Han pasado muchos siglos desde que Julio Cesar exclamara --siempre según William Shakespeare-- la famosa frase: "¿Tú también, Bruto? Sí, bastantes, pero ustedes saben perfectamente que la historia de la traición y la villanía viene de mucho antes, se remonta a tiempos inmemoriales. La Biblia da fe de ello narrando como Caín mató a Abel. Y el Nuevo Testamento nos cuenta como Judas Iscariote vendió a Jesucristo por treinta monedas de plata. Los siglos no pasan en balde y el arte de la confabulación y la felonía se ha sofisticado hasta extremos insospechados. Ya no hace falta que corra la sangre, como en la Roma de César, para liquidar a un adversario. La muerte, en política, puede llegar escrita en un pedazo de papel o en la crónica de un telediario. Basta para ello con el concurso de un traidor o de una gran mentira bien orquestada. Así son las cosas.

Vivimos en la era de las 3T. Transfuguismo, traición y transhumancia se complementan y articulan pervirtiendo la esencia de la política. El transfugismo es uno de los peores achaques de la democracia. Lo acontecido en la región de Murcia clama al cielo. Ha sido para muchos ciudadanos de este país la gota que colma el vaso de la paciencia camino del desencanto. Como también lo es, para los ciudadanos catalanes, comprobar como sus representantes en el Parlament están dispuestos a eternizar la componenda y el desgobierno.

A lo largo de los últimos meses hemos asistido a un numero exagerado de cambios de chaqueta. Unos relacionados con el sainete de las mociones de censura, otros con los cambios bruscos de escudería para competir en las elecciones. Lo que en teoría son mecanismos e instrumentos del juego democrático --mociones y listas electorales-- se han convertido en esperpénticas armas arrojadizas. La simonía laica ha funcionado. Y eso ha ocurrido a pesar de que todos tenemos interiorizado que tan corrupto y villano es quien corrompe, como quien se deja corromper.

La transhumancia política, de partido a partido, en busca de mejores pastos protagonizada por Toni Cantó --o con anterioridad por Toni Comín, Mascarell o Nuet--resulta difícil de justificar y comprender a los ojos de un observador imparcial. No vayan a pensar ustedes que abogo por un inmovilismo intelectual en el que no cabe la evolución del pensamiento, nada de eso; pero de ahí a mariposear de partido en partido a la búsqueda del néctar más apetitoso va un abismo. El abismo que separa las convicciones firmes del cambalache, la mezquindad y los intereses espurios.

La traición tiene mil disfraces y el traidor suele desconocer la vergüenza. Los conversos exprés suelen abrazar con prontitud la nueva fe para revolotear eufóricos y entusiastas alrededor de sus nuevos lideres; se exhiben simulando haber llegado al summum de lo correcto y de la verdad. Esos conversos, para hacerse perdonar el pecado original, acostumbran a ser despiadados para con sus viejos camaradas. Toni Cantó, respecto a Ciudadanos, y Ernest Maragall, respecto al PSC, son un claro ejemplo de este fenómeno de agresividad desatada. 

El que fuera primer ministro francés, Georges Clemenceau, fue pródigo en pronunciar frases cargadas de sentido político. Una de ellas nos viene como anillo al dedo en estos tiempos de chaqueteo; dice así: “Un traidor es un hombre que dejó su partido para inscribirse en otro. Un convertido es un traidor que abandonó su partido para inscribirse en el nuestro”. Y es que, amigos, los traidores en su nueva peña de acogida siguen siendo catalogados, por los viejos del lugar, como lo que son: advenedizos de los que es mejor desconfiar.