La cuarta generación de la familia López-Gilabert que se dedica a la restauración ha cerrado el círculo con una oferta global gastronómica, turística y enológica en torno al Delta de l’Ebre y a sus productos. Una propuesta de fin de semana o de minivacaciones.
Así como algunos grandes bodegueros han llegado a la misma meta a partir de sus vinos, de la cultura enológica y finalmente de la hostelería y la restauración, en el caso de Villa Retiro, el recorrido ha sido el inverso. Lo inventaron los franceses y hoy aquí disponemos de ofertas redondas para todo un fin de semana como ésta.
La 'casa del indiano'
Tras adquirir la finca conocida como la casa del indiano y del millonario, en 2001, los López-Gilabert dedicaron cuatro años a levantar un hotel de cinco estrellas de sólo cinco habitaciones y dos suites. La casa colonial, obra modernista de Josep Fontseré, está rodeada de 3.000 metros cuadrados de un jardín exótico proyectado a gusto del indiano Jaume Martí, que quiso dejar así la huella de sus años en Argentina.
Desde 2009, la cocina del hotel dispone de una estrella Michelin, Francesc López, que dirige el negocio junto a su hermano Joaquim, estudió en la Escuela Hoffman de Barcelona y luego trabajó tres años en París, aprendiendo de Alain Ducasse.
Su cocina se centra en el producto local, tanto del mar como de la tierra. Desde las ostras al pichón, pasando por las angulas del Delta y el atún en sus múltiples maneras. Y, por supuesto, los arroces.
Productos del terroir con elaboración actualizada
Francesc (Fran) López emplea los productos clásicos del territorio, pero con la sensibilidad y la técnica más actualizada. Así, utiliza la espuma de plancton y nos recuerda a Ángel León, y en el siguiente plato rinde un homenaje al Celler de Can Roca con su infusión de humo de sucarrat en las cigalas hechas al vapor.

Los hermanos López y el sumelier Javier Campo viajaron a Barcelona para recordar en voz alta que unos kilómetros al sur hay una gente que mantiene desde hace seis años la estrella Michelin con una apuesta moderna y creativa, centrada en la singularidad de lo que ofrece el territorio.
Menú demostración de lujo
El menú que ofrecieron comenzaba con entrantes de la zona. Dos ostras del Delta, una cruda y otra tratada con vapor. Angulas con bicho, salsa de trufa y yema de huevo de pato. Y las citadas y delicadas cigalas.
Después, un arroz untuoso hecho con pato y tuétano de ternera; la anguila crujiente elaborada tras varias cocciones con mantequilla, al estilo Hôtel Plaza Athénée, con berenjenas. Y un dento con texturas de cítricos y estragón.
Las carnes consistieron en un ris de veau (mollejas de ternera) hechas con trufa de verano y con coliflor como desengrasante; y una polla de agua acompañada de ñoquis de patata y múrgulas.
Vino de la casa, nunca mejor dicho
Todo ello regado con vinos de la zona, básicamente elaborados con garnacha y cariñena y de la DO Terra Alta. Eran vinos de la bodega Pagos de Híbera, propiedad también de la familia López-Gilabert.
Indià blanco hecho con garnacha de la cosecha del año pasado de viñas de entre 35 y 65 años, y Gamberro del 2011, elaborado con la misma uva a partir de cepas aún más viejas y pasado por barrica. También bebimos Gaberro tinto, hecho con syrah, cariñena y cabernet sauvignon.
Una comida a base de carta puede salir en torno a los 65 euros, aunque los menús oscilan entre los 35 euros en el caso de los mediodías y los 90 euros en el caso del menú homenaje.
La bodega, que ocupa la modernista Catedral del Vino obra del arquitecto César Martinelli, está abierta al público, que además de visitar sus dependencias puede participar en catas de vinos y de aceites.