Jordi Corominas / LENA PRIETO

Jordi Corominas / LENA PRIETO

Letra Clásica

Jordi Corominas: “La historia de Barcelona se ha contado de forma muy chapucera”

El escritor, que acaba de publicar una crónica negra de la Ciudad Condal, reflexiona sobre las diferencias entre la Cataluña urbana y la rural y el fenómeno Colau

29 noviembre, 2021 00:10

Periodista, novelista, ensayista y un gran paseante. Jordi Corominas (Barcelona, 1979) lleva años recorriendo la capital de Cataluña y reivindicando sus periferias, esos lugares alejados de las postales que escapan de los tópicos y de los anuncios institucionales. Fruto de este interés por su ciudad y de su trabajo periodístico recuperando la crónica negra de principios del siglo XX ha escrito La ciudad violenta (Península), un ensayo divulgativo en el que rastrea las violencias que han definido la capital catalana desde finales del XIX hasta la actualidad. En la primera parte se centra en el movimiento anarquista; en la segunda recorre historias como la de Enriqueta Martí, la vampira del Raval, a quien ya le había dedicado un ensayo, o el asesinato del Maremagnum. La tercera parte está dedicada a la violencia “mental, no solo física” del procés

–Ha publicado su libro en un momento más que adecuado.

–Es cierto, aunque, si hubiera salido el año pasado, cuando se produjo la detención de Pablo Hasél, también hubiera ido bien. Y esto es así porque estamos viviendo un ciclo extraño, un tiempo de incertidumbre donde existe una violencia que yo no definiría como política. Me parece más bien destrucción por destrucción. Barcelona se encuentra en una extraña deriva. No sé si el libro da respuestas, pero creo que genera una serie de preguntas. 

–El historiador Fernández Calleja dice que en España se ha estudiado poco la violencia como fenómeno político. Usted intenta hacerlo en Barcelona. 

–Esto pasa aquí, pero en Italia o Francia, por ejemplo, hay una tradición más amplia de estudio de la crónica negra y se tiende más a integrar la violencia dentro de la historia. Se concibe el estudio de la violencia como un género de la historiografía. Aquíno existe esto. Lo que sí hay es un estudio de la violencia desde una perspectiva social y, en cierta manera, es lo que hago: estudiarla como un fenómeno que entronca en nuestra historia social y política. En la ciudad confluyen muchas tensiones y es imposible separar lo criminal y lo político de las transformaciones sociales y del sistema. 

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–Hace énfasis en el silenciamiento de las protestas obreras y anarquistas.

–Lo que sucede en Barcelona es que tanto el poder municipalista, representado por los socialistas, como el poder autonómico, ejercido por los convergentes, tienen una raíz burguesa. De ahí que ambos silenciaran el anarquismo, si bien fue protagonista de la historia de Barcelona en la primera mitad del siglo XX. Se ve tanto en el nomenclátor como en el relato oficial de la historia de la ciudad: el anarquismo no existe. Para mí fue un placer recuperar esa parte de la historia, si bien tengo que decir que, investigando sobre el tema, me di cuenta de que en la memoria colectiva los anarquistas tienen una presencia importante. Por eso resulta más bestia el que hayan sido extirpados del espacio político, cosa que no ingenua. Es una decisión política: el anarquismo todavía hoy molesta mucho. 

–A la burguesía el movimiento obrero siempre le ha resultado molesto. 

–En nuestro tiempo, además, el borrado de la historia anarquista tiene que ver con impedir que se genere cualquier forma de colectividad. Y lo cierto es que, desde que cayó el muro de Berlín, los sindicatos se han ido a la mierda y se ha situado al individuo como el eje de todo. En el 2011/2012, por ejemplo, el alcalde Trias retiró en las chimeneas del Paralelo la placa de Passatge de la Canadenca. Lo hizo porque temía que la gente, tras el 15M, recordara aquella huelga y la convirtiera en referente. Me parece muy simbólico. En realidad, Trias no podía retirarla: para quitar una placa se necesita la aprobación de la comisión de nomenclátor. Lo hizo sin aprobación. Un gesto que describe nuestro tiempo: la historia la intentan explicar los historiadores, pero quien la manipula y la impone son los políticos. 

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–¿El cine quinqui proyecta una imagen de Barcelona sin mostrar su trasfondo?

