'Homenot' George Gershwin / FARRUQO

'Homenot' George Gershwin / FARRUQO

Música

El 'Summertime' de George Gershwin

La melodía de 'Porgy and Bess', originalmente una 'lullaby' escrita para una ópera sobre la historia de amor de dos afroamericanos, ha sido objeto de un sinfín de versiones de músicos y artistas

3 septiembre, 2022 19:30

El caso de Summertime es el de una canción de cuna convertida en un himno a la infancia feliz: "Verano y la vida es fácil / Los peces saltan  y el algodón esta alto / Tu papá es rico y tu mamá es guapa / Así que silencio, pequeño bebé, bebé, no llores". Es la pieza clave de Porgy and Bess, la ópera americana por antonomasia, basada en una narración en boga en el primer tercio del siglo pasado sobre el amor de una pareja de afroamericanos en medio de unas condiciones de vida extremas.  La canción resume el caudal de su compositor, George Gershwin: el dramatismo operístico, el color local del blues y el gospel elevados sobre una arquitectura sinfónica.  La cantaron Louis Armstrong y Ella Fitzgerald, ignorando alegremente la partitura orquestal original y agregando solos e improvisaciones. En adelante, Summertime fue interpretada en incontables ocasiones por la pléyade que blasona el mejor jazz de siempre: Billie Holiday, Charlie Parker, Sidney Bechet, Mahalia Jakson, Janis Joplin, Mundell Lowe, Tom Waits o John Coltrane, entre otros. 

Las referencias de esta espléndida pieza, el verano, la cuna y los campos de algodón no expresan precisamente la liviana emoción de unas vacaciones. Mas bien representan el duro bregar del negro en los campos de Alabama: Porgy, un afroamericano discapacitado lucha por rescatar a su amada Bess de las garras de delincuentes, que se aprovechan de la debilidad y belleza de la chica. Con esa carga sociológica a cuestas, Gershwin apuntala la sentimentalidad de la canción y de toda la ópera, que tres décadas después, el Movimiento Pro Derechos Civiles de los años sesenta estigmatizó como un ejemplo lacrimógeno del colonialismo blanco; no fue el asesinado Luther King el que la señaló negativamente sino los radicales del Black Power, quienes situaron la humillación racial de la ópera solo un peldaño por debajo de La cabaña del tío Tom. La polémica fue brillantemente cerrada por la escritora Angelou Maya, excolaboradora de Malcom X, que había sido una figurante la Porgy and Bess en los musicales de Broadway. Sea como sea, después de la disputa de símbolos y realidades, nadie ha dudado jamás de su calidad musical.

George Gershwin compuso y representó la ópera, con libreto de su hermano Ira Gershwin, en 1935; se adentró después en el cine, donde musicó películas irrepetibles como We shall dance, protagonizada por los legendarios Fred Astaire y Ginger Rogers y A damsel in distress  con el mismo Astaire, Joan Fontaine y Gracie Allen. Pero desgraciadamente sus horas estaban contadas; murió prematuramente en 1937 cuando tenía 38 años, a causa de un linfoma cerebral. Había nacido en 1898. En diferentes crónicas sobre el compositor y pianista norteamericano blanco se reflejan las enormes regalías que recibía hasta convertirse en el músico más rico de su tiempo.

También se repite la anécdota de Maurice Ravel y Arnold Schönberg, quienes rechazaron darle lecciones de música clásica en París porque lo consideraban demasiado bueno. Lo cierto es que, a los quince años, Gershwin ya se ganaba la vida como pianista en los almacenes de partituras de Nueva York, y allí se coronó muy pronto como uno de los mejores de la canción popular. Por pura vocación, atravesó el Atlántico para vivir en París y convertirse en un hijo predilecto de las vanguardias. Se integró en el clima de renovación impulsado al final de ochocientos por Gustav Mahler, que había puesto en cuestión las formas léxicas del sinfonismo tradicional –la melodía, el ritmo, la estructura– abriendo para los exploradores un espacio virtual prexistente, en un momento en que el expresionista Gustav Klimt irrumpía en la misma dirección, en el campo de la pintura.

Cartel de la adaptación cinematográfica de 'Porgy and Bess' dirigida por Preminger / COLUMBIA PICTURES

Cartel de la adaptación cinematográfica de 'Porgy and Bess' dirigida por Preminger / COLUMBIA PICTURES

Cuando la música europea se liberó de la tonalidad, Gershwin encontró la puerta de entrada a la fusión jazz-clásica; volvió sobre la tradición popular americana, pero integró para siempre en sus composiciones el espíritu dodecafónico de la llamada Segunda Escuela de Viena, la de Schönberg, Alban Berg o Anton Webern; a esta generación de músicos se la llamó Segunda porque la Primera, la Escuela de Viena inmarcesible, había sido liderada por Haydn, Mozart y Beethoven.

