respondiera a la simple pregunta de si estaba requerido por la justicia de su país, que mal que le pese sigue siendo España.

Si usted le pregunta a un tipo si es idiota, y en lugar de responder con un monosílabo, éste le remite 400 folios, en realidad le está diciendo:

--Sí señor, y de los grandes e irrecuperables.

Pues lo mismo con Puigdemont, sólo que él, con sus 400 folios --que, por supuesto el magistrado no debió de molestarse en leer, que una cosa es ser canadiense y otra que te tomen el pelo-- estaba dejando clara su idiotez a la par que su culpabilidad. Y está bien que así sea, puesto que, aunque aquí tengamos claras ambas cualidades del prófugo, quizás en Canadá todavía las ignoraban. Ya no, ahora lo tienen igual de sabido que aquí. Esas cosas que hace Puigdemont, que en su tierra natal --me refiero estrictamente a su pueblo de nacimiento-- harían las delicias de los ciudadanos hasta el punto de leer los 400 folios, uno tras otro, en la fiesta mayor, en los lugares serios suelen tomarse a mal. No está la justicia canadiense para que un don nadie con fama de buscar líos allá donde va, intente reírse de ella.

Los 400 folios se convirtieron en 400 golpes en la cara de Puigdemont, quizás como homenaje al recién desaparecido Jean Paul Belmondo. Y suerte tendrá si los mandó por correo electrónico y no físicamente, que para fabricar 400 folios, más de un árbol debería talarse, y en Canadá eso está muy mal visto, incluso tienen una hoja de arce en su bandera y no un folio escrito por Puigdemont.

Supongo que para darse una importancia de la que carece, Puigdemont repetirá --y lo que es peor, se lo llegará a creer, es lo que pasa con los megalómanos-- que Canadá no le quiere dejar entrar porque resulta un personaje incómodo. Nada más lejos de la realidad. A Canadá le importa bien poco un tipo como Puigdemont, entre otras cosas porque allí nadie sabe quién es, salvo un pobre juez a quien pretendían endilgarle 400 folios para que se los leyera entre juicio y juicio. Lo que sucede es que Canadá pone mucho empeño en que quien visita el país, aunque sea por pocos días, esté bien de la cabeza, no sería el primer caso de chiflado que se cree un castor y se echa de cabeza al río para roer troncos y construir presas.

Dejar entrar a un tipo que a una pregunta sencilla responde con 400 folios será sentar un precedente y todos los majaras del mundo pensarían que Canadá es como un gran sanatorio al aire libre, con mullida nieve en lugar de habitaciones acolchadas. A la que te entra el primer loco, eso no hay quien lo pare, y a ver con qué cara le impides la entrada a alguien que se cree descendiente del último mohicano que surcó el McKenzie en canoa, si se la has permitido a uno que está peor, que le preguntas la hora y te responde con 700 hojas mecanografiadas. Suficientes problemas tiene Trudeau, como para convertir el país en la ONG Orates sin Fronteras.