El cantante Tiny Tim / YOUTUBE

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Música

Tiny Tim

Fue una víctima más de un mundo que suele portarse mal con los raros, los diferentes, los soñadores y los excéntricos

7 junio, 2021 00:00

Es muy poco probable que en toda la historia de la música pop haya habido un personaje más estrafalario que Tiny Tim (Nueva York, 1932-Minneapolis, 1996), alguien que triunfó contra todo pronóstico a finales de los años 60 y que, probablemente, no estaba muy bien de la cabeza, aunque él se empeñara en mostrarse más o menos funcional. Niño triste, feo, narigón y temeroso de Dios, nuestro hombre nació como Herbert Butros Khaury --padre libanés y católico, madre polaca y judía-- y encontró en las canciones sentimentales del año de la pera el amor que se le negaba en el hogar, en el colegio y prácticamente en cualquier parte: el documental de Johan Von Sydow Tiny Tim, King for a day (Tiny Rim, rey por un día) retrata de manera sensible (e inevitablemente irónica) una vida que da cierta pena, pero que, al mismo tiempo, demuestra la capacidad de superación y el optimismo incurable de un friki monumental que encontró su lugar en el mundo durante unos pocos años y luego lo perdió, dedicándose a dar tumbos hasta su muerte en el escenario, aferrado al instrumento con el que había compartido toda su peculiar carrera, el ukelele.

Tiny Tim triunfó en la era dorada del rock sin tener nada que ver con el rock ni con lo que entonces podía entenderse como alguna variante de la música pop. Su mayor hit, Tiptoe through the tulips, era una antigualla de los años 30, y el resto de su repertorio era de la misma época, aunque también se permitía versionar éxitos del momento a su muy particular manera, que consistía en un falsete permanente que la gente se tomaba a chufla hasta que descubría que Tiny Tim iba totalmente en serio: superada la sorpresa inicial, un oyente mínimamente sensible podía llegar a emocionarse con aquel grandullón más feo que Picio, dotado de una espectacular nariz semítica y ganchuda, que lucía ropa ridícula y unas greñas espantosas que, en sus primeras actuaciones en clubs cutres, le granjearon todo tipo de insultos homófobos a cargo del sector más troglodita de la audiencia.

La década prodigiosa lo pilló ya con treinta y tantos años, pero solo en ella tenía la oportunidad un friki como él de hacerse famoso. Y la aprovechó. En muy poco tiempo pasó de ser la rechifla de la sociedad biempensante norteamericana a la condición de ídolo de masas. Su primer álbum, God bless Tiny Tim (1968), lo publicó Reprise, la compañía propiedad del mismísimo Frank Sinatra, y se vendió como rosquillas. Aunque en España nunca se le hizo el menor caso, la audiencia anglosajona se tiró unos años riéndose con él (o de él), pero asistiendo a sus conciertos y comprando sus primeros discos. Locuelo inofensivo, el pobre Tim ponía el corazón en todo lo que interpretaba (componer no era lo suyo), material generalmente rancio o versiones desquiciadas de éxitos del momento (a destacar lo que hizo con I got you, babe, de Sonny and Cher). En paralelo, seguía buscando el amor y encontró algo parecido tres veces: primero con Victoria Budinger (alias Miss Vicki, con la que contrajo matrimonio en directo en el show de Johnny Carson, siendo ese esperpento lo más visto en América después de la llegada del hombre a la luna), luego con Jan Alweiss (que lo plantó al cabo de un mes y luego salió una temporada con Donald Trump) y finalmente con Susan Gardner, fan suya desde la adolescencia que se encontró con un tipo enfermizo y decrépito, pero se lo llevó al altar y le hizo compañía durante un año. La hija que Tiny Tim tuvo con Miss Vicki, Tulip, siempre se ha mostrado bastante reacia a hablar en público de su señor padre, y no seré yo quien le afee la conducta por ello.

La fama le duró tan poco como las mujeres. Tras una serie de meteduras de pata profesionales a principios de los 70, cayó en manos de la mafia, que lo puso a hacer el ganso en sus locales de Las Vegas, y poco a poco fue cayendo en el olvido, hasta el extremo de llegar a actuar en un circo cutre o de protagonizar una película de terror no menos cutre como Blood harvest (Cosecha de sangre) en 1986 (año en el que, por lo menos, consiguió actuar con uno de mis grupos excéntricos favoritos, Camper Van Beethoven, a los que vi en directo en Barcelona en los años 90, formando parte de una selecta audiencia de casi treinta personas). En 1996 sufrió dos ataques al corazón y el segundo fue definitivo: le dio en el escenario de un club de jubilados y su mujer consiguió trasladarlo a una mesa cercana, pero allí mismo pasó a mejor vida.

Todos los que le conocieron afirman que era un hombre bondadoso que creía en Dios y en el amor y en que a este mundo hemos venido a hacernos felices los unos a los otros. Para muchos, solo fue una extravagancia más de los 60, cuando, como diría Cole Porter, anything goes (todo cuela), pero los que, tras la sorpresa y la hilaridad inicial, hemos acabado disfrutando de sus interpretaciones tenemos la impresión de que fue una víctima más de un mundo que suele portarse mal con los raros, los diferentes, los soñadores y los excéntricos. Personalmente, Tiny Tim tiene la habilidad de levantarme el ánimo: si he salido de la cama con el pie izquierdo, me basta con escuchar una vez más Tiptoe through the tulips para intuir que las cosas pueden mejorar en el momento más inesperado. A los que le consideren un payaso, un friki y un simple mamarracho solo puedo decirles que ellos se lo pierden y que no han entendido nada.