–Barcelona es, en general, una ciudad muy de fachada, sobre todo a partir de 1992. Y  en este juego de la imagen el cine quinqui ha quedado como algo folklórico, si bien el trasfondo en el que nace es trágico: nos señala la existencia de otras Barcelonas distintas a la de postal. Como en otras ciudades, el centro de Barcelona oculta por completo la periferia e, incluso, a partir de este dominio de lo burgués, los crímenes de la periferia se convierten en lecciones morales para denigrar a ciertas clases sociales. 

–Un gesto muy decimonónico.

–Totalmente. Desde un punto de vista periodístico, los crímenes del centro tienen muchas más entradas en Google que los crímenes de la periferia; estos últimos apenas se mencionan y, cuando se profundiza en ellos, es para mostrar que esa clase social periférica es una clase perdida. No hay que olvidar que mayoritariamente la prensa de este país es conservadora, así que no nos debe extrañar esta constante criminalización. 

–Usted lleva tiempo reivindicando las periferias de Barcelona. ¿Son las grandes desconocidas incluso para los barceloneses? 

–Yo tengo la obsesión por recuperar las periferias y me gustaría hacer un libro en el que mostrar las distintas Barcelonas, una idea que viene directamente de Vázquez Montalbán. Este ensayo nace, evidentemente, de esta recuperación, pero también de la voluntad de generar historias alternativas. A mí la historia oficial de mi ciudad no me convence y quiero replantearla, siendo consciente de que este gesto resulta incómodo, aunque en mi reivindicación no hay voluntad de fastidiar. Sin embargo, hay imágenes que incomodan porque muestran la violencia política o la criminal, que nos llevan a universos cercanos, puesto que, al fin de cuentas, el asesino puede ser tu vecino.

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–Leyendo la primera parte de su ensayo recordé la novela de Cristina Morales, Terroristas modernos, donde se afirma que se acusa de violencia a los trabajadores, pero quien la ejerce verdaderamente es el poder.

–El sistema es el que termina por generar la violencia del otro. Esto lo señala muy bien Morales. En el caso de los anarquistas, ¿por qué generan violencia? Porque Barcelona es una ciudad industrial que genera unas condiciones absolutamente esclavistas para los obreros que, hasta que no consiguen organizarse en sindicatos, no se consigue  enmendar. En nuestra época, ¿qué tenemos? La violencia inmobiliaria, la turística; en breve, podremos hablar de violencia ecológica. ¿Quién genera estas violencias? El poder. Lo que sucede es que, luego, el poder, al cargar las tintas sobre el otro, se lava las manos. Ya lo dice Max Weber: el poder es el único con la potestad del uso legítimo de la violencia. Por tanto, si otro utiliza la violencia, es culpable, pero el poder nunca lo es. 

–¿Existe una violencia legítima y otra que no lo es?

–La legítima es la de las fuerzas del orden. Esto se vio en octubre de 2017: la violencia que ejerció Mariano Rajoy fue un error, pero era estaba legitimado para ejercerla. 

–Parémonos en esa Barcelona que es posa guapa y en la que encontramos delitos de odio como el que tiene lugar en el Port Olímpic o en la zona alta, donde unos jóvenes queman un cajero con una mujer dentro.

–Estos casos inciden en un fenómeno post-caída del Muro y post-Olimpiadas de 1992. Nos vendieron una sociedad sin lucha de clases, pero las clases están ahí. En estos casos no podemos hablar de lucha, pero sí podemos leerlos desde una perspectiva clasista. En el crimen del Maremagnum el portero de la discoteca tira a Wilson Pacheco, un inmigrante latinoamericano, al agua y este se muere por las bajísimas temperaturas y la falta de profundidad. En el crimen del cajero encontramos a cuatro adolescentes que queman a una mujer sin techo.

Captura de pantalla 2021 11 26 a las 22.30.31En ambos casos encontramos la superioridad de clase: el portero, que va ciego de coca, cree que el inmigrante es purria y los jóvenes, que van ciegos de absenta, creen que la indigente no vale nada. Más allá de lo que hubieran consumido, tanto el vigilante como los otros tres, hijos de papá, se creen superiores e impunes. Las sustancias consumidas son un acicate, pero los componentes sociales y económicos están ahí. Y podríamos sumar el caso del asesino del Putxet: un señor de clase baja proveniente de La Mina que, por una serie de frustraciones, decide cargar contra los ricos. Nos volvemos a encontrar con una cuestión de clase, de dinero. 

