Juan Pablo Villalobos / LENA PRIETO

Juan Pablo Villalobos / LENA PRIETO

Letra Clásica

Juan Pablo Villalobos: "Todos somos responsables del humor que hacemos"

El escritor mexicano, afincado en Barcelona, reflexiona sobre los peligros de malinterpretar la ironía y la creciente pérdida del sentido comunitario en la sociedad

27 julio, 2020 00:00

Tras ganar el Premio Herralde con No voy a pedirle a nadie que me crea, una novela humorística, y publicar Yo tuve un sueño, el relato del viaje que hacen los niños centroamericanos hacia Estados Unidos, el escritor mexicano –afincando en Barcelona– Juan Pablo Villalobos regresa con La invasión del pueblo del espíritu (Anagrama). A partir de Max, un hombre que está a punto de perder su negocio; de Pol, su hijo, obsesionado con l; vida extraterrestre, y de Gastón, un buen hombre que trata de ayudar a Max que hace lo indecible para prolongar la vida de su perro, Villalobos construye una novela sobre la identidad y los lazos comunitarios que un día se perdieron. 

–En La invasión del pueblo del espíritu borra las identidades y los lugares. Usted es mexicano y vive en Barcelona ¿Lo suyo es un viaje hacia el desdibujamiento?

–Digamos que este desdibujamiento es una respuesta a la pregunta que me hacía en novelas anteriores: ¿cuál es mi lugar en el mundo como persona y como narrador? La respuesta que encontraba en No voy a pedirle a nadie que me crea era de carácter omnívoro, es decir, la respuesta de alguien que lo quería todo. Quiero ser argentino, chileno, marroquí, una identidad que lo comprenda todo. En La invasión del pueblo del espíritu la respuesta es diferente, pero yo no hablaría de una evolución literaria. Cada novela es diferente porque cada una ha sido escrita en un momento distinto de mi vida. 

Ahora mismo me parece que es posible narrar, escribir y existir sin necesidad de tener una identidad. En La invasión del pueblo del espíritu encontramos una respuesta opuesta a la de No voy a pedirle a nadie que me crea: en lugar de quererlo todo, aquí no quiero nada. Pessoa tiene unos versos que dicen: “No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada”. Busco borrar todos los rasgos que identifican a los personajes y la ciudad en la que transcurre la novela. Evidentemente, hay algo humorístico en esto, pues se entiende perfectamente de qué se habla, aunque no se nombre. La apuesta era precisamente esta: hay cosas que no se nombran porque no tienen ninguna importancia y otras que, al no nombrarlas, nos resultan más grotescas.

El escritor Juan Pablo Villalobos, en Barcelona / LENA PRIETO

–No se niega entonces a volver sobre estrategias narrativas de anteriores libros.

–Seguramente en mi próximo trabajo encuentre una nueva solución ante la pregunta inicial. Puede que no sea exactamente una vuelta atrás, aunque tampoco repita la deslocalización de La invasión del pueblo del espíritu, que parece situar la novela en una especie de universalidad, aunque no creo que sea este el caso. Eso sí, me gustaría pensar que los lectores, más allá de que identifiquen o no a la ciudad descrita como Barcelona, observen que lo que aquí se cuenta sucede en muchas otras ciudades. De hecho, los procesos de gentrificación, que son el origen de la trama, los encontramos en Ciudad de México, en San Paulo, en cualquier lugar. 

–Borra los nombres de los lugares, pero el origen geográfico de los personajes y el racismo están muy presentes.

–Existe un doble rasero en esta idea según la cual hay racismos distintos y, por tanto, no es lo mismo un subsahariano que un latino. Este doble rasero define el discurso de algunos partidos políticos, que afirman que es preferible la inmigración latinoamericana frente a otras, no solo –dicen– porque compartimos una lengua y una cultura, sino porque la nación nunca olvida sus colonias. Dicho así, parece un chiste, pero no lo es. No puede haber discursos exclusivos en los que nosotros, como latinoamericanos, entremos en el juego y, como nos sentimos aceptados, nos mostremos indiferentes hacia los otros inmigrantes. Una vez que estableces estas distinciones arbitrarias, se vuelve todo muy absurdo. De ahí que opte por nombrar las cosas por su localización geográfica y no por su identificación política o social. Tiene que ver con mi voluntad de extrañar el lenguaje y de mostrar lo absurdo de estas arbitrariedades. 

