Lo primero que escuché de Lou Reed (Nueva York, 1942-2013) fue la canción Walk on the Wild Side, incluida en su álbum de 1972 Transformer, producido --y yo diría que dirigido, concebido y arreglado-- por David Bowie y que, a día de hoy, sigue siendo uno de mis discos favoritos de todos los tiempos. Me consta que los genuinos fans de Reed --entre los que no me cuento, pues es un tipo que siempre me ha gustado a ratos, un poco lo mismo que me pasa con Tom Waits-- prefieren su siguiente obra, Berlín, y que Transformer les parece un disco de Bowie por persona interpuesta, pero a mí Berlín, pese a mis esfuerzos e insistencia para que me fascine, siempre me ha resultado moroso, pretencioso, petulante y, básicamente, aburrido. ¡Anatema!, oigo clamar a mi viejo amigo del underground Ignacio Julià, que ha consagrado toda su vida a la adoración de Lou Reed, de quien llegó a hacerse amigo, pese a la fama de sujeto con muy malas pulgas que arrastraba el muchacho. Lo siento, Ignacio, nunca he podido con Berlín. Y, de hecho, aparte de Transformer, los únicos discos de tu ídolo que he disfrutado en su totalidad son New York (1989), que me parece una obra maestra, y Songs for Drella (1990), el homenaje que dedicó a Andy Warhol a medias con su compadre John Cale. Sobre sus dos últimas obras, The raven (2003) y Lulu (2011), en compañía ésta del grupo Metallica, guardaré un piadoso silencio. Sobre su primera etapa al frente de The Velvet Underground, nada malo que decir: hay ahí una obra impresionante que, en su momento, a finales de los 60, pasó totalmente desapercibida.David Bowie, en un concierto en Washington el 11 de noviembre de 1974 / HUNTER DESPORTES (CREATIVE COMMONS)Lou Reed representó como nadie el papel del artista maldito y atormentado, sin dejarse en el tintero ni un rasgo de tal prototipo: adicto a la heroína, homosexual --sus padres le aplicaron electrochoques de adolescente, hecho que acabaría inspirándole la canción Kill your sons--, arisco, de trato difícil (por no decir desagradable) y con una autoestima desquiciada: aunque en uno de sus temas aseguraba que su vida había sido salvada por el rock & roll, a menudo parecía que era él quien había salvado a esa música de los peligros de la frivolidad, la banalidad y el puro entretenimiento para adolescentes. Sus pocos amigos (y su última mujer, Laurie Anderson) lo quisieron mucho, pero para el común de los mortales siempre fue un sujeto desagradable y antipático que se creía soñado (por usar una expresión de Borges): Gay Mercader me comentó en cierta ocasión que había tratado a músicos enganchados a la heroína y luego desenganchados y que Reed era el único que le resultaba insoportable con drogas y sin drogas.La relación de Reed con las drogasLa verdad es que le sacó bastante jugo a la heroína. Los mitómanos del rock con tendencia a realizarse de manera vicaria siempre le agradecieron mucho que se chutara por ellos. Y algunos se engancharon al jaco por su culpa, entre ellos, un par de amigos de quien esto escribe. No quiero ponerme moralista, pero la actitud de Reed con la droga nunca me pareció ejemplar, sobre todo cuando pienso en que él la dejó en los años 80 tras contribuir a enviar al hoyo a gente que yo quería. En sus últimos años, junto a Laurie Anderson, el hombre alcanzó algo parecido a la serenidad y hasta le dio por practicar el tai chi y hacer unas fotos que, francamente, no eran gran cosa. Mientras tanto, mis amigos C. y A. llevaban años criando malvas.Imagen de Lou Reed del album 'Transformer'.Dejando aparte sus discos con los Velvets y algunos en solitario, Lou Reed siempre me pareció un compositor irregular, especialista en colar grandes canciones (pocas) en álbumes mediocres. ¡Nueva herejía!, le escucho a Ignacio mientras se rasga la chupa de cuero que no se ha quitado desde 1972. Su único disco que sigo escuchando entero de vez en cuando es Transformer, que me parece grabado en estado de gracia y en el que la presencia de Bowie es fundamental (me pasa lo mismo con Iggy Pop: mis álbumes preferidos de la bestia de Detroit son los dos que le produjo Bowie, The idiot y Lust for life).1972 fue un gran año para la música pop: se publicaron Transformer, el Ziggy Stardust de David Bowie y el primer álbum de Roxy Music. De esa cosecha, el amigo Julià eligió a Reed y no se separó de él en la vida. A mí me pasó lo mismo con Bowie y Bryan Ferry. Menos mal que en aquellos tiempos había mucho y bueno por escoger.