Fotograma de la adaptación cinematográfica de 'Los muertos' dirigida por John Huston

Fotograma de la adaptación cinematográfica de 'Los muertos' dirigida por John Huston

Letra Clásica

El lenguaje de 'Los muertos'

Una nueva traducción del relato de James Joyce, al cuidado de Nuria Barrios, actualiza las versiones de Cabrera Infante y Eduardo Chamorro del mejor cuento de ‘Dublineses’

3 diciembre, 2021 00:10

En el prólogo con el que John Banville introduce la nueva traducción de Los muertos, el último cuento de Dublineses, el también dublinés recuerda una anécdota, quizá apócrifa, según la cual al final de su vida a James Joyce lo visitó en París un viejo amigo procedente de la capital de Irlanda y entre vino y vino, tras hablar de los viejos tiempos, salió el tema de la obra literaria de Joyce. El visitante habló con admiración de Finnegans Wake, de Ulises, de Retrato del artista adolescente, pero sobre todo, de Dublineses. Lo mejor suyo, a su parecer.

El autor de estos libros se quedó callado unos momentos y al final contestó: “¿Sabes lo que te digo? Que tienes razón”. Si Dublineses es la obra de Joyce preferida por la mayoría de lectores, Los muertos es sin duda el predilecto de muchos, ya antes de que John Huston rodara como obra maestra su adaptación al cine. Ahora se acaba de publicar en edición exenta con ese liminar de Banville –y traducido por Nuria Barrios– en la editorial Navona. El resultado es una edición exquisita en volumen de bolsillo encuadernado en tela, con guardas que reproducen un mapa de Dublín y sus alrededores hacia 1905 (cuando Joyce finalizó una primera versión de Dublineses) y una traducción no menos cuidada.

James Joyce

James Joyce

Nuria Barrios es narradora y poeta. También traductora, precisamente del Premio Príncipe de Asturias de las Letras John Banville (y su alter ego Benjamin Black). Igualmente ha vertido textos no literarios, como la redacción escolar que hizo pasar por poema elevado a fenómeno de masas en la toma de posesión de John Biden ese buñuelo de viento, Amanda Gorman, que, puesto que es mediocre, ha sido de inmediato traducido a muchas lenguas del mundo.  La impresión que da la traducción de Los muertos que ha hecho Barrios es que no ha tenido en cuenta, ni mirándolas por el rabillo del ojo, las traducciones previas de mayor circulación, debidas a Guillermo Cabrera Infante (1972, muchas veces reproducida) y a Eduardo Chamorro (1993 en Cátedra y actualmente en Alianza). Esto es manifiesto en el único error importante que se le sorprende y el único ejemplo de traducción que aquí vamos a analizar: lo que en el cuento vertido por Cabrera Infante es “Guillermito el rey” y en el de Chamorro “el rey Billy”, en la traducción de Barrios, que en este caso no traduce, es “King Billy”, como si se tratara de un nombre y un apellido.

Los muertos

Tampoco se ve que tenga sentido trasladar a la Irlanda de los albores del siglo XX las manías del lenguaje inclusivo actual, aunque sea una sola vez. Sin ningún asomo de lenguaje sexista o discriminatorio, la palabra “alguien” se podría haber utilizado en lugar de “alguno o alguna”, lo cual, al margen de cualquier otra consideración, es una forma de abultar el lenguaje, dejarlo fofo y hasta pasado al politiqués, lejos de la economía verbal y la sintonía con el habla real que siempre manifestó Joyce (quien se burló de forma inveterada del lenguaje estereotipado y las convenciones sociales).

Pero un desliz aislado no puede ensombrecer el resultado general más que encomiable, pues ya en la primera frase su traducción supera las mencionadas, que se ahogan en el vaso de un verbo con partícula; la suya no, que da en la sencilla diana del significado volviendo, en la comparación, mostrencas las versiones (y perversiones, podríamos decir) de sus colegas y predecesores. Ella, además, prefiere traducir los nombres de los tipos de cerveza. Esto parece fundamental: dejarlos en cursiva en el original convierte bebidas muy corrientes, y hasta plebeyas, en brebajes exóticos

Dublineses en la traducción de Guillermo Cabrera Infante

Dublineses en la traducción de Guillermo Cabrera Infante 

¿Qué hay de las otras traducciones? La de Cabrera Infante está realizada por un genio de la lengua, alguien que la manipulaba a su antojo para conseguir todo tipo de efectos relacionados con el juego de palabras. Por otra parte, tenía buen conocimiento de inglés tanto estadounidense (por su etapa cubana) como británico (a partir de su asentamiento en Londres). El gran problema para algunos es el uso de palabras y expresiones hispanoamericanas, pero esto no debe exagerarse. 