–Hablando de racismo: en la novela aparece el discurso que identifica a los chinos por “comprarlo todo”, apropiarse de bares y tiendas borrando el carácter de los barrios tradicionales.  

–En nuestras ciudades hay un problema real: la gentrificación, que obliga a mucha gente a desplazarse de su barrio porque ya no puede vivir en él. El discurso contra este fenómeno, absolutamente válido, puede sin embargo terminar convirtiéndose en un discurso xenófobo cuando aparecen comentarios del tipo: “Mira quién ha comprado este local” o “¿de dónde vendrá su dinero?”. Se habla de mafias rusas y chinas, que las hay, por supuesto; sin embargo, esto no debe implicar señalar a todo un colectivo. Por otro lado, me interesa observar de qué manera la gentrificación está afectando al sentido de comunidad. El modelo económico y social del neoliberalismo en su aplicación más salvaje ha vulnerado a las comunidades e impuesto lo individual y la ley de la selva. Cada uno defiende sus derechos y se cuida el culo. Esto es perfecto para el capitalismo, porque sin un sentido de comunidad es más fácil que procesos como el de gentrificación sigan adelante. Nadie los va a detener.

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–Su libro se pregunta sobre la condición solitaria del individuo y la pérdida de los lazos comunitarios.

–Cuando la novela se interroga si estamos solos en el universo lo que está haciendo es preguntarse si estamos solos en la tierra, si hay una comunidad que acoge y protege, capaz de hacer piña. Lo que vemos en la novela es que hay individuos que tratan de ayudarse, pero no saben cómo hacerlo e incluso acaban enfrentándose, como si fueran enemigos los unos de los otros. No se dan cuenta de que, en realidad, es el contexto el que los ha puesto en esa situación. Al final, lo que sucede es que el hombre que está a punto de perder su negocio se enfrenta al inmigrante, al que considera una amenaza. Sin embargo, el verdadero culpable, la verdadera amenaza, es un sistema económico que nos ha llevado hasta aquí y que nos hace creer que nos tenemos que enfrentar. Lo que tenemos que hacer es mirar arriba y hacia los lados y preguntarnos qué está pasando realmente. 

–Sus personajes, en concreto Max, parecen no ver más allá de los problemas inmediatos.

–En La invasión del pueblo del espíritu encontramos personajes que son atropellados por la realidad. En términos literarios se podría decir que no hay ninguna posibilidad de heroísmo, porque la realidad nos aplasta por completo y no encontramos cobijo por ningún lado. Esto es lo que le pasa a Max. En él hay algo profundamente mexicano: el no querer buscar ayuda. Nosotros venimos de un proceso más largo de degradación de lo comunitario y, por tanto, creemos que, cuando te pasa algo, tú solo tienes que afrontar el problema. Esta idea de enfrentarte tú solo a los problemas está estrechamente ligada a una concepción de la masculinidad: un hombre no va a aceptar nunca la ayuda de nadie. En tanto que hombre, debes demostrar que eres macho y tienes que sobreponerte tú solo a las circunstancias. Mostrar debilidad y pedir ayuda no es una opción. Lo que le sucede a Max es que entra en una depresión, se encierra en sí mismo, se bloquea y lo único que hace es huir de la situación, sabiendo que no puede sobreponerse a ella. Gastón, su mejor amigo, intenta ayudarlo, pero entre ellos hay un problema de incomunicación.

–Incomunicación entre hombres incapaces de explicar sus problemas.

–Sí. En la novela se hace una reflexión sobre cómo nos comunicamos los hombres en términos más frívolos con respecto a las mujeres. Tengo muy presente situaciones en las que me he visto con amigos que están pasando por momentos X y, sin embargo, no hablamos de ellos o, si hablamos, es por encima. Pienso en la estupefacción de mi pareja, cuando me pregunta qué paso con este o con aquel amigo que lo estaba pasando mal y yo, que acabo de verme con él, le contesto que no lo sé, que no hemos hablado sobre esta cuestión. Estoy generalizando un poco, pero hay algo de verdad. En cuanto a la novela, tenemos dos personajes en crisis a los que les resulta difícil hablar. Por mi propia experiencia diría que hay una serie de conversaciones que suceden en la amistad masculina que, cuando tocan lo más profundo, se vuelven violentas. Se produce una incomodidad brutal. El hecho de que un amigo te cuente realmente lo mal que se siente resulta incómodo; se establece una situación complicada que alguien tiene que romper con un chiste, con una palmadita en la espalda. A mis personajes les pasa esto, no consiguen comunicarse. 

