Phosphorescent, en un concierto en Bruselas / @Kmeron (CC BY-NC-ND 2.0)

Phosphorescent, en un concierto en Bruselas / @Kmeron (CC BY-NC-ND 2.0)

Música

Phosphorescent

El álbum 'Muchacho' de este artista estadounidense se disfrutaba de principio a fin y no contenía ni una sola canción sobrante, algo que los rockeros de una cierta edad agradecemos

27 noviembre, 2022 21:30

Bajo el alias de Phosphorescent, adoptado el año 2001, se esconde, pero no mucho, un curioso personaje llamado Matthew Houck y nacido en Huntsville, Alabama, en 1980. Reconozco que no había oído hablar de él en mi vida cuando, en 2013, me vi impelido a comprar su sexto álbum, Muchacho, obedeciendo a una de esas extrañas inspiraciones que me vienen a veces en las escasas tiendas de discos que van quedando en Barcelona (y en el mundo). Aunque no siempre acierto con mis intuiciones, lo de Muchacho fue un éxito absoluto, hasta el punto de que me pasé varias semanas escuchándolo a diario. Aparentemente, el señor Houck era un folkie más que, incluso, había grabado un álbum de versiones del gran Willie Nelson, To Willie (2009), pero se trataba, sin duda, del folkie más raro con el que me hubiera cruzado jamás. Mezclando instrumentos acústicos y electrónicos, Muchacho constituía un fascinante híbrido que a veces recordaba los experimentos de Beck, a veces rozaba la música planeadora de los años 70 y a veces se movía dentro de la más pura ortodoxia del folk rock. Su principal virtud era su capacidad de conmover al oyente o, por lo menos, a este oyente, gracias en parte a una voz tan quejosa y quebrada como emotiva y en parte a unas melodías que, enmarcándose en apariencia en el folk de toda la vida, iban bastante más allá y no eludían la mezcla con otros géneros. Muchacho se disfrutaba de principio a fin y no contenía ni una sola canción sobrante, algo que los rockeros de una cierta edad agradecemos especialmente porque nos recuerda los tiempos en los que casi todos los discos que comprábamos eran así, brillantes de la primera canción a la última. En ese sentido, Muchacho fue la culminación de una serie de esfuerzos previos que, sin estar mal en lo más mínimo, sonaban a la obra de un artista a medio hacer, de un hombre que está buscando su camino en la música. Empezó a encontrarlo en Pride (2007) y Here´s to taking it easy (2010), con el homenaje a Nelson de por medio. Eran discos cargados de hallazgos que no conseguían conducir a un producto totalmente satisfactorio porque no se entendía muy bien a donde quería ir a parar nuestro hombre. Muchacho es, en comparación, una obra de madurez en la que el señor Houck ha perdido definitivamente el miedo a mezclar el folk con cualquier otro estilo que se le pase por la cabeza en determinado momento y el resultado es sensacional (Muchacho fue también su disco mejor recibido hasta ahora por parte de público y crítica, lo cual no le llevó a apresurarse a grabar el siguiente: para eso hubo que esperar a la aparición del también espléndido C'est la vie en 2018).

El señor Houck se movió bastante por su país antes de instalarse en Nashville (pasó por Athens, Georgia y Brooklyn, Nueva York), donde vive tras casarse con la bajista de su grupo de acompañamiento y tener dos hijos con ella. Prolífico no se puede decir que lo sea: pasaron cinco años entre Muchacho y C'est la vie y hace ya cuatro que no distribuye material nuevo. Evidentemente, no es una estrella ni parece que vaya a serlo en un futuro próximo, pero no da la impresión de que tal evidencia le quite el sueño: con una pequeña base de fans repartida por el mundo, va que chuta. Aficionado a los alias, empezó su carrera haciéndose llamar Fillup Shack, pero creo que Phosphorescent le cae como anillo al dedo: sus canciones brillan, resplandecen y se reconocen de inmediato. Hay algo místico en ellas que a veces resulta comercial (el tema de Muchacho Song for Zula se ha usado varias veces en cine y televisión) y siempre muestra una gran capacidad para conmover al oyente. Puede que estemos ante un folkie con una querencia por el country, pero también ante un autor al que no le da miedo mezclar las músicas y los instrumentos de sus orígenes con los sonidos que ha ido descubriendo por el camino y que tan útiles le resultan a la hora de construir una obra tan original como sensible y emotiva.

Hay discos ideales para tamizar la melancolía y hacerla más digerible y hasta disfrutable. Sin duda alguna, Muchacho y C'est la vie son dos de esos discos. A ver con qué nos sorprende el señor Houck cuando decida publicar uno nuevo.