El escritor salvadoreño José María Méndez Calderón / WIKIMEDIA COMMONS

El escritor salvadoreño José María Méndez Calderón / WIKIMEDIA COMMONS

Poesía

Yo rechazar copiasón

Un poeta barcelonés se ha negado a usar mayúsculas hasta que "se acabe la represión política", un experimento ortográfico al que se avanzaron los escritores vanguardistas

7 noviembre, 2021 00:00

“Mientras no se acabe la represión política, sólo escribiré en minúsculas”, ha declarado un poeta barcelonés; y, en efecto, se ve que su nuevo libro viene todo en minúsculas. Ni una sola mayúscula, ¡ni por descuido! La iniciativa es tremenda, de una importancia capital, por no decir mayúscula. Tiene un efecto corrosivo: a cada inicio de estrofa, y también después de cada punto, el lector, al encontrarse la minúscula, es posible que se distraiga de lo que dice el poema y piense en la represión.

No es en absoluto despreciable la fuerza disidente de una iniciativa como ésta de prescindir de las mayúsculas. Si cunde el ejemplo, pronto saldrán otros poetas que se negarán a poner en sus versos comas, puntos, acentos, haches. Otros pegarán las palabras. O suprimirán los verbos. O intercalarán por todas partes las sílabas “ca”, “ram” y “ba”. La poesía, y también la prosa, se volverán ininteligibles. ¡El caos!

Por el momento, esas mayúsculas desaparecidas nos interpelan. Seguro que causarán mucha preocupación en los severos juzgados de instrucción, en las salas de banderas, en el palacio de la Moncloa e incluso en la Zarzuela, donde se articula esa “represión política” insoportable. Los quintacolumnistas, viendo ese exterminio de mayúsculas, se espantarán y saldrán de Barcelona corriendo como ratas.

Bien cierto es que a lo largo del siglo XX numerosos fueron los escritores de vanguardia que experimentaron con las normas de ortografía, prescindiendo valientemente de las mayúsculas, los puntos, las comas y la rectitud de los renglones. En los caligramas de Apollinaire las palabras bailaban por toda la página, las letras caían como gotas de lluvia o apuntaban como saetas... Maiakovski disponía los versos como escalinatas…

Juan Ramón Jiménez decidió sencillamente acabar con la letra “g”: ¡Borrada del abecedario, borrada sin contemplaciones! En su caso fue una decisión de carácter estético, completamente ajena a los compromisos políticos, por más que JRJ, como es bien sabido, tanto durante la guerra como después fue ejemplar en su honestidad, firmeza contra la dictadura y compromiso con la causa de la libertad.

Los más audaces se inventaban palabras, como Vallejo con su “Trilce”, título que ya anuncia un desparrame lexicográfico formidable. 

Los autores franceses del Oulipo jugaron a burlar de mil  maneras la normativa académica, y el mismo Pérec escribió “La disparition”, una novela lipogramática --en la que no figura ni una sola vez la letra “E”, que es la vocal más común en lengua francesa--. Un alarde de estilo. Un “tour de force” no al alcance de cualquiera. Y por si fuera poco, después escribió Les Revenentes, un lipograma de las vocales A, I, O y U, o sea que en toda la novela sólo se usa la vocal “E”. Eran constricciones autoimpuestas, con espíritu divertido y esteticista.

Entre todos los juguetones y aventureros, mi preferido, sin embargo, es el poeta salvadoreño José María “Chema” Méndez (1916-2006), que expuso su poética sólo con la forma verbal del infinitivo, prescindiendo de molestas partículas, preposiciones y conjunciones, para cuajar una prosa de piel roja o de telegrama desafiante:

“Mis escritos no coincidir ideas otros autores, no imitar escritores siglo oro ni escritores época […] y es deber aplaudir quienes moldes romper […] Yo rechazar línea tradición y líneas moda, rechazar copiasón”.

La ambición de Méndez no conocía márgenes ni orillas. Escribía composiciones en las que no sólo todos los versos, sino todas las palabras comenzaban con la misma vocal. Así, por ejemplo, en el largo poema narrativo Amor aniquilante:

         Amanda Arriaza amaba a Antolín

         Antúnez, ansiosa,

         apasionadamente. Antolín,

         actuando antagónicamente,

         abominaba a Amanda.

         Anteriormente, arrodillándose,

         adulándola, adquirió anticipo,

         alcanzó acceso amoroso,

         arrancándole aspiraciones

         abstenerse amoríos antes adquirir

         ayuntamiento autorizado Alcalde. Ahíto, aburrido

         al alcanzar antojo, asfixiábale ahora. Advirtióle:

         --¡Amo a Alicia! ¿Atiendes? ¡A Alicia!”

Etcétera, etcétera, todo un melodrama, y sólo con palabras que empiezan con “a”. Mientras que en otro poema, titulado Cóctel cianurado, todas con “c”:

         Celebrábase carnaval.

         Concurrentes comparecían

         con caretas, caperuzas,

         cucuruchos, casacas…

Hasta el amargo final:

         …Carmen

         consumió cocktail confinaríala cenotafio

         ¡Cataplún! Cayó convulsa.”

Es evidente que hoy no estamos ya en aquellos tiempos atrevidos y experimentales, pero el poeta cuya decisión anti-mayúsculas ha provocado estas líneas se inscribe como epígono en esa tradición. Yo respeto su decisión, pero como no soy poeta prefiero seguir disponiendo de mayúsculas y minúsculas como ases en la manga y usarlas a mi conveniencia. No seguiré sus huellas. Seguiré mi propio camino. “Yo rechazar copiasón.”