Afortunadamente, nuestra memoria es selectiva. Nos acordamos muy bien de los buenos momentos y olvidamos, o solo recordamos ligeramente, los malos. En materia económica, necesitamos urgentemente arrinconar en nuestro cerebro al año 2020. No obstante, solo empezaremos a hacerlo cuando el país consiga una vigorosa recuperación.

En el pasado ejercicio, el PIB disminuyó un 11%. Es la caída más profunda desde la llegada de la democracia, pues la de mayor magnitud correspondía hasta ahora a 2009 (un 3,8%), el peor año de la crisis anterior. En ella, entre 2008 y 2013, la producción disminuyó un 7,7%, una cifra bastante inferior a lo que lo ha hecho durante 2020.

Desde 1850, según el economista Leandro Padros de la Escosura, el PIB únicamente en dos años bajó más que en el último: 1868 y 1936. En el primero, la producción disminuyó un 13,3%, debido a la combinación de malas cosechas y a la explosión de una burbuja tecnológica y financiera. En el segundo, lo hizo un 26,8% por el inicio de la guerra civil.

En 1868, el ferrocarril constituía el mayor avance tecnológico de la época y, tal como ha sucedido muchas otras veces a lo largo de la historia, la Bolsa sobrevaloró los beneficios que obtendrían las empresas dedicadas a su construcción y explotación. Como la mayoría estaban financiadas o participadas por bancos, la desaparición de numerosas compañías ferroviarias llevó a la quiebra a más de la mitad de las entidades financieras y provocó una severa contracción del crédito.

Ni la gripe española que mató a 186.184 personas en nuestro país entre 1918 y 1920, ni la gran recesión generada en 1898 por, entre otras causas, la pérdida las colonias, ni la autarquía posterior a la guerra civil generaron un impacto tan negativo en la producción española como lo ha hecho la pandemia provocada por el Covid-19.

Según el FMI, el PIB español sufrió la caída más pronunciada de todos los países europeos analizados y, en el mundo, solo la superó Argentina. Así, por ejemplo, para la institución monetaria la producción en el Reino Unido, Italia, Francia y Alemania disminuyó un 10%, 9,2%, 9% y 5,4%, respectivamente.

Las causas principales de nuestra peor evolución han sido el confinamiento más prolongado del continente, una economía basada en mayor medida en el contacto físico, un mercado laboral más precario, una superior proporción de micro empresas y pymes y un inferior gasto público respecto al PIB, especialmente el destinado a ayudas directas a las empresas de los sectores más perjudicados por las restricciones (turismo, hostelería, comercio, etc.).

En el pasado año, el comportamiento de la ocupación constituyó una positiva sorpresa relativa. A diferencia de las anteriores crisis, el empleo disminuyó porcentualmente menos que el PIB, pues solo lo hizo en un 3,1% (622.600), un nivel muy inferior al 17,3% (3.582.700) advertido entre 2008 y 2013.

En 2020, en términos porcentuales, la ocupación disminuyó casi cuatro veces menos que el PIB; en cambio, durante la anterior recesión lo hizo más del doble que éste. Una mejor evolución derivada del uso masivo de los ERTE, la mayor brevedad de la crisis y una relativamente reducida cifra de concursos de acreedores (un 2% menos que en 2019).

La gran utilización de los ERTE permitió salvar muchos puestos de trabajo, pues los empleados afectados por ellos tienen el contrato suspendido, pero siguen formando parte de la empresa. A finales de 2020 había 755.613 trabajadores en dicha situación. En el actual año, uno de los grandes retos del ejecutivo será evitar que muchos de ellos acaben en el paro.

En la anterior crisis, la utilidad de los ERTE era mucho menor que en la actual. Antes de la llegada de la pandemia, no existía ningún sector que tuviera una gran sobredimensión. En cambio, en 2007 dos destacaban claramente: la construcción (especialmente) y el financiero.

La explosión de las dos burbujas hacía irremediable la pérdida de muchos puestos de trabajo en ambos sectores. Por eso, el plan E de Zapatero, principalmente destinado a mantener los empleos en la construcción, constituyó un fracaso total. En el conjunto de sus tres fases supuso lanzar prácticamente a la papelera 16.000 millones de euros.

No obstante, tal y como sucedía en cualquier recesión anterior, los más afectados por ella son los trabajadores más vulnerables. En concreto, los que poseen un contrato temporal o a tiempo parcial. De los primeros perdieron el empleo 397.100 y de los segundos 145.700.  En 2020, desaparecieron el 9,2% de los empleos eventuales por solo el 1,7% de los fijos.

Las necesidades de la pandemia, unido a la desaparición temporal del límite del déficit público (3% del PIB), generaron una diferente evolución de la ocupación en el sector público y en el privado. El número de trabajadores que perdieron el empleo en este fue de 748.400, mientras que aquel ganó 125.800 asalariados más.

Los sectores donde la ocupación aumentó en mayor medida fueron la sanidad (56.800), las actividades financieras (41.300) y las profesionales (22.300). En cambio, la destrucción fue espectacular en la hostelería (395.000) y el comercio (137.300), suponiendo ambas el 85,5% del empleo perdido durante el pasado año.

En definitiva, en 2020 vivimos la mayor crisis en tiempos de paz desde 1.868. Esta vez la causa no fue la explosión de ninguna burbuja, sino una pandemia. La prioridad de la salud sobre la economía fue mucho más notable que con la gripe española y, por eso, el PIB bajó un 11%, mientras que entre 1918 y 20 logró un ligero aumento.

La sorpresa de la crisis fue el comportamiento del empleo. A diferencia de las dos últimas, la ocupación cayó menos que la producción y el escudo social funcionó mejor que en otras ocasiones. La compra de deuda pública por parte del BCE y la suspensión del criterio de déficit público permitieron financiarlo.

Ahora solo nos queda esperar que las penurias del pasado se vuelvan alegrías en el futuro. En otras palabras, en 2021 el efecto rebote, aunque de menor magnitud que el depresivo de 2020, nos proporcione la mayor subida del PIB desde la llegada de la democracia. La barrera está establecida en el 5,5% de 1987. Su superación depende un poco de las políticas macroeconómicas adoptadas y mucho de la remisión del Covid-19.

Por una vez, la mejor receta económica la proporciona la sanidad: muchas dosis de diferentes vacunas que permitan inmunizar a la mayor parte de la población en junio. A ver si en esta ocasión, el gobierno cumple con lo prometido. Sería maravilloso.