La revista 'Ínsula' en su 75 aniversario / DANIEL ROSELL

La revista 'Ínsula' en su 75 aniversario / DANIEL ROSELL

Letras

'Ínsula', noticia de un aniversario

La revista decana de los estudios literarios hispánicos, fundada en plena posguerra y equivalente a las publicaciones internacionales de alta cultura, cumple 75 años

25 marzo, 2022 22:50

El año 1946 fue la fecha en la que, derrotado el Eje y con España aún enrocada en posiciones totalitarias que no favorecían la apertura a nuevas ideas, Enrique Canito, alejado de su cátedra de francés hasta ser depurado, como tantos, puso a andar un boletín bibliográfico que ostentaba el nombre de la librería Ínsula, que había abierto en la céntrica calle del Carmen madrileña, especializada en la importación de libros. Esa modesta publicación con voluntad de airear el ambiente rancio de la autarquía cultural y crear una corriente que comunicara con la España transterrada, y con el hispanismo en general, pronto se consolidó como una importante revista cultural. Fue, por así decir, una tertulia de papel cuyas hojas tenían una página puesta en el interior y el otro ojo en el ancho mundo, no solo hispánico, pues incluyó cartas de al modo de las que en los años veinte y antes habían publicado desde diferentes capitales y para un público lejano figuras tan destacadas de las letras como T. S. Eliot, Ezra Pound o, por volver al ámbito hispánico, Ricardo Güiraldes.

Se ha cumplido el 75 aniversario de este alumbramiento. El balance impresiona por los logros y también plantea la interrogación de cómo ha evolucionado la sociedad culta a la que iba dirigida Ínsula, y qué misión puede tener en el presente, porque lo cierto es que las sociedades mudan, como las personas, y lo que funciona en una época no tiene por qué servir para otra. Solo como aparente contradicción, porque las dictaduras empujan a llevar una doble vida, quienes asistían a aquella originaria tertulia buscaban aire puro en el ambiente cerrado y semiclandestino de la librería, una vez echado el cierre de esta y colocado, dando la espalda al escaparate, un tresillo de anea que había pertenecido a Juan Ramón Jiménez.

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No eran años para mucho tertuliar en libertad, y en otros puntos de encuentro madrileños como los cafés Gijón o Teide, o aquellos de la glorieta de Bilbao donde ejercía de maestro don Pedro Mourlane Michelena, había que andarse con tiento porque el discurso apenas podía ser sino unívoco, nada que ver con el ambiente de una década anterior en el que era posible que coincidieran en el Lyon d’Or una tertulia falangista y otra muy de izquierdas presidida por José Bergamín.

Para la revista, Canito (director de 1946 a 1982) tuvo la virtud de rodearse de buenos colaboradores, empezando por José Luis Cano, primero secretario, luego subdirector y andando el tiempo director (1983-1987). El curioso tándem Cano y Canito (a los que presentó Juan Guerrero, el fiel notario de la vida de JRJ y “cónsul general de la poesía” según Federico García Lorca) contó con la cooperación, consejo y firmas de Ricardo Gullón, Julián Marías y un largo etcétera. Inicialmente el subtítulo era Revista bibliográfica de ciencias y letras. Hoy el enfoque ha cambiado y se ha invertido el orden de los términos: Revista de letras y ciencias humanas, no en vano la literatura se erigió en el motor de la publicación.

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Hacía años que había dejado de editarse la Revista de Occidente, fundada por José Ortega y Gasset, luego recuperada en 1963, pero la impronta de aquella y de este gravitaron sobre Ínsula. Por factura y contenido, los primeros años de la posguerra habían contado con revistas de gran calidad en la que dejaban artículos y piezas de diverso alcance figuras mayores de nuestras letras como Azorín o Manuel Machado: Jerarquía, Escorial, Garcilaso y Vértice, de gran empaque. Pero en estas cabeceras, con algunos matices, lo que se hallaba era todo en la línea del régimen: otros nombres, aunque poseyeran notables dotes literarias, eran Eugenio Montes, José María Alfaro y Agustín de Foxá, por decir tres, que entraban de lleno en el campo de los azules.