En ambos casos encontramos la

Corominas 5–La Mina es un barrio absolutamente olvidado.

–Las desigualdades sociales generan violencia. Lo vemos claramente si observamos las consecuencias de los recortes sociosanitarios, pero, a lo largo de la historia, vemos cómo la desesperación provocada por la pobreza es una de las principales causas de violencia. Pensemos en el caso de Carmen Broto. Barcelona tiene algo de pueblo y esto se ve en que sus dos casos más famosos, el de Enriqueta, en el Raval y el de Carmen Broto, se sustentan en la mentira. Lo sorprendente del caso de Broto es que grandes periodistas como Lluís Permanyer o Josep Maria Huertas Clavería han cogido como verdad la versión de Juan Marsé en su novela Si te dicen que caí y no han ido más allá. ¿Por qué? Pues, porque la versión fake mola más que la verdad. Algo parecido pasa con el librero asesino. Es una historia que se inventó Flaubert para un relato y, sin embargo, se toma como un hecho real. Una mentira bien explicada es mucho más potente que la verdad, que puede ser muy sosa. Esto lo captó muy bien Marsé, que fue muy consciente, además, del poder que tiene la oralidad en la transmisión de las mentiras. 

–Marsé terminó harto de que le preguntaran sobre el caso Broto.

–Sí, estaba hasta las narices del tema. Escribía ficción y no le interesaba nada más. Dio alguna conferencia hablando del tema… en mi opinión, tomándole el pelo a la gente, algo muy propio de Marsé, que era consciente de que él no era depositario de ninguna verdad absoluta. Para mí lo interesante es revisitar sus territorios, que son también los míos, y leerlos desde el presente a la vez que, a través de sus narraciones, retrocedo en el tiempo y los reconstruyo desde una perspectiva histórica. Hacer esto con Si te dicen que caí es un festín. Entre todas las novelas de Barcelona es la más política. 

–¿Qué le parece La ciudad de los prodigios?

–Eduardo Mendoza es un narrador de Barcelona mentiroso. La historia no le interesa. En esta novela aborda la Semana Trágica en una sola página. En Marsé el compromiso político es mayor que en Mendoza o en Vila-Matas… Quizás, y salvando mucho las distancias, el autor que podríamos emparentar con él es Javier Pérez Andújar. 

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–¿Y su prologuista?

–¡Cierto! Ignacio Martínez de Pisón ha escrito una de las grandes novelas de Barcelona: El día de mañana. Es una grandísima obra en la que se moja políticamente y, seguramente, es la que me empujó a pedirle a Martínez de Pisón que firmara el prólogo. 

–¿Y la Barcelona olímpica de Casavella?

–Yo me río muchísimo con la tercera parte del Watusi, en la escena del asalto al Banco Central, donde unos yonquis generan un caos total con los jamones. Es una metáfora perfecta del surrealismo de la ciudad. La historia de Barcelona se ha contado de forma muy chapucera. Casavella fue el primer escritor que asumió un papel crítico con su tiempo y atacó tanto al pujolismo como al maragallismo. En su momento la crítica no entendió –o no quiso entender– su gesto. Le daba miedo hablar. Pero de lo que no hay duda es que en su narrativa muestra las grietas de la ciudad, precisamente durante ese momento en apariencia esplendoroso. Escribiendo La ciudad violenta he sido aún más consciente de esas grietas, que son fruto de cómo se construye Barcelona durante los Juegos Olímpicos: a través de una serie de fachadas, ese posa’t guapa al que aludías, que no dejan de ser barreras para que no salga la mierda que había detrás. 

–¿Se ha hecho menos maragallista?

–¡Gran pregunta! Sin duda. Mucho menos. Me pasa algo extraño: acabo de cumplir los cuarenta y cada vez soy más de izquierdas. Maragall crea la marca BCN, que nada tiene que ver con la Barcelona de los ciudadanos, que son los que tienen que luchar cada día para pagar el alquiler y conservar el patrimonio urbano, por el que Colau tampoco se preocupa mucho.

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–Veo que también es poco colauista.

