Hay delitos que no necesitan mucho más que una red social como canal de distribución. Las redes sádicas de manipulación llevan años operando a nivel internacional. Explotan sistemas organizados de violencia psicológica, acoso digital y explotación emocional. Es una realidad contrastada con nombres, víctimas y consecuencias emocionales severas.
Cataluña y Valencia
No hace falta irse muy lejos para ver casos de manipulación encubierta donde adolescentes —algunas menores de edad— han sido víctimas de control emocional, aislamiento, chantaje y dinámicas de sumisión sostenida. Hace años que empezamos a ver retos, los profesionales de la psicología nos avisaban y las plataformas digitales también han sido alertas por las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Cuesta mucho no ver a las plataformas sociales como cómplices necesarias: grupos privados, perfiles compartidos, mensajes que desaparecen. Todo diseñado para que la o las víctimas duden de su realidad y se convierta en “rehénes” emocionales.
Hay empresas que trabajan a diario junto a sus formadores y psicólogos para tratar de poner orden al uso y sobreuso que menores de edad y adolescentes hacen no solo sobre las plataformas sino sobre móviles y tabletas.
En Valencia, el patrón se repite con matices: una red de seducción y control que comienza con halagos y empatía, y termina con una estructura piramidal de manipulación psicológica que recuerda a las sectas. Aquí, el acoso se disfraza de afecto, y el aislamiento se camufla como protección. Los entornos escolares y familiares detectan los síntomas cuando ya es tarde: jóvenes con ansiedad, trastornos alimentarios, ideas suicidas. La tecnología no solo no ha prevenido estas situaciones, sino que ha amplificado el alcance y la permanencia del daño.
La red “764”: manipulación como negocio y entretenimiento
En internet podemos ver artículos sobre una red criminal transnacional conocida como “764”, que opera bajo esa lógica de control psicológico y exposición selectiva. No se trata solo de estafas o extorsiones clásicas: la red se alimenta de la humillación pública, el chantaje afectivo y la destrucción progresiva de la autoestima de las víctimas, muchas veces adolescentes y jóvenes vulnerables.
Hay incluso algunas plataformas como Netflix que ya se ha hecho eco con una docuserie que refleja bien este tipo de prácticas, Don't F**k with Cats: Hunting an Internet Killer.
Estas redes estructuran sus ataques en varias fases: contacto emocional inicial, manipulación conductual, obtención de contenidos íntimos, exposición controlada y, finalmente, acoso social con bots, perfiles falsos o seguidores-rehenes. No buscan únicamente dinero. Buscan romper la identidad, moldearla y destruirla. Y sí: operan también en España.
¿Dónde está la responsabilidad de las plataformas?
Ya no basta con pedir empatía. Hay que exigir responsabilidades. Las grandes plataformas tecnológicas —Meta, TikTok, X (antes Twitter), Telegram— llevan años mirando hacia otro lado. Ofrecen formularios, sistemas automáticos de revisión y discursos de marketing sobre “seguridad”, mientras permiten que estas redes sádicas crezcan, se oculten en sus infraestructuras y dañen a miles de personas.
¿Por qué siguen sin implementar sistemas proactivos de detección de patrones de abuso emocional digital? ¿Por qué una menor puede estar expuesta durante meses a grooming, gaslighting o humillación pública sin que ninguna alerta salte en los sistemas de inteligencia artificial de estas plataformas?
No hablamos de censura. Hablamos de prevención, trazabilidad y transparencia. Y sí, también hablamos de complicidad por omisión.
Una batalla que debe empezar ya
Se debe trabajar codo con codo con cuerpos policiales, instituciones educativas, terapeutas y familias que ya no saben cómo proteger a sus hijas e hijos de una amenaza que no deja marcas visibles… pero destroza por dentro. Y por supuesto de nuevo las plataformas si están monetizando nuestros datos, sí, deben tener responsabilidades al respecto.
Las redes sádicas de manipulación existen, operan y evolucionan. Y si no lo asumimos como un problema estructural, pronto será demasiado tarde para muchas más personas.