Imagen de The Byrds / Bradford Timeline (FLICKR) - CC BY-NC 2.0

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Letra Clásica

The Byrds

A base de materiales viejos como el folk y ajenos como Bob Dylan, mezclados con preciosas aportaciones propias, la banda norteamericana creó varios álbumes fundamentales

14 marzo, 2022 00:00

Hay pocos sonidos tan definitorios de la California de la segunda mitad de los 60 como el de los Byrds, grupo por el que pasó un montón de gente de camino hacia su propia carrera y del que solo quedaba un miembro fundador, Jim McGuinn (auto-rebautizado como Roger McGuinn), cuando se disolvió en 1973. Hubo algunas bajas entre los reclutas: mientras David Crosby alcanzaba el éxito junto a Stephen Stills, Graham Nash y Neil Young, Gene Clark acabaría reventando de un infarto en 1991, y el batería Michael Clarke, de una insuficiencia hepática en 1993. El fichaje más glorioso, Gram Parsons, a quien muchos atribuyen la invención del country rock, falleció a causa de una sobredosis de heroína en 1973, el mismo año en el que el grupo se separaba de forma aparentemente definitiva (aunque luego hubo los inevitables reencuentros y las no menos inevitables trifulcas por el uso del nombre). Todas estas circunstancias podrían llevarnos a la conclusión de que Roger McGuinn fue el alma de los Byrds, pero es poco probable que el hombre hubiera logrado todo aquello a lo que aspiraba sin un poco de ayuda de los amigos, como diría Ringo Starr. Y, de hecho, la influencia de los Beatles fue fundamental en el camino elegido por McGuinn y sus colaboradores de quita y pon (empezando por el nombre, en el que el término inglés para “pájaros” veía sustituida la i latina por la griega, como los Beatles cambiaron una de las e de la palabra inglesa para “escarabajos” por una a).

Los Byrds siempre mezclaron el material original con las versiones, principalmente de Bob Dylan, cuyo sonido algo áspero suavizaron, electrificaron e hicieron más melódico y, casi, bailable, aplicándole el tratamiento habitual de la banda: guitarras cantarinas, una percusión discreta y eficaz y un uso coral de las voces no muy alejado del que habían popularizado los Beach Boys. Aunque algunos puristas se mostraron disgustados en su momento por esas versiones del rasposo bardo de Duluth, lo cierto es que a éste le gustaban mucho y siempre les dio el nihil obstat. Tal vez porque esas versiones no eran ni mejores ni peores que los originales, sino tan distintas que casi parecían otras canciones. Los Byrds crearon una realidad alternativa a Bob Dylan, y el oyente avisado podía deambular entre una y otra dependiendo de su estado de ánimo (de la misma manera que el Azzurro de Paolo Conte apetece a veces escucharlo en la versión absurdamente optimista de Adriano Celentano).

También la tomaron con el venerable Pete Seeger y su Turn! Turn! Turn!, tema inspirado en el Eclesiastés, pero en este caso el triunfo indudable se lo llevaron McGuinn y sus colegas al convertir el sermón del tío Pete en una canción que era prácticamente un himno al fatalismo vital impregnado de un extraño optimismo.

Los Byrds venían del folk y se encaminaron hacia el rock y el pop al descubrir a los Beatles y a Dylan. Si no inventaron el folk rock, les faltó poco. Y lo mismo puede decirse de su mezcla de rock y country, que tuvo en el disco Sweetheart of the rodeo (1968) características de piedra angular (o viga maestra) de un género recién nacido. Su relación con la psicodelia fue algo prácticamente inevitable en la época que les tocó vivir, pero nunca la llevaron hasta las últimas consecuencias. Tal vez porque los Byrds fueron siempre un grupo muy limpio en cuanto a sus sonidos, por muchas drogas que se metieran sus componentes. Fueron también la banda de moda en la California de los 60, tratándose con toda clase de famosos y famosillos dentro y fuera de la música pop. Aunque absolutamente fechados, sus discos pueden seguirse escuchando con placer porque han envejecido tan bien como algunos vinos y la mayoría de los clásicos de cualquier creación artística.

A base de materiales viejos (el folk) y ajenos (Bob Dylan), mezclados con preciosas aportaciones propias (pensemos en Eight miles high o The ballad of Easy Rider) y un sonido cimentado en una electrificación discreta y siempre melódica y unas armonías vocales a un paso de la cursilería, pero sin incurrir jamás en ella, los Byrds fabricaron algunos álbumes fundamentales de la década prodigiosa y se separaron cuando el invento ya no daba mucho más de sí y la escena pop apuntaba hacia muchas otras direcciones. Sin ellos, a la banda sonora de los 60 le faltaría una parte esencial.