2022 será el año que marque el paso de esta década que tan mal comenzó, o aprovechamos el lío en el que nos han metido unos gestores públicos superados por los acontecimientos, o nos vamos definitivamente al hoyo.

El entorno no es malo. Por primera vez desde 2010 tenemos presupuesto aprobado en tiempo y forma en los tres niveles de la administración, local, autonómica y estatal. Nos gustarán más o menos, pero no hay excusa para no gestionar. 2022 será, además, un año tranquilo con pocas elecciones, de momento solo en Castilla y León a comienzo de año y en algún momento del año en Andalucía, claro que el tacticismo de nuestros políticos pueden llevarnos a las urnas en cualquier momento para dejar desmarcado al rival. La mayoría de los políticos parecen ciclistas amagando un sprint, tensos por salir para aprovechar la debacle del partido naranja, para evitar la consolidación de la lideresa de la izquierda o, en clave catalana, para aprovechar que la herencia de CiU aún no está estabilizada. La verdad es que la mayoría de los políticos están tan alejados de la realidad que no es descartable ningún escenario, pero ojalá no introduzcan inestabilidad adicional que, además poco o nada cambiaría porque nos cuesta un mundo salir de nuestra trinchera.

La dignidad animal, la memoria histórica u oficializar el bable no digo yo que no sean importantes, pero tal vez en 2022 la agenda la debe marcar la recuperación económica. El rebote del 21 es una buena noticia, lo mismo que la reactivación del mercado laboral, pero los indicadores económicos distan de ser buenos y, sobre todo, sólidos. Todavía hay más de cien mil personas en ERTE, muchos de los nuevos contratos son menos que precarios y la productividad está por los suelos. Tenemos que aprovechar el tirón de la reactivación y los fondos europeos para lograr mayor prosperidad y, sobre todo, transformar nuestra economía.

Dependemos demasiado del turismo internacional, lo mismo que dependemos demasiado de fábricas extranjeras e incluso de energía extranjera. No se trata de cerrarse al mundo, ni mucho menos, pero sí de dejar de ser tan frágiles. Y lo primero es creérselo. Hay que ponerse las pilas y olvidarse de ayudas, subvenciones y paguitas como motor de nada. Lo que venga, vendrá, pero la iniciativa privada es la que nos sacará del hoyo y solo hay que evitar ponerle palos en las ruedas.

Debemos decir adiós a la resignación y al miedo. El teletrabajo no tiene que ser una excusa para trabajar menos ni para compatibilizar necesidades personales con profesionales. La convivencia con el Covid es un hecho y cerrar centros de trabajo debería ser visto como una mala praxis empresarial. Lo mismo que hemos ido de tiendas, a restaurantes y cabalgatas tenemos que frecuentar nuestros centros de trabajo, todos, incluidos los centros de las administraciones y de las grandes empresas. En este caso los sindicatos, fundamentales para la flexibilización de la economía, no están muy acertados forzando unas normas en ocasiones kafkianas en aras de la preservación de la salud de los trabajadores.

Las administraciones deben favorecer la actividad económica, lo mismo que hicieron razonablemente bien al inicio de la pandemia, con los créditos ICO y los ERTE. Ahora la medicina debe ser otra, más estimulante y menos anestesiante. Y sobre todo deben decir adiós a las restricciones. Está más que demostrado que políticas laxas como las de Madrid o Reino Unido tienen el mismo efecto de contención que las férreas, como las de Cataluña u Holanda, ninguno. O cerramos todo a cal y canto, a la china, lo cual es incompatible con nuestros valores, o convivimos con el virus. Cerrar hace más daño al conjunto que dejar abierto. Es hora de pasar página, ojalá convezcamos a los políticos que a más restricciones menos votos.

Tenemos que comprar, que viajar, hay que vivir con ganas y sin miedo. El Mobile de este año tiene que ser el mejor, Alimentaria tiene que reventar los salones, el turismo internacional tiene que volver. Y todo esto invirtiendo en una sociedad más digital, con energía más sostenible, y sobre todo barata, siendo capaces de convivir nuevos y viejos negocios.

Nadie coge un coche pensando que va a ser uno de los más de 1.000 fallecidos anuales en carretera, o cierra a cal y canto todas las ventanas para evitar tentaciones a los casi 4.000 suicidas anuales. Las 300 personas que cada día fallecen por cancer tratan, en general, de exprimir la vida mientras tienen fuerzas. Cada año fallecen, y fallecerán, más de 450.000 españoles, 1.300 al día, y no por ello nos bloqueamos. Pongamos la vida en el centro, despertemos, perdamos el miedo y vivamos. El Covid debe salir del centro de nuestra vida.