El presidente ruso, Vladimir Putin, en un avión de Aeroflot / EFE

El presidente ruso, Vladimir Putin, en un avión de Aeroflot / EFE

Letra Clásica

Putin, ese hombre

La miniserie 'Putin: de espía a presidente' es de obligada visión para entender el ascenso de un hombre acostumbrado de pequeño a las peleas callejeras

19 marzo, 2022 00:00

Aunque ya lleva un tiempo colgada en el archivo de Movistar, la miniserie documental británica en tres capítulos Putin: de espía a presidente resulta de visión (casi) obligada en los tiempos que corren, cuando el sátrapa ruso parece estarse esforzando en llevarnos a todos hacia la Tercera Guerra Mundial (ignorando la advertencia de Einstein, según la cual, la cuarta se libraría a pedradas). Nadie llegará a grandes conclusiones tragándose esta miniserie, pero sí conseguirá asomarse al cerebro del señor Putin, que es lo más parecido a observar de cerca un abismo aterrador. Mi conclusión, aunque suene algo banal, es que estamos ante un trepa de dimensiones colosales, un muerto de hambre que se propuso vivir del estado para escapar de la miseria, le cogió gusto a lo de mandar y mangonear y no paró hasta convertirse en una especie de zar de todas las Rusias al que le habían arrebatado casi todas las Rusias.

El carácter se forja en la infancia, y en el caso de Putin resulta especialmente evidente. Nacido en San Petersburgo (cuando se llamaba Leningrado), pasó sus primeros años en uno de esos espantosos apartamentos soviéticos en los que convivían tres o cuatro familias y que hacían de la calle un lugar mucho más estimulante que el supuesto hogar. El niño Vladimir que vemos en el documental es un chaval granujiento y flacucho que descubre enseguida que en esta vida hay que abrirse paso a bofetadas. Por eso no tarda nada en convertirse en un matón y un pandillero, actividades que le serán de gran utilidad en su vida adulta para imponerse a quienes le rodean. Acostumbrado a las peleas callejeras, se apunta en cuanto puede a clases de judo y demás medios de defensa personal, confiando en que convertirse en una máquina de matar le ayudará a entrar en el KGB, como así es. A la hora de sentar la cabeza, da la impresión de casarse con la primera que encuentra y fabricarle un par de hijos porque le han dicho que en el KGB se medra más si estás casado y has formado una familia.

Vladímir Putin junto al presidente chino Xi Jinping en febrero de 2022 / Europa Press

Vladímir Putin junto al presidente chino Xi Jinping en febrero de 2022 / Europa Press

Al principio, las cosas no le van muy bien. Lo envían a Dresde, en Alemania Oriental, y lo colocan en la Stasi, para que vaya practicando en lo de hacerle la vida imposible a sus semejantes. Tras una temporadita en Moscú, vuelve a su Leningrado natal (que vuelve a llamarse San Petersburgo) y se convierte en la sombra y mano derecha del alcalde, un sujeto corrupto hasta la médula junto al que aprende los rudimentos del medro personal. Se mete en política y va escalando posiciones hasta llegar al cargo que ocupa actualmente y que para conservarlo ha sido capaz de saltarse todas las leyes habidas y por haber. Cuando vio que no se podían superar los dos mandatos presidenciales, se degradó a sí mismo a primer ministro y puso a su esclavo Dimitri Medvedev a hacer como que estaba al mando.

Amigo de Silvio Berlusconi

Luego siguió con sus trapisondas, cambió las reglas del juego y se las apañó para perpetuarse en el poder hasta el año 2036. En el ínterin, se le fue un poco la olla con la nostalgia por la Rusia imperial, la Rusia respetada mundialmente, la Rusia que no tiene nada que ver con Europa ni con Occidente, y se inventó esa eficaz cleptocracia que le caracteriza y que le ha permitido convertirse en uno de los tipos más ricos del mundo, beneficiando a los amiguetes (los célebres oligarcas) y quitando de en medio a todos los que le molestaban, ya fuese enviándolos al trullo (Navalny), envenenándolos en países extranjeros (Litvinenko y Skripal) o haciéndolos asesinar a dos pasos del Kremlin (Nemtsov), la zona más vigilada de Moscú y, probablemente, de todo el planeta.

Varios periodistas en una rueda de prensa en Rusia, desde donde se suspende la cobertura por parte de medios españoles / EUROPA PRESS

Varios periodistas en una rueda de prensa en Rusia, desde donde se suspende la cobertura por parte de medios españoles / EUROPA PRESS

Si algo distingue al sujeto que aparece en Putin: de espía a presidente es la desfachatez. Miente con una tranquilidad y un aplomo deslumbrantes mientras se entrega a esporádicos esfuerzos de narcisismo (le da al bótox que es un contento, siguiendo los consejos de su gran amigo Silvio Berlusconi, y gusta de hacerse fotos homo eróticas a pecho descubierto para que el pueblo vea que está en manos de un súper hombre) o se hace el simpático sin mucho éxito porque ni lo es ni se esfuerza en parecerlo (impagables las imágenes en que se le ve destrozando el clásico de Fats Domino Blueberry Hill ante un auditorio de celebrities que aplauden enfervorizadas y entre las que destacan Sharon Stone, Alain Delon, Kurt Russell o Gerard Depardieu).

Aunque el documental es anterior a la invasión de Ucrania, ésta se entiende mejor tras tragarse los tres capítulos de Putin: de espía a presidente. El enemigo público número uno se revela, a fin de cuentas, como un niño que las pasó canutas y se prometió, como Scarlett O´Hara, que nunca más volvería a pasar hambre. En resumen: un pobre desgraciado cargado de complejos y con muy mala baba y un serio aspirante al magnicidio. Entre los oligarcas que sufren las consecuencias de la invasión y algunos generales con dos dedos de frente podrían eliminarlo como a Julio César. Y nadie lo lamentaría, pues el muchacho ya salió muy mal de fábrica.