Una gran calamidad de nuestra historia ha sido la simplificación en bandos irreconciliables, el “quien no está conmigo está contra mí”, de modo que para los azules los que no lo eran quedaban reducidos a la condición de rojos, mientras que para los que sí lo habían sido (y ya no quedaba casi ninguno en el país) los de enfrente eran todos fascistas. Ínsula era de vocación liberal en el mejor sentido de la palabra y, sin hacer bandera política, se situó en el ámbito de lo que había sido el republicanismo moderado de antes de la guerra y los valores de la Institución Libre de Enseñanza.

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Algunas iniciativas, centradas en la poesía, tuvieron corta vida, pero sería injusto no recordar, por ejemplo, Espadaña (1944-1950) con espíritu abierto. Ninguna sin embargo ha sobrevivido lo que Ínsula, y ninguna se ha convertido como ella en el equivalente sostenido de revistas de alta cultura como la inglesa The Criterion, que Eliot echó a andar justamente hace ahora un siglo (y en la que llegó a publicar nuestro compatriota Ramón Gómez de la Serna). Hasta ha sido objeto de tesis doctorales, como la de Antonio Guerrero Rodríguez.

Sus protagonistas también han aportado información sobre su origen y su historia. “El nombre de Ínsula fue escogido por una razón simbólica, que en aquellos años de la vida española indicaba la idea de una isla de cultura en un desierto de ella. Las intervenciones de la censura fueron constantes, hasta el punto de que era raro el número que no sufría mutilaciones”, contó José Luis Cano en 1985, y añadía: “Tuvimos varios secuestros y un año entero de suspensión en 1956, a raíz del número que dedicamos a Ortega y Gasset en su muerte, número que fue expresamente prohibido por las autoridades franquistas y que no obstante publicamos. Juan Aparicio, por entonces director general de Información, lo consideró una provocación y nos cerró”.

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Hoy no es una revista académica, eso sería limitarla a un tono árido que en general no tiene. A diferencia de otras publicaciones dirigidas al ámbito universitario, Ínsula tiene ilustraciones y posee un diseño cuidado y atractivo. No ha sido fácil mantener su supervivencia, y desde 1983 es de Espasa, esa editorial que pertenece al Grupo Planeta que lo mismo premia libros sonrojantes, dizque de poesía, que da alas a la producción lexicográfica y gramática de la Real Academia Española. De hecho, en el respaldo que logró de Espasa tuvo mucho que ver, en tiempos en los que el Diccionario de la RAE (en papel, naturalmente) dejaba pingües beneficios, que el director de Ínsula y el de la secretario de la Academia fueran la misma persona: Víctor García de la Concha (director de Ínsula a partir de1987 y secretario de la RAE desde 1992 y director de la misma entre 1998 y 2010). Durante un tiempo, además, la revista tuvo apoyo de la Fundación José Manuel Lara, también del Grupo Planeta.

García de la Concha, nada más ocuparse de ella, tuvo el acierto de entender que el hispanismo no es solo el español o la lengua castellana: que los idiomas cooficiales han de tener también cabida, y en su comité de dirección integró a Jon Kortazar por el vascuence, Jaume Pont por el catalán y Anxo Tarrío Varela por el gallego, además de Pere Gimferrer, que se mueve con comodidad tanto en catalán como en castellano. Esa voluntad abarcadora se trasladó luego al Instituto Cervantes, cuya dirección ocupó más tarde García de la Concha, y desde entonces y muy sobresalientemente en los últimos años el Cervantes ha potenciado la enseñanzas de esas lenguas españolas en el extranjero.