Gershwin se consagró por la vía de la fusión el día que Paul Whiteman celebró el primer concierto de jazz que se presentaba en una venerable sala de conciertos neoyorquina; le pidió al pianista y compositor que creara una pieza orquestal inicialmente llamada An American Rhapsody, para la Palais Royal Orchestra. Así nació Rhapsody in Blue. Con ella Gershwin se adentró en un terreno desconocido situado entre la música del siglo XX y el género clásico. Con sus notas, la nostalgia y la melancolía típicos del blues colonizan el torbellino urbano de las muchedumbres en grandes arterias bulliciosas, bajo las moles despiadadas de los rascacielos.

Cuando las cuadrículas de Nueva York y Detroit pasaban a ser símbolos del urbanismo naciente –Ludwig Hilberseimer y Mies van der Rohe en el Lafayete Park de la capital de Michigan o edificios como el Flatiron y el Crhysler, en Nueva York– la música de Gershwin orientó la estética de un tiempo que salía del crack del 29, gracias al New Deal de Franklin Delano Roosevelt. La Rhapsody puede resumirse como la contribución de un piano exquisito acompañado de orquesta. Su puesta en escena demostró un gancho especial de Gershwin ante el público, que prefiguraba ya lo que sería, una década más tarde, la ópera americana por antonomasia: Porgy and Bess.

Summertime –"Una de estas mañanas te levantarás cantando / Y extenderás tus alas y llegarás hasta el cielo"–  es el reflejo del sueño americano, la creación de una nueva música basada en las aportaciones afroamericanas y el folclor que arrastran consigo las clases migrantes de principios del novecientos. De hecho, en algunos pasajes de la ópera aparecen reminiscencias de la música judía, justamente la ascendencia de Gershwin, nacido en el seno de una familia rusa de origen hebreo. Después del incierto estreno de Porgy and Bess, en Boston, Summertime, como pieza única al margen del conjunto, acabó generando un consenso duradero.

Un prestigio que tuvo que abrirse camino a pesar de la crítica poco fervorosa de Leonard Bernstein cuando dijo que la ópera no era una “composición del todo” a pesar de tener unos temas fabulosos. Bernstein, también de origen judío-ruso, es un emblema de los académicos en un mundo sin academias; de haber nacido en el siglo XVIII, seguramente hubiese estado más cerca de la Europa de Richelieu que de las aportaciones de las músicas barroca y romántica que revolucionaron los auditorios.

A cada salto que da la música contemporánea, sobresale la queja de los puristas por simple contagio de la envidia. Lo que a la gente le gusta, al pureta le da grima. Parece que los guardianes de las esencias, como lo fueron Perrault y Le Brun en la Francia ilustrada, impulsan otra vez la Querella de los Antiguos. A lo largo de la pasada centuria, los defensores de la tradición se creyeron en posesión de una erudición histórica sin fisuras, sin advertir que los jazzistas emergidos de la música espiritual negra constituían la auténtica fronda del cambio de paradigma.

Justamente, el hecho de sobresalir en ese experimento y conseguir llevar el jazz a sus límites es lo que hizo que Gershwin levantara ampollas. El crítico Oscar Thompson consideró que jazzificar la clásica destruía la belleza original de este género propio de las clases más cultas. Al otro lado de la misma oposición, el mismo Duke Ellington, consideró que era mejor mantener el jazz en su fuerza inicial. Frente a las obras de Gershwin y a orquestas como la de Paul Whiteman había surgido un sentimiento que criticaba la pureza del presente desvirtuada por la sofisticación del pasado, y sin apenas advertirlo, anunciaba la desaparición imposible del arte contemporáneo.

Al mundo clásico le costaba entender que, con creaciones como Summertime, la música negra estaba enriqueciendo el género popular. La reacción de ciertas élites europeas se añadió al clasismo de la América blanca, considerando a la pareja de Porgy and Bess una muestra innecesaria de gente de inferior en cultura y posición. “Summertime nació como un propósito, no como un fin”, en palabras del mismo Gershwin. Fue una idea genialmente disparatada fruto de la elucubración. Como en tantas ocasiones, en EEUU, el éxito de la canción de cuna solo se reconoció tras su logro comercial

Su accidentada gestación puso a prueba los límites del jazz, después Amstrong y Parker, y se preguntó sobre el incierto futuro de la sinfonía, después de Beethoven. Dos preguntas retóricas además de incontestables. Mas allá de las disputas puristas, podríamos decir que la voz del pueblo colonizó la sociedad. Y conectó con los derechos civiles preconizados por los padres de la democracia americana, quiénes a fuer de elitismo, como Jefferson, inspiraron un renacimiento helénico en el que todos tenían cabida. Siete décadas y media después de la muerte de Gershwin, su verano, Summertime, todavía tambalea corazones y reeduca estados de ánimo sin resentimiento: "..la vida es fácil /  Los peces saltan y el algodón está alto".