Juan Pablo Villalobos 004

–Ante esta incomunicación, el padre de su libro cae en una depresión y el hijo construye teorías conspiranoicas.

–Hay algo generacional en esto. En términos de fragilidades, la novela propone que, ante determinadas situaciones, la generación de los padres reacciona con la depresión, mientras que la generación más joven, la de los hijos, lo hace con ataques de pánico y de ansiedad. Pol sufre un brote de paranoia que le hace pensar que hay una conspiración y que es una víctima. Reaccionan de manera distinta, pero ninguno de los dos va a poder enfrentarse al problema. Ambos terminan huyendo de una manera u otra. 

–En época de crisis los discursos conspiranoicos proliferan.

–Existe una pulsión paranoica en todas las sociedades que las lleva a creer que hay una explicación más allá de lo que se conoce. No solo hay relatos conspiranoicos para cualquier cuestión política, sino que nosotros mismos vemos conspiraciones en nuestro ámbito privado o laboral. En este sentido, tendemos a victimizarnos y a creer que hay una serie hechos que nos condenan y de los cuales aparentemente no podemos escapar. 

–El jardín que construye Gastón es también una forma de huida de la realidad.

–Yo reescribo mucho. Cuando estaba empezando, tenía muy presente la última frase del Cándido de Voltaire: ahora hay que cultivar el huerto. Gastón ha seguido el consejo y, con una actitud zen, trata de crearse un oasis donde quedan suspendidas las reglas de esa realidad que no necesita, porque es un privilegiado desde el punto de vista económico. Gracias a las rentas que tiene, puede huir de la lógica capitalista y permitirse una vida contemplativa de rutinas y paseos. El huerto me interesaba también por su conexión con la tierra. En la novela se habla de la tierra como planeta, como el lugar de pertenencia, pero también como el elemento físico que pisamos y sobre el cual plantamos semillas. 

–Háblame de Gastón.

–Es un personaje que parece bueno, pero es egoísta. Adora a su perro, pero le duele más el hecho de perderlo que el sufrimiento que pueda sufrir. Por eso busca a alguien que pueda ofrecerle cuidados paliativos; su objetivo es alargar su vida para no afrontar su pérdida. El miedo a perder a su perro nos plantea la pregunta de si estamos solos. Gastón es un solitario que ha roto con su familia; ha emigrado, no por temas económicos o políticos, sino porque tiene dinero y deseaba vivir en otro lugar. En la ciudad establece vínculos fugaces, sobre todo, con sus parejas, pero también con su amigo Max y su hijo, que se convierten en su familia.

–No todos partimos de la misma casilla de salida.

–Sin duda. Y esta constatación me ha llevado a cambiar mi manera de ver los personajes. En libros anteriores el humor sucedía en la medida en que los narradores miraban paródicamente a los personajes. Había una distancia cínica con respecto a lo que hacían los personajes. En esta novela ya no aparece esa mirada distante, es un libro más empático con los personajes. Hay un deseo de entender al otro. En este momento, en el que vivimos un auge de los discursos de odio y de sospecha hacia el otro, no me interesaba la novela burla, sino la voluntad de comprender al otro. 

El escritor Juan Pablo Villalobos, en Barcelona / LENA PRIETO

–¿Ha cambiado su concepción del humor?

–Me he aburrido del cinismo. Esto no significa que, a partir de ahora, renuncie a él. Lo que sí es cierto es que, en este momento particular, me interesaba hacer otra cosa: quería romper la distancia que establece el humor con los personajes. De ahí que el humor que pueda haber en La invasión del pueblo del espíritu suceda en el ámbito del lenguaje, a través de este juego de no nombrar o de nombrar las cosas con expresiones diferentes, y en la trama, a través del escenario en el que sucede la acción y los hechos sociales, políticos y económicos que se narran. A diferencia de otros libros, aquí el humor no se dirige a los personajes. Me interesaba más comprenderlos que reírme de (o con) ellos. El aburrimiento que me despierta ahora el cinismo tiene detrás un posicionamiento político ante todos estos discursos que en los últimos años se han hecho en torno al humor y sus límites. Yo he llegado a la conclusión de que lo políticamente incorrecto ha terminado por justificar los insultos y un cierto tipo de humorismo. Hace cinco años no era así, pero ahora las cosas han cambiado. El 99% de los insultos que recibo en twitter vienen de gente que, en su perfil, se define como políticamente incorrecto. Esto está pasando porque quien se ha apropiado de lo políticamente incorrecto es la ultraderecha.

