El escritor Juan Madrid, en Barcelona / LENA PRIETO

El escritor Juan Madrid, en Barcelona / LENA PRIETO

Letra Clásica

Juan Madrid: "No hay literatura sin una visión política"

El maestro de la novela negra española, al que BCNegra acaba de otorgar el premio Vázquez Montalbán, defiende una narrativa basada en la realidad e inmersa en su época

10 febrero, 2020 00:05

Juan Madrid ha venido a Barcelona desde Málaga, donde vive, para recoger el Premio Pepe Carvalho, galardón que, concedido en el marco del festival BCNegra, recuerda a su amigo y compañero Manuel Vázquez Montalbán, con el que creó el nuevo patrón de la novela negra en castellano: una narrativa que cuenta los problemas sociales y no ignora su entorno. Con medio centenar de novelas a sus espaldas, Madrid es un clásico en su género, un hombre que pasó de ser botones en la Alfaguara dirigida por Camilo José Cela a un autor reconocido. 

–“Ensimismada y catatónica”. Así definían Vázquez Montalbán y usted la novela que se hacía en los años setenta. Sus obras dan un giro social a esta literatura.

–Manolo y yo nos referíamos a que se estaba haciendo una novela deliberadamente lenta que, por ser escrita por y para la burguesía intelectual, debía subrayar la cultura y la intelectualidad de quien escribía, pero también de quien leía. Este era el tipo de novela que triunfaba en los sesenta y que se premiaba, entre otros, con el Premio Formentor. Era una novela que bebía mucho de la nouveau roman. No quiero hablar en nombre de Manolo, pero estoy seguro de que si estuviera aquí coincidiríamos. Por lo que a mí se refiere, cuando empiezo a escribir me encuentro con una novela que no me interesa. No me interesaba la literatura postfranquista, la encontraba muy complicada, y tampoco la literatura que se estaba haciendo en Europa. Para autoafirmarme, comienzo a leer a los rusos y descubro La caballería roja, de Isaak Bábel. Conocía a Gorki y a Chejov, pero Bábel me entusiasma. Luego leo a los norteamericanos. Había leído a Faulkner, que era un autor que no terminaba de interesarme demasiado, por su oscurantismo y por su empalago en las historias. Descubro a Hemingway y en seguida me doy cuenta de que su literatura es heredera del periodismo, pero sobre todo observo que la sociedad que aparece con el triunfo de la burguesía y de los medios de comunicación requiere una literatura breve.

–¿De ahí su estilo escueto, sin adjetivos, directo?

–Efectivamente. Cuando en aquella época se enviaban noticias desde el extranjero los corresponsables tenían que ser breves y concisos. Así son los teletipos. Entonces aparece una literatura breve que se afianza, mientras la literatura burguesa de los premios Formentor o de Francia siguen su camino. Los nuevos, que no digo que no fueran también burgueses, buscaban otros referentes, y entre esos nuevos estaba yo que, como te decía, convierto a Hemingway, a Hammett, a Bábel y a Rubem Fonseca en mis maestros. 

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–¿No encontró referentes en la literatura española?

–El problema es que en España no existe un imaginario para la literatura. La nuestra es una sociedad atrasada con respecto con Occidente. Sería muy largo de explicar, pero uno de los motivos de este atraso es que la gestión del país por parte de la clase dirigente, si es que alguna vez puede haber una clase dirigente capaz de hacer algo bien, ha sido catastrófica. Yo me doy cuenta de que la literatura tiene que ser más rápida y acorde con los tiempos. Los prólogos de Galdós, que es un maestro, son larguísimos, propios de una sociedad en la que había tiempo para leer y los lectores eran unos pocos privilegiados. Ahora los tiempos son otros: se necesita otro tipo de narrativa. Y la novela negra lo que hace es contar nuestro tiempo. Y hablo de novela negra, no de novela policíaca.

–¿No se siente cómodo con esta etiqueta?

–Puede haber una relación entre la novela negra con la policíaca. Yo he escrito pocas novelas policíacas, aunque no me paro a pensar en su definición. Lo que yo hago es retratar la sociedad y contar cuáles son sus problemas: la marginalidad, la pobreza, el poder del Estado, cada vez mayor y más agobiante, la creación de varios niveles de pobreza… 

–En este sentido, su narrativa es explícitamente política. 

