Najat El Hachmi / YOLANDA CARDO

Najat El Hachmi / YOLANDA CARDO

Letra Clásica

Najat El Hachmi: “Es mentira que la identidad sea algo fijo e inmutable”

La escritora catalana, de origen marroquí, reflexiona sobre el papel de las mujeres árabes en las sociedades occidentales y critica el ‘buenismo' con el que se instrumentaliza la diversidad

20 enero, 2020 00:05

“El encasillamiento es tremendo”, dice Najat El Hachmi nada más llegar a la cafetería donde tiene lugar la entrevista. Escritora catalana, El Hachmi nació en Marruecos y llegó a Cataluña con ocho años. Debutó en 2004 con Jo també sóc catalana y se consagró en 2007 con L’últim patriarca, novela, posteriormente traducida al castellano, con la que ganó el Premio Ramón Llull. Ahora publica Siempre han hablado por nosotras (Destino), un breve y contundente ensayo en el que critica el machismo inherente al islam y a un determinado feminismo occidental que trata con paternalismo a las mujeres musulmanas, no haciéndolas partícipes de las luchas de las mujeres occidentales. El Hachmi aboga por la libertad e igualdad de todas las mujeres, más allá de las identidades. Si con algo se muestra crítica es con el discurso identitario: “Yo no veo qué hay en mí distinto en relación al resto de la gente: las personas supuestamente distintas no somos conscientes de esta diferencia”.

–El concepto distinto es de por sí perverso. 

–Me contó hace tiempo un chico de origen chino que había llegado a Cataluña de pequeño con su familia que él no se había visto distinto hasta que un día, al mirarse al espejo, se dio cuenta de que sus rasgos eran diferentes a los de sus compañeros. Solo entonces se dio cuenta de que era chino. Tú no te ves diferente: son los demás quienes te van recordando que lo eres. Para mí no tiene lógica subrayar la diferencia en el otro, sobre todo porque lo que se consigue así es proyectar en el otro una identidad cerrada. Desde pequeña he sentido como tanto desde dentro, desde mi propia familia, como desde fuera me han impuesto una identidad muy rígida y, consecuentemente, falsa. Es mentira que la identidad sea algo fijo e inmutable, todos vamos cambiando con los años; yo ahora me veo y me narro a mí misma de una manera diferente a cuando tenía veinte años. Sin embargo, da la impresión de que es muy difícil a nivel colectivo asumir esta mutabilidad de la identidad. Se niega la hibridación y la mezcla. 

Najat El Hachmi / YOLANDA CARDO

–La identidad es una imposición para marcar diferencias, para diferenciarse del otro.  

–El discurso del racismo define tu identidad a través de elementos negativos, de tal manera que tú solo eres aquello que te define negativamente. Por otro lado está ese otro racismo que no se considera tal y que define tu identidad desde un falso buenismo, desde una posición paternalista que niega la parte conflictiva del diálogo identitario que tú, como sujeto al que se le impone una identidad, estás teniendo. Evidentemente, en la carga que yo llevo de origen hay elementos positivos que voy a defender frente a cualquier discurso racista que resalta lo negativo, pero esto no puede negar los conflictos que también llevo conmigo. 

–¿Esta actitud paternalista convierte al otro en un menor de edad que debe ser tutelado?

–Sí, infantiliza al otro, asumiendo la palabra y la defensa de este otro, al que se le niega la posibilidad de definirse desde la contradicción. Es muy difícil acabar con esta actitud paternalista. Es muy violento que tú estés contando la realidad de la que provienes y en la que vives y que alguien te quite la razón, señalando cuán peligroso e injusto es tu discurso. Esta actitud termina siendo también una forma de mordaza a través de la cual te impiden hablar. 

–¿Es una mordaza que impone Occidente cuando suplanta la voz de quienes, bajo su criterio, no pueden hablar o se les presume que no tienen voz? 

–Y cuando se nos permite hablar: solo se permite hacerlo a unos cuantos cuyo discurso resulta útil a Occidente. Y utilizo el verbo permitir porque de lo que se trata es de quién tiene el poder y quién decide quién habla y quién no habla, qué discurso es legítimo y cuál no. En más de una ocasión, cuando te permiten hablar, no es en beneficio tuyo, sino suyo: interesa que estés en calidad de mujer musulmana o de inmigrante. Me he sentido muchas veces como la nota de color.

–Es decir, estás simplemente para encarnar una cuota. 