–En países como Estados Unidos particularmente.

–Efectivamente. Ante los chistes de Ricky Gervais en los Golden Globe de inmediato tuve claro que sería la ultraderecha quien se aprovecharía de ellos. Obviamente, Gervais no habla desde allí, pero su discurso es instrumentalizado por la extrema derecha. Todos somos responsables del humor que hacemos. No vale decir que no se tiene la culpa de la interpretación posterior; puede que uno no sea directamente culpable, pero es necesario ser consciente de que en un determinado contexto un determinado tipo de humor será utilizado por ciertos discursos que están fomentando el odio. Y yo, ahora, en este particular contexto, no lo voy a hacer. 

–¿Nos hemos vuelo más literales?

–Totalmente, y me da un poco de pánico. Tú utilizas ciertas expresiones como paradojas o ironías, pero no son captadas como tales: se interpretan literalmente. En una entrevista me preguntaron sobre el racismo en Barcelona y dije que era “civilizado”. Obviamente era una broma: no puede existir un racismo civilizado. Sin embargo, quien lo lea de forma literal pensará que yo creo que existe un racismo civilizado. En realidad, hay niveles de violencia: no es lo mismo la violencia simbólica que podemos vivir aquí cuando alguien te mira o te hace un chiste por no ser de aquí, que la violencia física. El exceso de literalidad ha hecho que el humor, que es algo sofisticado, sea malinterpretado.

–En esta novela usted recurre a la primera persona del plural.

–Esta voz narrativa surgió en el proceso de escritura. No sabría explicarte bien cómo. Es una voz rara, especialmente para mí: siempre había utilizado la primera persona y de repente utilizo una voz que pareciera un narrador en tercera, en cuanto actúa como tal, pero que usa retóricamente la primera persona del plural para incluir al lector. Conforme escribía fui entendiendo el sentido de esta voz narrativa: tiene que ver con ese sentido de comunidad, que estamos perdiendo. La voz narrativa intenta crear comunidad, quiere decirle al lector que esta novela va sobre estar juntos, convivir. Cada novela tiene que encontrar su lenguaje y su voz narrativa, así que me pareció interesante probar a escribir con la primera del plural. Escribir una novela no es poner a funcionar lo que ya has aprendido. Es aprender de nuevo.

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–¿Excluye de esta regla la incidencia en temas recurrentes, como la identidad?

–Uno no puede escapar de uno mismo. Las identidades se definen a partir de la añoranza de lo que supuestamente éramos en un momento supuestamente glorioso o exageran lo racial. Los valores identitarios excluyen a muchísima gente, que quedan sometidos a los que se creen los auténticos poseedores de la identidad. En este proceso e ejercen violencias simbólicas, políticas y físicas. No se trata de preguntarnos qué somos o qué fuimos, sino de preguntarse qué queremos ser, pero no en función de lo que fuimos, sino de nuestras circunstancias. 

–La lengua y sus variantes es otro asunto vinculado a la identidad.

–En la novela se plantea un juego: la reivindicación de la lengua aborigen frente a la colonizadora, que es con la que está escrito el relato. El español ha sido una lengua colonizadora y de conquista. La incomodidad que tenía antes respecto a perder mi manera de hablar o de escribir como mexicano han ido desapareciendo, sobre todo a partir de la lectura de la tradición literaria conformada por escritores que o han cambiado la lengua o han sufrido esos procesos de degradación de su identidad lingüística. En Roberto Bolaño y en otros autores encontramos esa idea de que cada novela tiene su propio lenguaje y que hay que despreocuparse de si se utiliza una palabra de un país o de otro. En esta novela apuesto de una forma radical por borrar el elemento identitario de la lengua. Debemos dejar de preocuparnos de ser auténticos o de abrazar una determinada identidad.