Cuando los datos no dicen nada, la lluvia de números se convierte en desinformación. Incidencia acumulada, Rt, riesgo de rebrote… baten récords, pero la vida sigue su curso, solo interrumpida por las torpes decisiones de los políticos jaleadas por sus bien pagados voceros.

Sea porque la variante ómicron es menos letal, por las vacunas, por la inmunidad adquirida o por una combinación de factores, estamos ahora ante una enfermedad fundamentalmente leve, aunque a quien se le complica la enfermedad maldita gracia que le harán las sesudas estadísticas.

Estando, como estamos, en una nueva situación lo que hay que hacer es cambiar de paradigma. Lo primero es no asustar a la población. Desde el comienzo de la pandemia los gobiernos riegan a los medios para que transmitan mensajes coherentes con la gestión de la emergencia. Hace dos años tal vez tenía sentido unificar mensajes, pero ahora las subvenciones son, sobre todo, una manera de ayudar a los amigos. Existe un discurso oficial del que nadie se sale y este se fundamenta en el miedo. Ahora no es momento de miedo, sino de responsabilidad.

Aproximadamente el 1% de los contagiados necesitan ser hospitalizados, menos del 0,2% ingresa en la uci y menos del 0,1% fallece. En los últimos siete días, según la única estadística oficial, la del Ministerio de Sanidad, han fallecido 10 personas en Cataluña con Covid, 280 en toda España. En la misma semana han fallecido cerca de 10.000 personas en España por otras causas, unas 1.800 en Cataluña. ¿No nos estamos pasando un poco? ¿No nos estamos limitando a aplicar paradigmas antiguos? ¿Tiene sentido alarmarse por el elevadísimo número de asintomáticos y casos leves?

Medir cada día la incidencia y no hacer nada solo genera descrédito, que se ve incrementado cuando los que juntan números se van cuatro días de fiesta porque Navidad es Navidad. ¿Estamos o no estamos en una situación crítica? ¿Qué sentido tiene contar infectados, que no enfermos, cuando reconocemos que las mediciones están desbordadas? Superar el 20% de positivos en las pruebas que se hacen es evidencia de que se va muy a remolque y que el virus campa a sus anchas. Es más que probable que haya dos millones de contagiados, o cuatro, en lugar del número oficial, uno.

La atención primaria y las urgencias las colapsan personas que se encuentran perfectamente, pero que tienen la necesidad de que les digan si tienen o no Covid, impidiendo que quien tiene otros problemas visite a su médico en condiciones. Pero siendo real el colapso de la primaria se prejubila, se recortan plazas, se dificulta el acceso al MIR, se dan vacaciones como siempre, mientras que el discurso oficial es que se está fatal.

Este fin de año augura un enero caótico, quién sabe si con restricciones a partir de la festividad de Reyes. Pero como todo, pasará y, probablemente, esta primavera sea el renacer de la normalidad con mayúsculas. Y si no es así, al menos entremos en el nuevo año con esperanza y no con la losa de unos políticos desbordados, incapaces de haber preparado medidas durante casi dos años. No hay, casi, hospitales especializados, carecemos de tests, no hay rastreadores, la tercera dosis se nos ha olvidado, a los niños no se les vacuna con celeridad… los culpables del caos los conocemos, pero es igual, seguiremos votando todos a quienes votamos antes, no sea que las cosas cambien alguna vez.

Esperemos que pase el chaparrón y que la cuesta de enero sea leve.