Ian Gibson / YOLANDA CARDO

Ian Gibson / YOLANDA CARDO

Letra Clásica

Ian Gibson: "España siempre ha sido un país mestizo, y eso la derecha española se niega a admitirlo"

El hispanista irlandés asegura desconocer los motivos por los que la familia de Lorca se opone a la búsqueda de los restos del poeta. "Si ellos saben dónde está, pero los demás no, sería una traición"

18 febrero, 2019 00:05

“De todos los seres que he conocido, Lorca es el primero. La obra maestra era él. Es difícil encontrar a alguien semejante. Es una llama. Me transformó y me hizo conocer otro mundo…” La frase es de Luis Buñuel pero bien podría hacerla suya Ian Gibson (Dublín, 1939), cuya vida ha transcurrido –y transcurre– desentrañando la obra del poeta andaluz y la profunda relación de amistad con Buñuel y Salvador Dalí. Apasionado de España y su literatura, Rubén Darío le abrió las puertas de una dedicación que ya no abandonaría, y a la que se sumaron otros autores como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o Miguel Hernández.

Es autor de más de una veintena de ensayos históricos –principalmente centrados en la Guerra Civil y el franquismo– y biográficos, tres novelas y dos autobiografías. Su último libro, Vida y muerte de Federico García Lorca (Ediciones B), del que es coautor junto al ilustrador Quique Palomo, muestra en cómic cómo fue la infancia y la adolescencia del dramaturgo granadino, sus amores, sus amistades y su muerte por fusilamiento a manos de las autoridades franquistas. En su casa de Lavapiés, en pleno centro de Madrid, Gibson nos recibe entre libros que asoman por doquier y con la mirada puesta en la efervescencia de una ciudad que, cien años atrás, fue la musa de los mayores artistas españoles del siglo XX.

–¿Qué despertó su pasión por España? 

–Todo empezó a 18 años (ahora tengo casi 80). Como buen dublinés, ingresé en Trinity College, donde había buenas secciones de literatura. Lo que quería era cursar literatura francesa, lengua que ya conocía bastante bien para entrar ahí, pero además se podía elegir otro idioma románico, así que opté por el castellano por la relación de Irlanda con España y, tal vez, por El Quijote. Empecé a aprenderlo. Tuve la suerte de tener un profesor que me abrió las ventanas en un curso sobre Rubén Darío. Fue mi primer poeta en lengua castellana, una experiencia importante por su relación con la literatura francesa de finales del siglo XIX, mi puente entre la literatura francesa y española.

Aquel año, 1956, fue importantísimo. Pero el milagro de verdad fue el encuentro con Lorca, por azar, en una librería de ocasión entre cuyas obras estaba el Romancero gitano. En realidad había tres: Cántico, de Jorge Guillén, Seguro azar, de Pedro Salinas, y el Romancero. Estaban encuadernados juntos. Lo abrí y ahí estaba el Romance de la luna luna, mi entrada en el mundo lorquiano: me sobrecogió como al niño viendo la luna que aparece en forma de mujer como una bailarina mortal. Me atrapó. Y eso que, en ese momento, no capté todas las imágenes. No sabía nada del olor de los nardos, o de la palabra polisón… Me hechizó.

Así que, más tarde, decidí que quería hacer la tesis doctoral sobre Lorca y sus raíces telúricas. La literatura irlandesa está muy cerca de la tierra, no hubo una revolución industrial que desplazara a la gente y sus casas, lo que me facilitó el acceso al mundo primitivo y mítico de Lorca. Fui entrando poco a poco. En 1965 me fui a Granada y ahí ya su obra me nutría y alimentaba, pero lo que no me esperaba es lo que me encontré: lo que rodeó a su asesinato. Investigué en la Vega de Granada, hablé con campesinos e inicié una investigación sobre las circunstancias de su muerte. Esto me trastornó, me cambió todo. Se me presentó así la posibilidad de estudiar por primera vez la represión franquista en Granada, hechos con los que escribí un libro que se publicó en 1971 en París y que fue Premio Internacional de la Prensa, y que siete años después, ya sin Franco, vio la luz en España. A partir de ahí quise dedicarme a su vida y en 1978 mi mujer y yo decidimos venir a vivir aquí. 

