El desorden XI /DANIEL ROSELL

El desorden XI /DANIEL ROSELL

Manuscritos

El desorden (XI)

Entre el olor de las gambas, ante las generosas jóvenes que deambulaban sonrientes, apuraría el atardecer de la Barceloneta.

24 noviembre, 2018 23:55

Recreé insomne el momento en que toqué su piel por primera vez: había experimentado, antes que la lógica excitación, una profunda tranquilidad. Fue en nuestro primer encuentro, frente al ponche de la risa, cuando tomó mis manos entre las suyas para rogarme con un mohín infantil que le revelara el secreto del viaje en el tiempo. No quiero recordar su cuerpo porque me resulta demasiado doloroso. Concluyamos que María fue un paréntesis de paz en mi vida. Y una posibilidad de evitar la caída. Pero las cosas se torcieron.

– En serio, María. Mírame, por favor. Lo enviaré desde Barcelona.

–Si es que alguna vez vuelves a ver Barcelona –me respondió, y es lo último que me dijo ese día.

Barcelona, Barcelona, Barcelona. Mi apellido y mi ciudad recibirían desconocidas luces merced al fetiche. Otro ídolo u otra figurilla quizás habrían funcionado también; las vitrinas encerraban un magnetismo milenario. El viejo había concitado fuerzas oscuras, había despertado las potencias. Su ciencia había soplado sobre el polvo y había descubierto los pliegues de la piedra o la madera. De un modo inconcebible, los materiales estaban vivos. Su búsqueda temeraria y fantástica por entre la tormenta del espíritu había obrado el prodigio. Como en el Golem, se había posado la vida sobre un cuerpecillo inerte. La Cábala contempla la creación de homúnculos antes que Mary Shelley y la novela gótica. Llegué a sostener, cuando ya todo estaba perdido, que la leyenda judía del Golem no hacía sino anunciar el advenimiento de Freud.

Jung daría carta de naturaleza (reconocería rigor y veracidad) a las creencias de todo pueblo, en cualquier lugar del orbe y en cualquier tiempo; yo sospeché que su maestro lo había hecho antes que él en la práctica, entre las paredes de Berggasse 19, y que había preferido conservar el gran secreto. En las habitaciones de su casa me hicieron un guiño las figuras y también una petición: libéranos, libera al menos a una de nosotras, deja que fluya la eterna corriente, abre una puerta a estas potestades que vienen saltando de pueblo en continente, de siglo en paradigma, de cultura en idioma. Has comprendido, eres un alma sensible, estás en sintonía con nosotras. La mente (l’esprit) del profesor había dotado a las criaturas de significado, luego de sentido, luego de vida. Así debió ser.

Entre el olor de las gambas, ante las generosas jóvenes que deambulaban sonrientes, apuraría el atardecer de la Barceloneta. Cuerpos, vino, sexo palpitante entre los muslos dorados de abril, música gitana, la noche que avanzaba, senos que miraban al cielo. En Berggasse 19 sellé un pacto con las estatuillas y amuletos. Yo las dejaría actuar y ellas, a cambio, abrirían al máximo (por fin) mis sentidos y mi lucidez. Escoger a una y llevarla a ver mundo tendría una compensación inigualable. Miré alrededor y me dispuse a usar de toda ciencia. Un descomunal ingenio había puesto a punto, tal vez sin proponérselo, el mecanismo definitivo y, en vez de explicarlo, se había valido de él; sin ciertas colaboraciones no es posible trastornar el mundo.

Otros han anhelado este poder pensar sin sujeciones, este volar de las ideas que desbarata cuanto se le opone. A ti también, me susurraba una voz desde el bolsillo, a ti también, amigo, libertador, te quieren desde siempre clavar con una aguja junto a tus congéneres, colocarte un vidrio encima y exhibirte como a una mariposa. Pero tú constituyes una especie entera, individuo total. Abarca de una sola vez la historia de todas las generaciones pasadas, presentes y futuras. No habrá vitrina, tumba o biografía que contenga semejante monstruo de la naturaleza. Usa de nuestro pacto, válete del ímpetu genuino que no conoce ataduras, tiempo ni lugar. Entonces podrás pensar sin ser pensado, obrar a través del pulso de los símbolos, dejar la huella del gesto que todo lo dice, asombrar y vivir como los elegidos que cantan las mitologías.

Remontaría la Vía Layetana con el fetiche y, poco a poco, se irían haciendo claras las intenciones de los hombres. Quienes me miraran a los ojos quedarían atrapados, serían interpretados. Todos cabrían en mi; yo en ninguno de ellos. ¿Era esto el poder?

Que a nadie se le ocurra atribuir la fatídica pérdida de vigor, la imparable decadencia que experimenté, a la circunstancia de que el fetiche fuera falso. Eso es pura anécdota. Lo supe por Esteban. Poco me importó lo que él pensara cuando, llevado de la necesidad de aclarar ciertos extremos, le revelé el origen de la figura. Las bibliotecas no recogían lo que buscaba, o no supe encontrarlo, así que me hacía falta alguien que dominara el alemán y que fuera de confianza. Y ese alguien era Esteban. Sólo contábamos con la referencia del catálogo oficial en inglés adquirido en Berggasse 19:

ANTIQUITIES DISPLAYED IN THE CONSULTING ROOM AND STUDY: ... 21.(A) Primitive idol with anthropomorphic characteristics, green slate; presumably from Mexico, Mezcala culture.

[Continuará]