–Es peor que la cuota. Yo creo que es importante vigilar que haya paridad en todos los ámbitos sociales. Sin embargo, más de una vez he sentido que me invitaban a participar en actos que no tenían nada que ver con mi trabajo como escritora, simplemente por mi identidad. Lo peor es observar que, si yo rechazo la invitación, para sustituirme invitan a otra mujer de origen musulmán, pero con un perfil distinto al mío. Entonces, ¿qué les interesa? Simplemente la identidad de la invitada, independientemente de su trayectoria o de su discurso. Por esto hablo de la nota de color: te ponen ahí simplemente para demostrar que se ha atendido a la diversidad y ya está. Y no se dan cuenta de que la atención a la diversidad no es algo tan frívolo como poner a alguien con un aspecto diferente. La atención a la diversidad es una cuestión muy relevante que requiere políticas que se enfrenten a realidades que no son nada fáciles de resolver: la segregación en los barrios, en las escuelas, la desigualdad económica…Nadie quiere oír hablar de estas cuestiones y, cuando las mencionas, resultas incómoda y, por tanto, te invisibilizan. 

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–Como escritora ¿se ha sentido particularmente instrumentalizada?

–Como escritora quiero que se conozca la realidad que estoy contando y que escapa de los relatos que están haciendo otras voces. Sin embargo, cuando hay una instrumentalización tan superficial de mi relato me siento irremediablemente incómoda, siento que no están valorando mi trabajo, que sólo interesa lo que pueda llegar a representar. A mí me cuesta muchísimo salir del encasillamiento, tengo que demostrar mucho más que soy escritora.

–¿Podemos hablar en su caso de un doble encasillamiento: mujer y marroquí?

–Sin duda. Y cuando te quejas de este encasillamiento te responden: “Pues cambia de tema, habla de otra cosa”. ¿Tengo que negarme a mí misma y lo que a mí me interesa escribir para que se me considere escritora? ¿A cuántos escritores monotemáticos se les hace esta misma recomendación? A ellos no se les invita a cambiar de temas, de paisajes o de personajes.  Esta idea de que los escritores podemos escribir sobre cualquier cosa es muy limitada; habrá quien lo pueda hacer, pero no todos. Yo, por ejemplo, no puedo. Mi escritura nace de un malestar profundo. No puedo escribir otra cosa que no sea de aquello que nace de mí. Quizás algún día escriba algo distinto, pero, aún así, soy bastante escéptica ante la reacción que pueda suscitar. 

–¿Por qué?

–En mi segunda novela describí una realidad completamente diferente a la marroquí y elegí a una protagonista que no tenía ni un solo rasgo que permitiera pensar que era marroquí. Incluso así, todos vieron en mi protagonista a una mujer marroquí. ¿Por qué? Simplemente porque yo era la autora. 

–¿Cómo indagó a través de la ficción los temas que ahora aborda en este ensayo?

–Cada novela me ha permitido comprender la realidad que quería contar. Las novelas me han permitido descifrar no solo vivencias, sino las de aquellas mujeres sobre las que he escrito; la escritura me ha permitido ponerme en su piel, identificarme con ellas. Hubiera sido más difícil escribir este ensayo si no hubiera pasado por la escritura previa de las novelas.

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–El ensayo, sin embargo, tiene una contundencia que las novelas no tienen. Es como un golpe sobre la mesa. ¿Ha cambiado su actitud o ha cambiado el contexto? 

–El contexto está cambiando. En la presentación de Barcelona una antropóloga comentaba que, durante los primeros quince años del fenómeno de la inmigración, estuvimos preocupados en explicarle a la sociedad que los inmigrantes eran seres humanos, que no había diferencia entre ellos y quienes vivimos aquí. Pasados estos años, se han empezado a formular discursos que hacen hincapié en la diversidad, que buscan la diferenciación por la vía la resistencia identitaria y que lo único que consiguen es despertar un sentimiento de resentimiento hacia la sociedad en la que habitamos. Frente a este cambio de contexto, mi sensación es que todos los agentes que están interviniendo en las cuestiones relacionadas con la inmigración, la diversidad y la mujer no entienden nada: no se trata de que, a nosotras, en cuanto mujeres musulmanas, se nos tenga que aplicar unos estándares distintos al de las otras mujeres. Es todo lo contrario. ¿Cómo puede ser que tú tengas a alguien en una institución pública realizando un discurso según el cual el islam es una esencia inmutable de la persona? La idea de esencia es la base del racismo, contra el cual luchamos, igual que luchamos contra esa idea de que estamos hechos de esencias biológicas o culturales. No combatimos la idea de diferencia y de identidad cerrada para que ahora algunos defiendan un atrincheramiento identitario. 

–Al subrayar la identidad señala la paradoja de que de las dos diputadas musulmanas del Parlament quien tiene visibilidad es Najat Driouech, que lleva velo, y no Saloua Laouaji Faridi, que no lo lleva.