Ian Gibson

–¿Hay que ser un loco alemán, o búlgaro, o irlandés, para tener esa fascinación por la vida cultural española?

–Lo que fue una locura fue venir aquí y vivir de lo que uno escribe. No vine con millones como los ricos aristócratas del siglo XIX, aunque tenía algunos ahorros de la venta de nuestra casa en Londres. Pero hemos sobrevivido. Entonces había más dinero. Fui autor de Planeta, que obtuvo mucho apoyo económico durante muchos años, lo que me permitió acabar la biografía de Lorca y escribir otros libros. Así hasta hoy. Sin embargo, en la actualidad el asunto de los anticipos es un espanto. Cuando Rafael Borràs, mi editor y amigo, me llamaba, me decía que iba muy bien el libro y que me pasaba el anticipo. Quizás unos 20.000 a la firma… No soy Mario Vargas Llosa, pero eran anticipos que te permitían vivir durante un año como escritor profesional. Un autor necesita algo que garantice un año de trabajo sin tener encima la angustia económica. Era una especie de mecenazgo que me permitió hacer una quincena de libros. Nunca he recibido una herencia millonaria, algún tío que de repente se muere en Australia… Todo han sido anticipos, conferencias… para poder seguir escribiendo.

–Gerald Brenan decía que una hay escasez de biografías literarias en España

–Lo que ocurre con España es que es un país donde nunca ha habido mucha estabilidad política, la gente no podía tener mucha fe en el futuro porque éste era muy problemático. Y una biografía necesita mucho tiempo como género y alguien tiene que pagarlo. Y si no hay dinero ni estabilidad, ¿quién la va a escribir? Porque hacer una buena biografía de un personaje como Cervantes, o Lorca, lleva por lo menos cinco o seis años, y si hay viajes de por medio para seguir las huellas, hurgar en archivos… todo eso cuesta dinero. Brenan tiene razón: en Inglaterra sí ha habido estabilidad económica, en el siglo XIX con el Imperio Británico había una cultura muy arraigada y el futuro para ellos sí existía. Aquí no. 

Ian Gibson, Yolanda cardo

Ian Gibson, Yolanda cardo

España ha sido un país muy complejo, con guerras, con un sistema montañoso que hacía más difíciles las comunicaciones, una tendencia a los reinos de taifas… es un territorio difícil. Inglaterra, desde luego, es otra cosa. Bajo la República esto empezó a cambiar pero se vino abajo con la Dictadura. Ya sé que había muchísimos problemas bajo la República, pero también hubo un florecimiento cultural extraordinario. Todo se rompió con la maldita sublevación militar. Cada día lo pienso: es para llorar, ver de nuevo a los políticos a la greña, sin resolver nada.

España podría ser culturalmente rica en potencia, pero para desarrollar eso se necesitan cambios. Siempre ha sido un país mestizo, y eso no se reconoce, la derecha española se niega a admitirlo. Aquí ha habido moros, judíos, cartagineses… y esto es un valor positivo. El miedo al que dirán, a la persecución… todo esto ha sido una ruina en lugar de vivirlo como algo bueno. Aznar dijo: “Mi país fue invadido por los moros en 711”… hay que estar un poco tocado para decir esto. Hay muchas fakes news en esto. Estos mitos de la nación más antigua de Europa, el descubrimiento de América… Pero si fue por casualidad, y además no hay que medir la grandeza de un país en términos de imperio. Irlanda nunca ha tenido imperio y tiene muchos poetas y novelistas. Esas son mis discrepancias, que explico sin querer ofender más de lo necesario. Para un católico que no acepta la mezcla de sangres cuando todos somos hijos de Dios… es una locura que linda con el fanatismo. Todo esto es absolutamente innecesario, sobre todo cuando incluso hoy en día la derecha acepta el matrimonio homosexual.

–¿Qué cree que pensaría Lorca de la España actual?