–No hay la literatura sin visión política, esto es así. Dicho eso, cuando escribo intento zafarme de lo panfletario. He hecho muchos panfletos en mi vida. Hace muchos años, en un congreso en Salamanca, ciudad en la que estudié, presenté una ponencia titulada: “Escribir en las paredes”. Hablaba del valor político de la escritura en las paredes y de los panfletos, pero ya me cansé. Por esto, desde que empecé a escribir –publiqué mi primer cuento a los dieciséis años– escapé de lo panfletario y me centré en la ficción, tal y como la concebía Cervantes. Es decir, la novela es ficción, pero tiene que parecer verdad. Esto es algo que se les olvida a muchos escritores contemporáneos, por mucho que citen a Cervantes. 

El escritor Juan Madrid, en Barcelona / LENA PRIETO

–¿El género negro es el que mejor puede narrar, desde la ficción, la verdad?

–La novela negra cuenta mejor la realidad social. Es la que más se preocupa de lo que sucede a su alrededor. No digo con esto que no haya ficción, la hay, pero parece verdad. Y esto es lo que no tienen en cuenta muchos autores jóvenes de este género: inventan asesinos en serie, aunque aquí no los haya –esto no es Estados Unidos–, o dan vida a detectives privados, sin saber cómo son. Muchos de estos autores desconocen la realidad. Algunos dirán que no es así. Cortázar seguramente rechazaría esta idea, como también lo haría García Márquez. Vargas Llosa, por el contrario, suscribiría mi opinión. 

–Usted conoció a García Márquez. 

–Sí, lo conocí muy bien porque di clases en la escuela de cine de La Habana y, además, teníamos a Balcells como agente literaria. Su literatura nada tiene que ver con su concepción del mundo. Nunca fue así en el caso de Vargas Llosa, que estaba muy ligado a los dictados de la CIA, tal y como cuenta Frances Stonor Saunders en La CIA y la guerra cultural. Stonor Saunders dice que había un departamento de la CIA dedicado a revalorizar la imaginación en la literatura. Para los servicios secretos norteamericanos, estaba dominada por Moscú. De ahí que imperase el realismo. Es increíble el dinero que se ha gastado la CIA en universidades, en editoriales, en pago de conferencias… Todo para captar escritores a los que se les ofrecía de todo. No olvides que las conferencias son la gran salvación de los escritores. El sistema quiere un determinado tipo de literatura, esa literatura que es premiada, financiada, comercializada… Y el primero que paga esta literatura es el editor. 

–¿Las editoriales son también parte del sistema?

–Por supuesto. Antes era más fácil, pero ahora envías un manuscrito a una editorial y apenas tienes posibilidades. Un escritor hoy lo tiene más difícil, en parte, porque hay más control. El joven está desprotegido y su única salida es Internet. No sé si con el tiempo acabará desapareciendo la literatura, que tiene que ver con la oralidad, con contar historias. El problema es que el sistema ahora nos dice que no hay diferencia entre la verdad y la mentira.

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–El relativismo postmoderno.

–Esto es propio de la ideología burguesa. Decir que no hay verdad ni mentira o que existe un pensamiento científico y, por tanto, que no todo es relativo suena, para algunos, a soviético. Tú no puedes construir un mundo donde todo es relativo.  

–Usted es uno de los grandes retratistas de Madrid.

–Bueno, están Galdós, Baroja, Sender, Valle-Inclán…

–En Días contados usted relataba el fin del Madrid de la Movida.

–No la escribí con ese objetivo, pero, una vez que la publiqué, me di cuenta de que Días contados era un punto de inflexión en mi carrera. En ella cuento el Madrid de los pobres. Narro lo que generó la fiesta en unos hijos de la burguesía, que eran compañeros míos de facultad. A diferencia de ellos, yo estaba más politizado;, estudiaba y trabajaba. Muchos de aquellos hijos de la burguesía, de aquellos amigos y compañeros, murieron por el camino. Y Días de contados es un retrato de esa resaca. Narro cómo los ricos son aquellos que se aprovechan de los pobres para hacer arte. Esto es lo que hace mi personaje, que en mi novela no pertenece a la ETA, como sí sucede en la película. Fue una decisión de Uribe. Él temía que yo no quisiese, pero le dije que no se preocupara, que yo era dueño de la novela, pero él lo era de la película. Me pagaron el trabajo que hice para el guión que, obviamente, no terminé, aunque el 80% de los diálogos son míos. Lo que contaba en la novela es cómo un tipo burgués se aprovecha de los otros, sobre todo de Charo, la prostituta. Yo quería mostrar a los pobres, a los descarnados, a los que no tienen patria… A los que sufren los abusos de los que sí tienen. Todos los personajes están basados en personajes reales.