–Y esta diferencia de visibilidad es una clara demostración de la sociedad en la que estamos. La diputada que lleva velo aparece en todos los medios y es muy conocida; a la otra no se le ha hecho ningún caso. Los medios juegan un papel importante: sólo fotografían y entrevistan a la diputada que lleva velo. Saloua Laouaji Faridi me contaba que fue a dar una charla sobre la mujer musulmana ante un público de mujeres musulmanas y éstas se opusieron a que diera la charla porque no llevaba pañuelo. Wassyla Tamzali señala que las mujeres feministas laicas procedentes de países musulmanes hemos sido borradas por completo del escenario político. Resultamos incómodas para la fiesta de la conciliación entre culturas.

–El problema es que confundimos la procedencia con la creencia religiosa: ser marroquí no tiene que significar siempre ser de religión musulmana. 

–Esta confusión es resultado del relato de la diferencia y la identidad. Cuando yo era adolescente a mí y a mis amigas no nos interesaba la religión ni nos identificábamos con la mujer musulmana. Nos veíamos como adolescentes que queríamos hacer muchas cosas, que luchábamos por romper las normas que se nos imponían y escapábamos de la religión. La religión nos la volvíamos a encontrar cuando nos definían como mujeres musulmanas o cuando invitaban, como representante de la comunidad musulmana, al imán de la mezquita, que evidentemente proponía un discurso contrario a nuestras demandas de libertad. ¿Qué hacía el imán de la mezquita hablando por nosotras? No lo lográbamos entender, pero tiene su explicación: lo que se ha hecho en estos años ha sido fomentar la idea de mujer musulmana, fomentando, consecuentemente, el discurso identitario. 

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–Un discurso identitario que ha abrazado un determinado activismo occidental.

–El otro día me decían que algunas activistas que, desde los países musulmanes, luchan contra el pañuelo y contra las leyes restrictivas hacia las mujeres, se quejan de que el activismo que se está haciendo en Occidente las perjudica en cuanto va en contra de lo que ellas están defendiendo y desconoce la realidad que se vive en estos países. Es el mismo desconocimiento que tienen las mujeres conversas: cuando las escucho hablar sobre el islam no entiendo cómo pueden estar defendiendo una realidad que no han sufrido y, sobre todo, cómo pueden renunciar a todas las conquistas obtenidas por las mujeres de aquí. 

–¿Cómo es posible que determinados discursos arraiguen hasta el punto de que las mujeres occidentales reproduzcan las pautas del islamismo más radical?. 

–Hay organizaciones que tiene mucho poder y que se encargan de difundir estos discursos. Yo creo que pecamos de ingenuos: se nos aparece alguien hablando de la mujer musulmana y aceptamos su discurso sin más, sin indagar de dónde procede, a quién está representando y quién está detrás. Esta ingenuidad es muy útil para propagar determinados discursos que compramos sin problemas. El salafismo es una de las ramas más fundamentalistas del islam y, sin embargo, en las redes te encuentras con mujeres que se declaran feministas y que difunden los tuits de los imanes salafistas porque en ellos se vende el ideal de la convivencia. No nos damos cuenta de que los imanes disfrazan sus discursos; ya no dicen públicamente cómo hay que pegar a la mujer sin dejar marcas, porque han aprendido a disimular y a manejar las redes para resultar atractivos. Existe toda una generación que ha crecido en este contexto. Yo, sin embargo, no he crecido rodeada de activistas que me llamaban a defender el pañuelo como signo de identidad o que, desde posturas postcoloniales, me decían que me tenía que oponer a la opresión blanca. Yo crecí con lecturas de mujeres feministas provenientes de países árabes que defendían la igualdad y la libertad sin ningún tipo de límite. 

–Usted entra en el debate en torno a la prohibición del velo y se muestra a favor de la prohibición, sobre todo para las niñas.

–A las mujeres adultas, evidentemente, no se les puede prohibir el velo, pero sí que creo que tenemos que proteger a las niñas. Me parece una aberración que niñas muy pequeñas vayan con velo, además de no tener ningún sentido desde el punto de vista teológico. Los que han impuesto el velo a las niñas son los extremistas. Creo que el debate del velo se ha polarizado, está enturbiado por la acusación de racismo, que todos quieren evitar, y muchas veces no se ha ido más allá de pronunciarse a favor o en contra del velo. Yo, personalmente, no veo el velo como un símbolo religioso. Lo veo como un símbolo de discriminación de la mujer. Mis abuelas se tapaban la cabeza, pero no utilizaban el hiyab, término, dicho sea de paso, acuñado por los extremistas. Pero, independientemente de esto, prohibir el velo entre las niñas es para mí una cuestión de igualdad. El problema es que cuando hablo de prohibir más de uno me contesta que no hay que prohibir, sino hacer pedagogía. ¿Vamos a hacer pedagogía con el nacional-islamismo cuyo objetivo es controlar a la población de origen musulmán y colonizarla con sus discursos? Si la pedagogía es el camino, ¿por qué no hacemos también pedagogía con el neonazi? 

