willydeville (1)

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Música

Willy DeVille

Mezclando todas las músicas que le gustaban, consiguió fabricar un personaje que, sonando a viejo, resultaba completamente nuevo y original

29 agosto, 2021 23:50

La primera vez que lo escuché --en 1977, con su primer single, Spanish stroll-- lo confundí con Lou Reed (que es, por cierto, lo mismo que me pasó con Lenny Kravitz y su Mr. Cab Driver pocos años después). Las frases en español de la canción me sacaron rápidamente de mi error, aunque no las pronunciaba él, y me llevaron a descubrir que aquel señor con aspecto de corsario hispano se llamaba Willy y era el líder de un grupo llamado Mink de Ville que acababa de sumarse al panorama pop de la época con un estilo tan personal como clásico, un pelín anticuado y francamente intemporal. Willy no se apuntaba a ninguna moda ni se insertaba en ningún movimiento: lo suyo era una mezcla del rhythm & blues de toda la vida, los ritmos de Nueva Orleans, las influencias latinas, el homenaje permanente a sus mayores (pensemos en su estupenda versión de You'd better move on, mejor que la de los Stones) y una actitud chulesca que dejaba entrever, a través de unas baladas enternecedoras, un corazoncito de oro. Willy de Ville, sencillamente, se hacía querer.

Al frente de Mink de Ville grabó seis discos espléndidos entre 1977 y 1985, iniciando luego una carrera en solitario, a su nombre, Willy DeVille, que duró casi hasta su muerte (su último álbum, Pistola, salió en 2008, y el hombre falleció en Nueva York en 2009 a causa de un cáncer de páncreas y una hepatitis C de los que no eran ajenos sus largos devaneos con la heroína: aún no había cumplido los 59 años). La verdad es que la fama --o una cierta popularidad-- le duró poco, y sus hits fueron escasos --Spanish stroll, Demasiado corazón y poca cosa más--, pero siempre contó con una base de fans reducida, pero extremadamente leal, de la que formaba parte quien esto firma. Lo que más me gustaba de sus discos, con la banda o en solitario, era su capacidad para alternar las piezas melancólicas, que ponían los pelos como escarpias, con los temas movidos o que incurrían directamente en la charanga (inolvidable su Mazurka, canción tan bailable como humorística). Por no hablar de su habilidad para apropiarse de temas popularizados por otros antes que él, ¡y no por cualquiera!: atreverse con Hey, Joe después de la versión de Jimi Hendrix era algo para lo que hacía falta mucho valor (y de lo que era admirable salir no ileso, sino triunfante, como fue el caso).

En realidad, no tenía nada que ver con Lou Reed, pese a la compartida afición por el jaco: el día que lo descubrí en la radio debía tener un exceso de cerumen en las orejas. Tampoco sé si lo que hacía podía considerarse estrictamente rock & roll, pero daba igual porque su fuerte personalidad permeaba todo lo que cantaba, daba igual si lo había compuesto él como si se lo había apropiado. Mezclando todas las músicas que le gustaban, Willy DeVille consiguió fabricar un personaje que, sonando a viejo, resultaba completamente nuevo y original. De ahí que quienes nos enganchamos a él no lo soltamos nunca hasta el día de su muerte. Este pirata y marciano retro hizo siempre lo que quiso y yo diría que jamás elaboró un plan para triunfar. Fue un excéntrico con raíces y abierto a influencias foráneas que apareció en un momento en el que había un público receptivo en el pop para las propuestas peculiares, personales, que no formaban parte de ninguna moda o estilo. Había quien encontraba ridículo su aspecto --melena, bigotillo de traidor de melodrama, camisas abullonadas, pendientes, botas de jinete--, pero yo siempre pensé que lo hacía destacar entre la masa rockera. Algunas de sus baladas me han acompañado en momentos de extrema melancolía, de la misma manera que sus temas bailables me han ayudado a hacer el ganso durante algunas tajadas memorables: el hombre se adecuaba a todos tus estados de ánimo. Y aunque suene a tópico, lo cierto es que ya no los fabrican así.