La escritora Concha Espina / ARCHIVO

La escritora Concha Espina / ARCHIVO

Poesía

Concha Espina, el conservadurismo emocional

Su apelación a la humanidad en sus personajes es constante por encima de la ideología de clase e introduce permanentemente la ternura como fluido emocional regenerador

31 marzo, 2019 00:00

La mayor parte de las mujeres escritoras españolas del siglo XX proceden ideológicamente de la izquierda, como demuestra Anna Caballé en su magnífico repertorio de La vida escrita por las mujeres. Podríamos citar infinidad de ejemplos desde Rosa Chacel a Federica Montseny pasando por María Zambrano.

Entre las pocas escritoras que proceden de un ámbito ideológicamente conservador, sobresale la figura de Concha Espina. Esta mujer nació en Santander en 1869. La séptima de diez hermanos. El padre tenía una sociedad minera importante que quebraría y él sobreviviría como contable. A los trece años se trasladó a Mazcuerras dónde vivió su adolescencia al lado de su abuela paterna. Sus inicios literarios fueron en terreno de la poesía. Su madre murió cuando ella tenía veintidós años. Dos años después se casaría con un señorito seductor, Ramón de la Serna y Cueto con el que se fue a Chile ya que el marido tenía propiedades en este país. Tuvo cinco hijos, uno de los cuales murió de niño. Algunos de sus hijos, como Víctor, destacarían por su militancia falangista. Su hija Josefina se casó con Regino Sainz de la Maza y fue la madre de la actriz Carmen de la Maza.

En 1898 y con la conciencia moral del fracaso y de la pérdida de las últimas colonias, Concha y su marido se instalaron en Méjico. En 1934 se separó del marido y tuvo una relación, de naturaleza no bien aclarada, con Ricardo León. El marido murió en 1937. El estallido de la Guerra Civil le cogió en el pueblo cántabro de Mazcuerras. A la muerte del marido se trasladó a San Sebastián. Quedó ciega en 1940 y moriría en 1955. La dictadura de Primo de Rivera y el primer franquismo la premiaron y reconocieron con múltiples distinciones. En 1926, 1927 y 1928 fue candidata al Premio Nobel, que no pudo ganar en 1927 por un solo voto. Recibió entre otras condecoraciones la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, el Premio Nacional de Literatura por su obra Altar mayor, la Medalla al Mérito del Trabajo, el Premio de la RAE por Tierra de Aquilón y el Premio Cervantes por Un valle en el mar.

Su obra más famosa fue La esfinge maragata, en la que plantea la dicotomía de dos amores para una joven, Mariflor Salvador, con un final conservador en el que la autora apuesta claramente tras no pocas deliberaciones por la pareja que le suponía a la protagonista una vida acomodada (Antonio) por encima del amor pasional (el poeta Rogelio Terán) que sentía por otra persona. Por medio queda bien patente el papel de la Iglesia como intermediaria en las relaciones sentimentales.

Se hizo una película en 1950 sobre esta novela dirigida por Antonio de Obregón y protagonizada por Paquita de Ronda. Concha Espina era una mujer conservadora de inquietudes sociales muy filtradas por el catolicismo. La novela El metal de los muertos se ambienta en la huelga de 1917 que enfrentó a los mineros de Río Tinto con la compañía inglesa explotadora de las minas. Su apelación a la humanidad en sus personajes es constante por encima de la ideología de clase, introduce permanentemente la ternura como fluido emocional regenerador y en sus últimos años dejó entrever una ironía ácida porque llevó mal las críticas que se le hicieron como presunta representación del ideario franquista. Su tertulia literaria de la calle Goya se acabó, en cualquier caso, convirtiendo en un balón de oxígeno en la España del franquismo más rancio.