El desorden (XXIV) / DANIEL ROSELL

El desorden (XXIV) / DANIEL ROSELL

Manuscritos

El desorden (y XXIV)

Los múltiples caminos y rincones que pueda ofrecer la vida, ya los he conocido. Y mi padre, que en paz descanse, hace tiempo que no me habla

24 febrero, 2019 00:00

La única diferencia llamativa en la Institución es que un ecuatoriano del tamaño de un armario ropero ha sustituido a Hugo, al que nadie se refiere jamás en mi presencia pero en el que todos piensan cuando me ven pasar. El orate se lo buscó. No debió traicionarme después de haberme sincerado tanto con él. Claro que no me quedaba otra opción. ¿Quién sino Hugo podía ayudarme a encontrar a la mujer cuya existencia me habría acercado a la condición de humano? Pero el caso es que aquel celador cejijunto que solo conocía una canción y apenas un adjetivo apareció en un late night show revelando mis intimidades, incluyendo el delicado encargo. Fue una estupidez. La existencia o no de la mujer sólo tenía sentido para mí. Por cuatro duros se jugó el cuello. Ocultando su fechoría (llegó a explicar que yo dormía desnudo; ¿a quién puede importarle eso?), me ofreció apresuradas mentiras sobre sus supuestas indagaciones para concluir que ella no existía, que el tipo del bar de internet era soltero. Lo cacé con una sola pregunta:

– ¿Cuánto te costó la cinta para la cámara?

–Me la dejaron con cinta dentro.

El idiota que no reparó, ni entonces ni después, en que la supuesta cámara iba a ser digital. En ese mismo instante decidí seccionarle la nuez. Sin prisas.

Actué como alguien que se ha recuperado. Solicité varias obras de referencia y, tras un mes de trabajo, me permitieron enviar una propuesta de ponencia para un congreso de Física en Frankfurt. Conocía perfectamente las debilidades académicas de los organizadores y sabía que me invitarían a presentarla. La Institución hizo lo correcto: no lo autorizó. Sin embargo, tal como había previsto, mis ingenuos colegas alemanes se movilizaron en contra de la decisión, recogiendo decenas de firmas bien conocidas en el ámbito científico (entre ellas las de dos premios Nobel) contra semejante “injusticia”.

Un político bávaro condenó enérgicamente la severidad del “crudelísimo y obsoleto sistema clínico penitenciario español”, y un diario catalán se hizo eco de la protesta. En ese punto, los médicos de la Institución se acoquinaron, se lavaron las manos y alegaron que no eran competentes para decidir sobre un permiso de tales características. A pesar de lo cual, en contradicción con su primera postura, acabaron dictaminando favorablemente y el juez, que querría caer simpático a alguien, resolvió concederme el privilegio de acudir al congreso. Lo sabía.

Dado que debían acompañarme dos funcionarios, solicité que Hugo fuera uno de ellos. Podía haberme ahorrado todo el montaje y aplicarle el conocido sistema del bolígrafo Bic en esta misma celda, pero me divertía preparar la aparatosa ceremonia y unirla en el espacio y en el tiempo a una brillante exposición sobre procesos irreversibles. Lo ultimé en una habitación de hotel dos horas después de haber recibido la cerrada ovación de doscientos físicos de diecisiete nacionalidades.

La extradición se demoró unos meses y, antes de regresar, tuve ocasión de responder a las preguntas de varios reporteros en mi acogedora celda germana. Por supuesto, no revelé los motivos del último crimen. Me limité a seguir un guión que conocía tan bien que ni dormido habría entrado en contradicción: Blade Runner, la entropía, la contribución al desorden de los sistemas, ya saben. Les encantó. Además se dio una feliz coincidencia: en Frankfurt se reunían en esos días editores de todo el mundo. Compitieron por mis memorias y yo me dejé querer. No las escribiré, a menos que me garanticen una investigación seria sobre el maldito barman. Tengo que saber de una vez por todas si hay viuda. Y si el barman era soltero, debo saber si había novia. Lo único que pido es esta última pieza del rompecabezas. La culpa. Todo lo demás, los múltiples caminos y rincones que pueda ofrecer la vida, ya los he conocido. Y mi padre, que en paz descanse, hace tiempo que no me habla. Casi podría afirmar que soy un hombre feliz.

[FIN]