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–¿Decir que el uso del pañuelo puede ser una elección libre no es falaz?

–Para mí la cuestión no es si se lleva el pañuelo por elección o por imposición. Conozco a mujeres que lo llevan por elección, pero vayamos más allá. Si vemos cuál es el contexto del que provienen estas mujeres nos daremos cuenta de que su elección no es una elección libre. Puede que haya mujeres muy privilegiadas que se puedan permitir el lujo de elegir libremente, pero la mayoría no eligen: se les enseña desde pequeñas que su cuerpo es un problema, que se tienen que preservar de los hombres y que, si éstos les hacen algo, son las culpables en cuanto ellas son responsables de despertar su deseo… Este discurso es el que lleva a asumir que el cuerpo debe ser cubierto y, por tanto, hay que llevar pañuelo. Hay que tener en cuenta también otro factor: cuando en el barrio las mujeres que no llevan pañuelo son consideradas peores y se las señala, llevar pañuelo no es una elección, sino un intento de no ser señalada. En la sociedad musulmana la mujer que lleva pañuelo tiene un papel ejemplarizante, se presenta como un modelo. Por esto es tan peligroso cuando el pañuelo entre en la esfera pública, porque se legitima como ejemplo, teniendo un efecto pernicioso sobre aquellas mujeres que están luchando en favor de la igualdad contra la imposición del pañuelo.

–En cuanto al uso político de determinadas imágenes y conceptos, usted se muestra muy crítica con la idea de comunidad.

–Esta idea es una invención de los políticos. La mayoría de las personas de origen marroquí con las que me relaciono no han tenido nunca la necesidad de articularse como comunidad al margen del resto. Somos ciudadanos como los demás y lo que hacemos es reclamar nuestra ciudadanía. Una de las principales batallas de la gente de origen marroquí es conseguir que se faciliten los trámites para obtener la nacionalidad. ¡No sabes lo difícil que es conseguir la ciudadanía española! Tener una persona musulmana en el Parlamento no sirve de nada. Lo importante son las políticas, que se combatan las estructuras de discriminación que nos afectan de una manera concreta, pero de esto no interesa hablar, igual que no interesaba hablar de aquellas familias que llegaron de Marruecos a principios del 2000 y que, con la crisis, tuvieron que abandonar España y emigrar a otros países europeos. 

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–El Estado animó a los inmigrantes a regresar a sus países. Ofrecía incluso ayudas. 

–El Plan de Retorno Voluntario fue una campaña vergonzosa. Se trató a los inmigrantes como paquetes que se podían devolver. El proyecto del inmigrante no es simplemente venir, trabajar y volverse a marchar. Este tipo de inmigración no existió nunca. Esta campaña fue muy violenta porque reflejaba explícitamente una concepción de la inmigración utilitarista, no se nos trataba como personas. No se nos consideraba parte de la sociedad. 

–En su ensayo subraya cómo la crisis se cebó particularmente con los inmigrantes,

–La crisis fomentó todavía más una segregación que ya existía y agravó las dificultades económicas de muchas familias, dejando anquilosado el famoso ascensor social. La esperanza de poder cambiar las cosas, salir del propio entorno y comenzar una vida distinta desapareció entre los inmigrantes, sobre todo entre las mujeres. Piensa que, con la crisis, se recortaron las partidas dedicadas a la ayuda a la inmigración y estos recortes, indudablemente, tuvieron consecuencias. Nadie se preocupó. Y no es de extrañar: las realidades de ciertos barrios son completamente desconocidas. Nunca se habla de ellas en los medios. La crisis golpeó a todos, pero se cebó especialmente con las mujeres inmigrantes, que vieron recortadas sus alas: cómo van a salir de su entorno y abrazar cierta libertad si no tienen una independencia económica, si no encuentran ningún asidero en la sociedad. Si eres mujer soltera y sin hijos no tienes derecho a ninguna ayuda; si has sufrido violencia, pero no es violencia de género, tampoco recibes ayudas. Ante esto, entiendo que alguien se pueda atrincherar en su identidad, cerrarse en banda y dar la espalda a esa sociedad que ya te ha expulsado a los márgenes.