–Absolutamente. Ya no soy pro Colau. No sé qué soy. Lo único que sé es que Barcelona tiene debe ser una ciudad federal y tengo ideas sobre cómo debería ser gestionada, pero no me interesa ni presentarme a alcalde ni meterme en política. El papel del escritor es el de proponer ideas desde el plano intelectual, no desde el poder. Lo que sí es cierto es que a lo largo de la escritura del libro me he desengañado con muchos políticos, empezando por Maragall, que quiso borrar el pasado con la refundación del 92, y siguiendo por Colau, que no tiene ni idea de qué es la ciudad. Lo peor de todo es que, en el fondo, Colau es un mal menor. Mi miedo es que si gana otra persona termine por arruinar definitivamente Barcelona. 

–¿El Fórum fue otro momento clave?

–No tuve tiempo de incluirlo en el libro, pero lo que te puedo decir es que el Fórum tuvo lugar bajo el mandato del peor alcalde de Barcelona, con permiso de Trias, Joan Clos y no fue otra cosa que un pelotazo inmobiliario vendido como un gran evento. Se tomó el pelo a los ciudadanos, algo habitual. Se nos vendió la moto de la misma manera que se nos vende la revolució dels somriures.

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–El procés desembocó en violencia.

–Hubo una ruptura entre Barcelona y el resto de Cataluña. Sucede en otros países: Londres votó contra el Brexit, en París ganó Macron… La ciudad no piensa como el campo. En la Cataluña interior predominan ideas carpetovetónicas, muy enraizadas en cosas que atentan contra la dignidad contemporánea. Rechazan el cosmopolitismo y el europeísmo. A partir de 2014 los principales dirigentes del procés dejaron de ser de Barcelona. Tras la caída de Mas llegó una plana mayor provinciana y esto ha condicionado el relato, que ha sido aupado por los medios de comunicación públicos, al servicio de la causa independentista. Al altavoz mediático se unió la ocupación del espacio público, No me refiero solo al 11 de septiembre, también a los lazos amarillos que, dicho sea de paso, demostró la imbecilidad del oponente, que no tuvo otra idea que pintarlos de rojo y ensuciar todavía más la ciudad. Todo esto provocó que como ciudadano no pudieras huir del procés. Estaba en tu día a día. Y generaba una violencia que provocó malestar personal a la mitad de la población de Cataluña. A partir de 2016  se aprieta el acelerador y todo nos conduce a 2019 y a la violencia tras la sentencia, donde dicen que nunca quisieron declarar la independencia y que era puro teatro. ¿No es acaso un gesto violento engañar a toda la población?

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–¿Quedó evidenciada la distancia entre Barcelona y el resto de Cataluña?

–Sin duda. Ese viernes en que comenzó a llegar a Barcelona gente del resto de Cataluña, mientras en la ciudad había gran número de jóvenes, algunos haciéndose fotos para Instagram –uno puso una foto y decía: “Mamá no voy a clase. Estoy haciendo historia”. Nada más ridículo–, pero muchos otros acudiendo a Urquinaona, convencidos de que ahí podían hacer ruido mediático y también poner en jaque a la policía. Decían ellos y decía la prensa que estos jóvenes montaban barricadas por las calles con los contenedores, pero no era así. Las barricadas sirven para mantener tu posición. Lo que hacían era quemar contenedores y retroceder hasta dispersarse. Todo esto desmontó la revolució dels somriures, que pasó al Paseo de Gracia, donde se manifestaban los que venían de fuera de Barcelona. 

–Antes mencionaba Francia e Inglaterra, pero con Trump vimos que Nueva York, Los Ángeles o San Francisco nada tienen que ver con el resto de Estados Unidos.

–Las ciudades son las creadoras de modernidad. El ritmo imparable al que ya estamos volviendo tras la pandemia, y que define a las ciudades, no es el de los territorios rurales. Quizás hasta ahora no nos hemos fijado en esta problemática, pero va a marcar los próximos años. ¿Qué hacer? Ante todo, adaptar las realidades territoriales a sus realidades económicas. Yo creo en una España federal, pero también pienso que existen muchas Cataluñas. Debemos ser más específicos en el tratamiento de cada región para evitar problemas. Esto es algo aplicable a otros territorios; viajando por Normandía y Bretaña me di cuenta de que son dos regiones maravillosas que se sienten descuidadas por París. Lo que falta es un equilibrio, ver que cada región tiene particularidades.