El escritor Andrés Trapiello, en Sevilla / @JAIMEFOTO

El escritor Andrés Trapiello, en Sevilla / @JAIMEFOTO

Poesía

Seis poemas de Andrés Trapiello

Renacimiento publica, en una edición ampliada a cargo de Eloy Sánchez Rosillo, 'El volador de cometas', una antología con los mejores poemas del escritor leonés

6 enero, 2022 00:00

Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) es uno de los mejores ensayistas en español, un editor exquisito y un poeta, más que secreto, íntimo, además de novelista y autor de títulos como Las armas y las letras, El Rastro o Madrid, la ciudad donde vive desde 1975. Su primer libro de poemas, Junto al agua, se publicó en 1980. Nueve años después fundó la colección La Veleta, publicada por la editorial Comares, que continúa dirigiendo hasta la actualidad, compaginando esta labor con la escritura de sus monumentales diarios: Salón de pasos perdidos. En 1993 obtuvo el Premio de la Crítica por su poemario Acaso una verdad. En 2021 publicó La fuente del encanto, una suerte de poética (escrita en prosa) con la que la Fundación Lara festejó el centenar de entregas de la colección Vandalia.

Letra Global publica, por cortesía de la editorial Renacimiento, seis poemas de El volador de cometas, una antología ampliada de su obra lírica, donde cultiva el tono elegíaco y una inmemorable factura de verso. La edición –su selección y su prólogo– ha corrido a cargo del también poeta Eloy Sánchez Rosillo, que define así la poesía del escritor leonés: "Trapiello es un poeta profundamente lírico. No concibe, pues, la poesía como entretenimiento o juego del ingenio, como problema intelectual ni como mera sonajería de los sentidos. Su poesía es un canto puro y emocionado que surge del espíritu; no pretende demostrarle a nadie lo brillante que uno es ni las ocurrencias tan originales que tiene. El poeta dice su poesía en voz queda para hablar consigo mismo, para preguntarse sin pretenciosidad por las cosas del mundo y para compartir sus soledades y sus perplejidades con quienes buenamente quieran escucharle".

AL FINAL DE LA TARDE

Al final de la tarde
las últimas estelas se detienen
en la pared de cal,
accidentes, cenizas.
En los ojos entonces los paisajes
suenan como lacados
y hasta parecen lágrimas,
tan suavemente llegan.

Hablo de mí porque temo a la muerte
desnuda de las cosas
y que la muerte venga a esta azotea
a quedarse en la calma y el silencioso valle.

Como en su vaso el té moruno y verde
o el viejo libro que abierto está a su lado
han conseguido ser dueños de su quietud,
y en su quietud
igualarse a los astros que van en vastas órbitas,

como ese viejo libro y ese vaso de té,
recuerda este lugar y este momento.
Un día llegará en que te preguntes:
¿de ti, de mí, qué fue de todo aquello?
y de los ojos
ya no vendrán palabras.

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LA CARTA

He encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí. Igual que frágiles
pétalos, largo tiempo olvidados
en un libro, amarillean todos.
Entre rejas, trenzado,
un rosal sin podar.
En el jardín pequeño, una fuente
y un fauno. Y me dicen
que también unos mirlos.
Cuando en los meses fríos del otoño,
al escuchar sus silbos
cobren vida tus ojos, en el verde
del agua miraré contigo
cómo mueren los días.
Cómo se vuelve polvo en esos muebles
oscuros tu silencio
que azotará la lluvia
allí donde te encuentres.

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UNOS SOPORTALES

Mi vida son ciudades sombrías, de otro tiempo.
Como se acerca una caracola
para escuchar el mar, así por ellas
vago yo muchas tardes. Ya no tienen farolas
con esa luz revuelta ni tampoco los coches
antiguos de caballos. Todavía conservan
sus negros soportales donde se huele a gato
y donde aún se abren misteriosos comercios
iluminados siempre con penumbra de velas.
Son ciudades levíticas, sin porvenir y tristes,
con cien zapaterías y tiendas de lenceros
cada cincuenta metros. Todas tienen conventos
con los muros muy altos donde crecen las hierbas
jaramagos y cosas así. No son modernas,
pero querrían serlo. Yo las recorro solo,
e igual que suenan olas en una caracola,
así mis emociones me parecen eternas.

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LAS MANZANAS

Recuerdo aquellas tardes de Septiembre doradas.
Recuerdo venir mansos al establo los bueyes
pacientes y paganos, las tardes ya pasadas
y el provincial sosiego de desgastadas leyes.

Un pueblo de León. Viejos adobes. Lento
trajín de un tren correo que perdía sus toses,
entre temblones álamos y un humo ceniciento
al tiempo que en mi mano morían los adioses.

Recuerdo aquella casa, la sala tenebrosa
con balcones que daban a la plaza y el ruido
del reloj, los retratos y una estampa piadosa,
un hurón disecado y el velador dormido.

Y en el corral, las cajas. Las manzanas reinetas
que tenían debajo hojas de cantorales
góticos, arrancadas vísperas y completas
de miniados añiles en letras capitales.

Y los blancos salterios y libros heredados
de un tío cura muerto, ahora eran sudario
para aquellas manzanas de virgilianos prados,
huertos y pomaradas al pie de un santuario.

Manzanas de Septiembre, aromadas manzanas.
Recuerdo aquellas tardes otoñales y mías
como una salve antigua, tristes y gregorianas.
Aquel sentir lejano que llegarían días

en que yo recordase, desvanecido el mundo:
la flor de los vestidos, las hojas en las ramas
y el chillar de los cuervos serían el profundo
y silencioso abismo de aquellos pentagramas.

Cómo seré yo entonces, recuerdo que pensaba
en las doradas tardes, sin suponer siquiera
que en aquellas manzanas tan ásperas estaba
escondido el entonces, el será, el es y el era.

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LA CASA DE LA VIDA

Mi corazón es una vieja casa.
Tiene un jardín y en el jardín un pozo
y túneles de yedra y hojarasca.
Es esa casa a la que tiran piedras
los niños cuando pasan al volver de la escuela,
después de haber robado de su huerta
magro botín de unas manzanas agrias.
En su tejado hay nidos de pájaros que cantan
y de noche un cuartel de escandalosas ratas.
La glicina cubrió los viejos arcos
y una verja de lanzas
y una terraza alta donde llega
la copa de un granado con granadas
y un palomar y en ruinas unas cuadras.
Y un trozo de camino y la lejana
claridad del mundo.
Está fuera del pueblo y es indiana
su arquitectura, ya sabéis:
todo un poco mezclado, pero es blanca, 
es grande, es vieja, es solitaria.

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EL CAMINO DE VUELTA

Cuanto más necesarias son las cosas,
más tardamos en verlas,
aunque estén a la vista.
Todas esas palabras que has escritoa
en poemas, ensayos y novelas
vienen a ser como guijarros blancos
que sembraste en la noche,
el camino de vuelta.
No sé qué ocurrirá cuando no queden
más guijos, y los pájaros
den cuenta de las migas,
y no haya ya camino ni regreso ni casa.
Noche estrellada, si te acuerdas, dile
a tus pequeños astros
que me lleven de vuelta
siquiera hasta mi infancia,
que desde allí yo ya sabré orientarme.

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El volador de cometas [Antología Poética]. Andrés Trapiello. Selección y prólogo de Eloy Sánchez Rosillo. Edición ampliada. Renacimiento. Sevilla, 2021. 316 páginas. 14,90 euros.