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–¿El periodismo fue una escuela de mirada?

–El periodismo es un entrenamiento de la mirada. Al escritor le sirve para centrar la mirada. A mí me sirvió. Fue en esa época de periodista en la que conocí a la joven que transformaría en Charo. Se llamaba Mari, una prostituta a la que le pedí que viniera a mi casa para que me contase su vida. Le dije: “Yo no quiero follarte, no quiero nada, solo quiero que me cuentes tu historia”. Tengo muchos apuntes de lo que me contó. La gente me pregunta si me he ido mucho de prostitutas, pero no se trata de esto. Es que tengo una mirada sobre los pobres, escucho sus historias. En parte, yo también fui pobre: he sido botones, he vendido puros… Gorki le decía a Bábel: “Vete a los burdeles y a las tabernas, escribe lo que veas y luego me lo traes”. Lo que yo contaba era la realidad, lo que estaba pasando en Madrid. Y a partir de Días contados seguí escribiendo sobre la gente. 

–Usted relata esa pobreza que en la novela policiaca clásica –pienso en Sherlock Holmes– nunca aparece.

–Mi obra no tiene nada que ver con ese tipo de novelas. Compartimos solo la etiqueta de policíaca o negra. A mí me gustan las novelas que narran conflictos sociales, personales, económicos. Quiero narrar las realidades que conozco. Quise hablar de los pobres de Madrid y lo hice. Quise hablar de la policía y de sus conflictos y lo hice a través de la figura de Toni Romano. ¿Por qué está siempre tan cabreado? Por dos motivos: porque ha descubierto a su novia en la cama con su padre y porque es consciente de la corrupción policial.

–Ese es el tema de Brigada Central.

–Esa serie la prohibió la policía socialista. Te explico: yo quería contar el choque entre la policía franquista y la policía de la democracia. Pedro Masó, el director de la serie, que hizo lo que le dio la gana, me llamó diciéndome que querían prohibir la serie, pero que no me preocupara, que se iría a ver al director general de la Policía [José María Rodríguez Colorado], un corrupto que ingresó en prisión. Me entero entonces de que mis guiones fueron leídos por el director general, o por algún madero, y que los retocaron a mis espaldas. Al enterarme protegí lo único que es mío: la escritura. Puedo hacerlo bien o mal, pero es mi trabajo y nadie lo puede tocar. Así que convertí los guiones, tal y como yo los había escrito, en novelas. Brigada Central dio la vuelta al mundo. Y cuando publiqué las novelas me volvieron a decir lo de siempre: que escribo novelas comunistas. ¿Por qué sorprende? Son novelas que no quiere el sistema. ¿Y qué quiere el sistema? Observa los premios literarios y lo sabrás: escritores que cuando hablan de la Guerra Civil dicen que no hubo ni malos o que los malos eran los comunistas y los de Falange, mientras que el pueblo español pasaba de todo.

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–¿Novelas comunistas?

–A mí me da la risa, a ti te puede dar la risa, pero a los que mandan no. El sistema siempre ha intentado que los comunistas estén lo más lejos posible del poder

–¿Cree que la novela negra, igual que parte de la sociedad, se ha despolitizado? 

–Sin duda. Lo que quiere el sistema es la despolitización absoluta. Se nos dice continuamente que la novela no tiene que ser política. En la novela actual hay detectives que no son detectives y asesinos en serie inverosímiles. En España no tenemos asesinos en serie, pero en las novelas aparecen. Son novelas de monstruos, de una criminalidad falsa. En España la delincuencia real se dedica a la extorsión, el robo, el latrocinio. Sin embargo, como se sigue la fórmula americana, que funciona bien y es lo que quieren los editores, la llaman novela negra, pero es simplemente una literatura que coge lo estético del género negro sin ir más allá. 

–No quiero terminar la entrevista sin preguntarle por la corrupción policial.

–Recuerdo que una vez Petros Márkaris, que es un reaccionario, me decía que no, que la policía no era necesariamente corrupta. Y eso que él es turco y la policía turca está llena de torturadores e hijos de puta. Él, en cambio, me decía que podía poner como protagonista a una persona decente. Bueno, vale, que ponga un comisario decente como protagonista, pero no puede ser que todos los comisarios lo sean. Tiene que poner otros que sean lo contrario. Al no hacerlo, no refleja la realidad de la policía. Simplemente construye una aventura despolitizada. ¿Hay algún comisario que no sea corrupto? Imposible. De lo contrario, no hubiera ascendido. Ser policía es ser corrupto. No hay más.