La manifestación del sábado en Barcelona, bajo el lema No tinc por, supone el colofón a uno de los capítulos más dramáticos y tristes de nuestra historia. Y debería dar paso, si es que existe entre nuestros políticos una mínima capacidad de autocrítica, a la reflexión profunda y al análisis. Es indispensable aplicar el escalpelo y diseccionar con lupa todo lo que ha ocurrido. Sapientum post eventum, como reza la locución latina: conocimiento tras el acontecimiento. Necesitamos conclusiones que eviten o dificulten al máximo que esto pueda repetirse en el futuro.

Y los responsables últimos, los que toman decisiones cuando las toman, deberían hacer esa reflexión despojados de su vergonzosa propensión al elogio, la palmadita y el impúdico onanismo que han mostrado en muchos momentos de estos diez interminables días. Nadie duda de que el resultado final, la rápida captura o muerte de los asesinos, es satisfactorio. Vaya por delante el aplauso a los Mossos d'Esquadra y a todos los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado implicados, con medalla o sin ella. Dicho esto, deberíamos poner el dedo en la llaga y entender que se han hecho muchas cosas mal, rozando la chapucería. Esos errores operativos ya han sido aireados por muchos medios de comunicación, así que no los enumeraré. Pero sí que hay uno que merece volver a ser remarcado, porque es de manual. Me refiero, obviamente, al vaudeville de Alcanar.

Deberíamos poner el dedo en la llaga y entender que se han hecho muchas cosas mal, rozando la chapucería, en relación a los atentados

¿Cómo es posible que 17 horas antes del atentado en Las Ramblas se produzca una brutal explosión en una casa de esa localidad, creando una columna de humo visible a kilómetros de distancia, y los Mossos, sabiendo que la vivienda estaba ocupada por un grupo de musulmanes --todos los vecinos lo sabían--, y con más de 100 bombonas de butano a la vista, consideren que ha sido un accidente por acumulación de gas?

En Alcanar aparecieron dos cadáveres y un herido, al que trasladaron a un hospital sin interrogarle; de haberlo hecho --pues su estado lo permitía--, se podría haber evitado lo que sucedería al día siguiente en Barcelona y Cambrils. Los Tedax de la Guardia Civil, personados al poco en el lugar de los hechos, hubieran tenido clarísimo el escenario de haber podido acceder, porque todo estaba impregnado de triperóxido de triacetona (TATP), que es el explosivo favorito de los yihadistas, pero fueron despachados con expresión compungida: lo sentimos, compañeros, pero tenemos “órdenes de arriba”, no podéis entrar aquí. Algo así debieron decirles, porque lo cierto es que la fraternidad y simpatía entre Mossos y Guardia Civil está fuera de duda.

Es tras el atentado de Barcelona, atando cabos, cuando se empieza a barajar la posibilidad de que la explosión de Alcanar guardara relación con el ataque terrorista. Eureka, pero... too late! También se hubiera evitado, de no producirse ese tira y afloja sobre competencias, que 9 mossos y bomberos resultaran heridos en una segunda explosión al proceder al desescombro del lugar.

En un comunicado emitido por la Asociación Unificada de la Guardia Civil (AUGC) y el Sindicato Unificado de Policía (SUP), se lamenta, pese a apoyar y reconocer el valioso trabajo de los Mossos, la falta de colaboración y el haber sido relegados en un asunto tan trascendente. A las pocas horas, la Federación de Profesionales de la Seguridad Pública en Cataluña (FEPOL) replica diciendo que un comunicado así es vergonzoso, y que todo lo publicado es falso. Pone incluso en duda el hecho de que la Guardia Civil se personase en Alcanar.

A lo largo de estos días se han producido infinidad de desencuentros similares a este, o peores, que vienen a demostrar que, tras la aparente unidad de acción ante una situación tan terrible, subyace una confrontación política abierta entre el Gobierno central y el autonómico, un proceso de ruptura, un desafío que inutiliza nuestros mejores recursos cuando todos son necesarios y vitales.

Es preocupante ver cómo un puñado de jóvenes puede radicalizarse a la velocidad de la luz al caer en las garras de un imán fanático

Al margen de oscuras razones e intrigas políticas, por parte de indeseables de baja estofa, lo más preocupante es ver cómo un puñado de jóvenes, adolescentes, casi imberbes, y algún adulto --las edades van de los 17 a los 42 años--, que según amigos, familiares y condiscípulos, eran personas absolutamente normales, integradas, puede radicalizarse a la velocidad de la luz al caer en las garras de un imán fanático, con antecedentes penales, traficante de drogas, expulsado de una mezquita en Bélgica, y orquestar, sin que nadie sospechara nada y con mínimos recursos --unos pocos miles de euros, cuchillos, furgonetas-- un ataque que, sin los consabidos errores operativos cometidos, hubiera materializado una matanza de proporciones incalculables.

Según datos de la Unión de Comunidades Islámicas de España, 512.482 musulmanes viven en Cataluña. Representan el 7% de nuestra población, cuando en el resto del país apenas superan el 3,5%. En Girona ya sobrepasan el 11%. De las 109 mezquitas radicales salafistas en territorio nacional, 79 están en Cataluña. De la magnitud de estos datos tiene una inmensa responsabilidad la Generalitat de Cataluña, y sus políticas desplegadas en los diez últimos años. Quien quiera entender, que entienda.

Piénsenlo: sólo con que un insignificante 1% de los musulmanes catalanes acabara radicalizándose, tendríamos cinco mil problemas. Hay estudios y análisis que concluyen que la cifra podría ser superior. Poca broma. Y créanme: nada más lejos de mi ánimo y propósito que estigmatizar a un pueblo, su credo, su cultura y costumbres. Merecen todo mi respeto. Pero soy de los que opina que el discurso y las enseñanzas que se imparten --o inoculan-- a los más jóvenes y vulnerables debe ser claramente fiscalizado.

Porque ese imán, que Alá maldiga, es el verdadero asesino.

La inmersión en paraísos oníricos sólo genera fanáticos.