El dirigente comunista Vicente Uribe, que fue ministro de Agricultura / WIKIPEDIA

El dirigente comunista Vicente Uribe, que fue ministro de Agricultura / WIKIPEDIA

Letra Clásica

Las memorias de Vicente Uribe, un ministro comunista español

Uribe escribió unas memorias sobre el PCE y los tiempos de Stalin sin pretender gustar, pero que muestran un pasado incorregible e intocable

10 mayo, 2020 00:00

Hemos celebrado el centenario del nacimiento del primer partido comunista de España (en el mes de abril) leyendo las memorias, interesantes y trágicas, de quien fue uno sus máximos dirigentes, Vicente Uribe: Memorias de un ministro comunista de la República; es una edición muy competente, contextualizada con prólogo y notas por Almudena Doncel y Fernando Hernández Sánchez, para la editorial Renacimiento.

La de Uribe, nacido en Sestao en 1902, obrero metalúrgico, adherido al PCE desde 1923, estudiante en la Escuela Leninista de Moscú entre 1927 y 1930, es una historia de lucha desde principio a fin, con un lapso de éxito personal muy relativo como ministro de Agricultura durante la Guerra Civil, en los gobiernos de Largo Caballero (1936-1937) y Negrín (1937-1939). Antes todo fueron clandestinidad, cárcel, esfuerzos para alejar al partido del pistolerismo e insuflarle sensatez y operatividad. Después, todo fue exilio, luchas y derrotas. Fue, detrás o al lado de Dolores Ibárruri, el máximo dirigente del PCE, hasta su caída en desgracia en 1958 y el implícito balance privado, en forma de consejo a su hija Violeta:

--No te metas en política que es lo peor.

Murió en Praga en 1961, de una enfermedad acaso provocada por el gran sentimiento y la humillación de la autocrítica pública a la que fue empujado tres años antes por Santiago Carrillo y la joven guardia del Partido y su expulsión de todas las responsabilidades políticas.

Él precisamente había pilotado antes sucesivos derribos y  depuraciones. En 1932, con otros jóvenes ex alumnos de la Escuela Leninista respaldados por la Komintern, se incorporó al Comité Central y a la dirección de Mundo Obrero desplazando a José Bullejos y la cúpula responsable del partido durante la dictadura de Primo de Rivera. Después de la Guerra, en el exilio mexicano, brazo derecho de La Pasionaria, se encargó de instruir el proceso contra Jesús Hernández Tomás, compañero de gabinete en los gobiernos de la República en guerra y aspirante a sustituir al secretario general José Díaz, que se había suicidado en Tblisi (Georgia).

Organizar la defenestración

Tras trasladarse con la cúpula del partido a París, en la esperanza de que acabada la guerra los aliados invadirían España y depondrían a Franco, en 1946 organizó (Según Paul Preston en El zorro rojo: La vida de Santiago Carrillo) con Ibárruri, Claudín y Carrillo, el proceso de depuración contra el llamado “complot del Hotel Lux” de Moscú: Jesús Hernández y otros cinco dirigentes acusados de ser responsables de que los refugiados comunistas en la URSS quisieran marcharse del dudoso paraíso comunista, y sobre todo de no desvelar un complot para asesinar a La Pasionaria en el hotel…

Etcétera. Parte de las Memorias de Uribe dan cuenta de su ejecutoria en la dirección del Partido desde Praga, adonde tuvo que fugarse para evitar la deportación, como tantos comunistas, cuando los vencedores occidentales de la segunda guerra mundial decidieron que Franco era menos peligroso que Stalin, y los partidos comunistas extranjeros en su territorio, una incómoda bomba de relojería.

Desde allí postuló la supresión de las estériles guerrillas, y ya en 1948 la infiltración en los sindicatos verticales y una amplia alianza antifranquista: es decir adelantándose bastantes años a Claudín y aún más años a Carrillo, dos de los dirigentes que organizaron su defenestración.

Uribe tenía y declara una fe y lealtad absolutas al Partido. Es desasosegante leer entre líneas en estas memorias, redactadas con voluntad de impasibilidad como un informe sobre hechos objetivos, sin mencionar ni de pasada su vida personal, lo que debieron suponer en su ánimo las caídas letales de amigos y militantes cuidadosamente preparados con falsas identidades y laboriosas coartadas para enviarlos al “interior”, en los primeros años de la postguerra:

“El camarada Eladio González (…) se trasladó a España, trabajó algún tiempo y fue detenido y ejecutado por los franquistas”.

O: “En ese mismo tiempo enviamos también a España a la camarada Perpetua Socorro (…) Fue detenida algún tiempo después y murió en la cárcel, según noticias que llegamos a conocer”.

O: “En nuestras previsiones ocupaba un lugar importante el envío a España de camaradas preparados que pudieran hacer frente a la situación por su firmeza y cualidad política. Larrañaga y Asarta, por un lado, y Girabau, por otro, solicitaron voluntariamente ser enviados al trabajo del Partido en el País. Diéguez y Guyo aceptaron inmediatamente cuando se habló con ellos de las necesidades del Partido. Asimismo el camarada Ricardo Castro dio pruebas de gran abnegación por la situación familiar en que se encontraba. Se hicieron los preparativos de realización para su envío a España, vía Estados Unidos, a través de Portugal”. Nunca supo Uribe si entre los comunistas españoles de Lisboa había algún traidor infiltrado o si la vigilancia policial franquista, que en la capital portuguesa operaba a sus anchas, detectó a tan valientes militantes, el caso es que tres párrafos después todos fueron detenidos en Madrid: “Con su detención y asesinato por los franquistas perdimos a un grupo de excelentes camaradas plenos de abnegación y voluntad ilimitada por el Partido.”

El intocable e incorregible pasado

Hay otros episodios, sórdidos, en la trayectoria del PCE en el exilio, que inevitablemente tuvieron que angustiar a Uribe. Pero de angustias y dudas no habla.

En 1956 se celebró el XX Congreso del PCUS, que dio el pistoletazo de salida para la “desestalinización” en los países satélites de Moscú. Uribe, que según Carrillo desarrollaba “métodos incorrectos de trabajo”, como despreciar las reuniones y tomar decisiones por si solo, y cuyo carácter supuestamente soberbio era responsable de errores políticos, fue despojado de todas sus responsabilidades. Ibárruri olfateaba los nuevos vientos y le dejó tirado a los pies de los leones.

Precisamente en el vigésimo aniversario de su nombramiento como ministro, acusado de “culto a la personalidad”, tuvo que someterse a una de aquellas humillantes y siniestras ceremonias de autocrítica, a la que aportó el penoso texto que se incluye al final de las Memorias:

“…En el culto a Stalin he participado yo a lo largo de mi actividad dirigente… Esa cualidad negativa que se ha desarrollado en mí, como he reconocido en mi intervención primera, como la soberbia, cierta autosatisfacción, cierta vanidad, cuando se traslada a la esfera política que es la que interesa, se transforma, constituye elementos, partes del culto a la personalidad.”

Quisiera yo decir algo más simpático de Uribe, pero él no se deja, no procura gustarme. Bueno, pero aún así…

El suyo es un libro que hay que leer entre líneas. O acaso, dada la tristeza que emana, sea mejor no leerlo. Tenerlo simplemente a mano en la biblioteca, como creemos tener a mano el intocable, incorregible pasado.