Pedro Sánchez se cayó del caballo la mañana del miércoles pasado: “Ojalá llegue un día en el que la Diada sea la fiesta de todos los catalanes y todas las catalanas [...] Ojalá ese día llegue pronto”. Su comentario fue tanto una desiderata como una constatación. Nadie puede negar que el 11S es la Diada Nacional de Catalunya, es así oficialmente, pero también en sentido estricto. No es una Diada a secas como el día festivo del resto de autonomías, con la excepción del semanasantero día de la patria vasca.

Tanto el Aberri Eguna como la Diada Nacional no son fiestas transversales ni inclusivas, pese a los esfuerzos económicos con dinero público e intelectuales con escritores a sueldo para dotarlas de simbología y trascendencia. Estas fiestas son construcciones derivadas de dogmas identitarios que, como tales, son excluyentes. Ambas fiestas están cargadas de elementos religiosos. En el caso del Aberri Eguna el nacionalismo vasco nunca ha escondido dicha relación, puesto que se celebra de manera móvil según el calendario lunar de la Semana Santa. Así, cada domingo de Resurrección los vascos están llamados a recordar que aquella mañana de pascua de 1882, Sabino, al despertarse, le comentó a su hermano Luis que había conocido “por fin su patria”. Sea cierto o no ese delirio, es innegable la catolicidad de la resurrección nacional de los vascos cada Aberri Eguna.

En el caso de la Diada Nacional el catalanismo de todo signo y condición insiste en que se recuerda la derrota de Cataluña en 1714 con la caída de Barcelona a manos de las tropas borbónicas. Aún más, Junqueras tuvo a bien advertirnos --cuando hacía sus pinitos como historiador-- que el 11S no es un mito, sino un hecho histórico. Polemizar sobre esta distinción sería generar un debate bizantino. Es obvio que el 11S de 1714 existió, otro tema es el proceso de invención que el catalanismo --sea en su versión romántica o psuquera, tanto da-- ha hecho sobre lo sucedido y sobre el significado de ese día y la pérdida de las “libertades” catalanas.

Que levante la mano el que puedea asegurar que en el Fossar de les Moreres no está enterrado ningún traidor ¿Es posible una excavación arqueológica para que identifique genéticamente la catalanidad de los sepultados? Me temo que, como sucedió con el resto de fosas que había en la ciudad, allí deben estar viviendo el sueño de los justos restos de austracistas y de borbónicos caídos en el combate cuerpo a cuerpo que mantuvieron en sus calles, y que fueron amontonados y enterrados ante su rápida descomposición. Cuando el presidente de turno lleve su ofrenda al Fossar debería ser consciente de este detalle, el mismo que ha de tener presente cuando ponga flores ante el “españolazo” de Rafael Casanova. Que suene el himno de España antes o después de Els Segadors es de justicia histórica o, mejor, de superposición corpórea y simbólica.

Hoy día el único hilo que une el 11S de 1714 con la Diada Nacional no es la derrota de los “catalanes buenos”, sino el fanatismo de los dirigentes y del clero barcelonés que se opusieron a la capitulación, y que optaron unilateralmente por el sacrificio, innecesario en aquel momento, ahora y siempre. La historia no se repite, pero se parece mucho, repetirla es de majaderos y convertir los mitos en hechos es de fanáticos. Cuando el Día de Cataluña deje de ser la Diada Nacional es que el diálogo entre catalanes habrá dado sus frutos. Aquella propuesta de los líderes catalanistas del PSUC en 1967 de celebrar el 11S de manera transversal e inclusiva hace años que fracasó.

El pasado miércoles no solo fue un día de pasión, una jornada para exhibir el sueño colectivo de la frustración independentista, la de una parte de Cataluña. Si hubiera habido puente, el fracaso podría haber sido aún mayor. Pese a todo, con el último 11S ha quedado aún más claro a ojos de todo el mundo que la jibarizada Diada Nacional es guerracivilista o no es Diada Nacional. La intransigencia soberanista es más que evidente por el monopolio que hasta ahora han hecho los nacionalistas de la misma Diada y de Els Segadors, un sectarismo que incita a la resistencia civil y pacífica, españolista o no. La guerra de himnos no ha hecho más que empezar.