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También la revista presta desde siempre una gran atención a todo lo iberoamericano, incluido lo portugués y brasileño. ¿Cómo, siendo el portavoz plural del hispanismo no iba a atender a las literaturas transatlánticas? Todo eso propició que recibiera la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Vicente Aleixandre, íntimo amigo de Cano, resaltó en su libro Los encuentros (1958) la importancia, además, que para Canito tenía informar “sobre otras disciplinas decisivas para comunicar ese afán de saber que la guerra había truncado: la ciencia, la filosofía, la historia, el arte, el cine, el teatro, en fin, todo aquello susceptible de cumplir el noble propósito de ensanchar la cultura de los españoles”. Y recordó cómo entre los colaboradores estaban figuras tan reputadas de distintas disciplinas como Francisco Grande Covián, Melchor Fernández Almagro, Juan Rof Carballo, Gregorio Marañón Moya o José Luis L. Aranguren entre muchos otros.

Igualmente recordaba el Premio Nobel de Literatura cómo se produjo la primera colaboración de María Zambrano en 1952, cuando no era conocida en España. Fue por mediación de Luis Cernuda, y esto lleva también a un aspecto que se suele olvidar de Ínsula, que como otras revistas (Litoral por ejemplo, o la misma Revista de Occidente) también ha publicado libros. En su catálogo hay títulos tan importantes como la segunda edición ampliada (1949) de Ocnos, el gran libro de prosa poética y memorialista de Cernuda. De hecho, la editorial llegó a publicar alrededor de trescientos títulos, la mayoría de ellos agotados cuando Espasa la compró, momento en el que el nuevo propietario cerró la librería.

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El poeta sevillano, que en sus delirios paranoicos a veces veía conspiraciones donde no las había y al final rompió con Canito y Cano, a quien acusó de cosas ridículas, fue uno más de los colaboradores del exilio que tuvo Ínsula, en la que él y otros publicaron ensayos y estudios. También lo hicieron autores latinoamericanos de la talla de Alfonso Reyes, Pablo Neruda, José Lezama Lima, Julio Cortázar, Rómulo Gallegos, Nicolás Guillén, Alejo Carpentier, Alfredo Bryce Echenique u Octavio Paz. Desaparecidas precisamente hace mucho Plural y Vuelta, las dos grandes revistas de Paz, así como Sur de Victoria Ocampo, Proa de Borges y tantas otras publicaciones periódicas de la cultura de nuestra lengua, el reto de Ínsula es no convertirse en una revista académica o científica (por más que sea de letras su contenido) esquivando ese escollo y el de los cantos de sirena de ser de creación literaria o el equivalente de un suplemento cultural.

¿Le convendrían más poemas o cuentos ofrecidos con regularidad? Aunque tiene muchas suscripciones de universidades de los cinco continentes, desde hace años pierde número de lectores, como han ido perdiendo revistas que podrían ser sus equivalentes. El semanal Times Literary Supplement no parece haber optado por la mejor solución reduciendo el número de páginas y la extensión de las colaboraciones, en plan ligerito, para entendernos. Los quincenales London Review of Books y New York Review of Books mantienen sin embargo número de páginas y el desahogo en el tratamiento amplio de los libros (de cualquier temática) que cubren.

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Ínsula (mensual) publica un elevado número de monográficos de abigarrada erudición y generalmente buena prosa que los convierten en piezas, si no de coleccionistas, sí ineludibles para el interesado en el asunto en cuestión. También algunos números misceláneos y, desde hace pocos lustros dedica en abril un Almanaque al año anterior, buen repaso al estado de la cuestión de nuestra literatura. No puede ser prescriptiva, porque apela solamente a una élite de los estudios literarios. Los suplementos de la prensa general pierden fuelle como foros de recomendación. En consecuencia, lo que cultiva Ínsula es la excelencia, que suele estar reñida con la actualidad. Su actual directora, Arantxa Gómez Sancho, tiene por delante el reto de lidiar con la cada vez más galopante digitalización, que no debería ser óbice para la continuidad de la revista en papel para cuya distribución en depósito en selectas librerías, las cien que cuentan en toda España, la red de Planeta es impagable. Quizá ello ayudaría a encontrar nuevos caladeros para esta joven isla que acaba de superar los 75 años.