De hecho, el gran especialista en Joyce Francisco García Tortosa pensaba que la inclusión de algún modismo cubano no era razón para descalificarla. Quizá cuando se publicó, esa traducción chocara mucho. Hoy, sin embargo, la lectura de autores de Hispanoamérica, por fortuna cada vez más frecuente, vacuna contra esa extrañeza. Y hasta divierte que el habanero emplee la palabra “malecón”, una de las tres o cuatro más usadas en su ciudad, seguramente, para referirse a un muelle de la capital hibérnica en el que en vez de pálidos aborígenes celtas se diría que va uno a encontrarse mulatos, ron de caña frente a whiskey

Cabrera Infante, que se sentía seguro o le apetecía enfrentarse al reto, hizo una atrevida versión de un juego de palabras con un apellido que, la verdad sea dicha, no funciona. Pero en general es muy cuidadoso con léxico y ritmo, sobre todo este, y algunas de sus soluciones aún no han sido superadas. Hay que recordar en lo concerniente a la cadencia que Joyce fue poeta, y que la lectura en voz alta es fundamental para el pleno disfrute de su obra, en especial Finnegans Wake, que sería inconcebible en un mundo de sordos. Y Cabrera Infante fue discípulo de Joyce en su obra propia.

Dublineses en la traducción de Eduardo Chamorro

Dublineses en la traducción de Eduardo Chamorro

El buen conocimiento de Joyce por parte de Eduardo Chamorro hizo que Planeta le encargara la revisión de la traducción argentina de Ulises, debida a J. Salas Subirat. La intención era traer esta al público peninsular. Su traducción es también muy solvente, y no descuida la musicalidad de Joyce, manifiesta en el final antológico del relato, con esa nieve que cae “sobre todos los vivos y los muertos”.  Pero Dublineses es tan poderoso, y tan larga la sombra de Joyce, que ha sido traducido a otras variantes del español: existen dos traducciones mexicanas y dos argentinas. El autor de la última de estas, Edgardo Scott, señala que la de Cabrera “por supuesto tiene un idioma cubano” y que la de Chamorro es “demasiado española”. Siempre querrá un traductor poner un texto literario en la forma más familiar posible y un grupo suficiente de lectores que avale su esfuerzo. Para extrañezas, ya está el original, que muchos pueden discernir con el auxilio de un diccionario.

Para Scott, que algo dice de su trabajo en la introducción al libro, “la cuestión clave respecto de esta traducción fue afirmar una traducción plenamente del Río de la Plata. Acaso como antídoto contra las ideas de globalización menos humanitarias que comerciales, que lo único que generan en busca de un hipotético español neutro es un lenguaje latino bastardo, diseñado para la idea también bastarda de lo latino que pueda haber en el resto del mundo”. En el blog del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, por su parte, declaraba que intentó “no pecar ni de lenguaje neutro o lo más neutro posible, algo muy de moda e incluso recomendado por las instituciones de la lengua en castellano ni, por supuesto, caer en su contrario, la exageración de un regionalismo”. La clave está en lograr que los personajes y aún la voz narrativa se expresen en el inglés de Dublín sin caer en el lunfardo, señala el traductor. Agregaría uno que, puesto que en general los personajes pertenecen a la burguesía, tampoco tiene sentido que hablen como si lo hicieran en una letra de tango

“Los muertos” se lee y se debe leer de una sentada. La traducción de Nuria Barrios sirve para gozar de un cuento que por la desazón que transmite, por el amor infortunado que desvela, podría tener un puesto de honor en la Antología del cuento triste de Augusto Monterroso y Bárbara Jacobs (quizá por su menor extensión, de Joyce los antólogos se decantaron por Una nubecilla, también de Dublineses).