–Creo que diría lo mismo que estoy diciendo de lo mestizo. Dijo, con palabras textuales, que él se inclinaba por la simpática comprensión de los perseguidos, los negros, los gitanos, los judíos, los moriscos que todos llevamos dentro. Se identifica con la Granada que se perdió para siempre en 1492 con la Toma de Granada, que es el fin y una identificación radical en él, pues la protagonista en la obra es la Granada como él la ve y la vive y la siente. Hay amor que se fue, que se vino… como el de doña Rosita, la soltera, que espera a su novio y que nunca va a volver. Se pudre en su carne granadina mirando la Alhambra. Es el amor imposible. Este es su tema.

Ian Gibson, Yolanda Cardo

Claro que vería hoy cosas muy positivas, empezando por el matrimonio homosexual, pero no le gustaría ver a los políticos sin ponerse de acuerdo para crear la gran España culta que él quería. Una vez dijo: “Prefiero un chino bueno que un español malo, no creo en las fronteras políticas”. Su obra es maravillosa porque el mensaje es ese: tener en cuenta al prójimo. La raíz de Lorca es muy cristiana. No le gusta el Dios bíblico, pero hay una identificación con Cristo –su madre era muy religiosa–. Su obra tiene un componente evangélico, es un revolucionario en el sentido de que quiere contribuir con ella a cambiar la sociedad en el sentido de que las personas sean mejores, que la mujer tenga su libertad, que la gente pueda vivir su vida. El era consciente de todo ello y lo dijo varias veces: “Yo quiero ayudar a que las cosas cambien”.

–¿Sigue siendo importante que se encuentren los restos de Lorca?

–Para mí sí, porque Lorca simboliza a todos los desaparecidos de la Guerra de España y del mundo y esto es algo que debería entender cualquier católico normal, porque la dictadura desenterró a todas las víctimas de los rojos –y es algo natural, para darles decente entierro–, lo hizo rigurosamente durante cuarenta años, pero los otros no podían ni aproximarse a las fosas y sabían en general dónde estaban. No concibo desgarro mayor que no saber dónde está enterrado tu abuelo, el dolor que esto sigue generando es terrible. Por eso no tienen derecho a decir que esto supone reabrir heridas. La gente no está buscando venganza en absoluto. Es una infamia y creo que hay que resolverlo para que el país empiece a avanzar, algo que tampoco puede ocurrir con Franco en el Valle de los Caídos. Es terrible tener al verdugo al lado de sus víctimas. En el caso de Lorca, su familia no quiere desenterrarlo pero queremos saber dónde está. Hay tantas teorías y versiones… Y la Junta de Andalucía ha dicho que sí, que van a promover otra búsqueda a las afueras de Granada, donde está el parque memorial de homenaje a las víctimas.

–¿Por qué se opone la familia?

–Nadie lo sabe. Ellos dicen que no quieren que él sea diferente a los demás, pero los que amamos su obra también tenemos derecho a querer saber. El ser humano quiere saber dónde están sus seres queridos, es un instinto. De modo que no entiendo bien las razones. Podría dar hipótesis, pero no estoy seguro. La gente dice que el padre, como era una familia de dinero, logró pagar para rescatar el cadáver. Pero la familia me ha asegurado que no. Llevo muchas décadas dedicado a ello y si ellos saben dónde está pero nadie más, para mí sería una traición. No creo que me hayan estado mintiendo sobre este tema. Hay un refrán, “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”, es decir, el muerto ya está muerto y punto, hay que dejarlo. La familia de Lorca es un poco así, porque algunas veces me han dicho que no les gustan estos temas, los cementerios… Es algo que yo no capto bien.

Ian Gibson / YOLANDA CARDO

–¿Qué falta por saber de Lorca? 

–Lorca es un pozo sin fondo. No ha habido nadie tan rico no ya de talento, sino de dones. Tenía cuarenta primos y nueve tíos y todos hacían algo: uno tocaba la bandurria, otro el piano, otro dibujaba, otra hacía maravillas cosiendo… Eran así. Él conocía a todo Dios en la España de entonces cuando se trasladó a Madrid y empezó a publicar: a los políticos, a los médicos, a los profesores, a los albañiles… Tenía don de gentes, de la música, del dibujo, del teatro, de la poesía. Todo el mundo quería conocerle, en Cuba, Buenos Aires, Nueva York. Y siempre puede haber algo en un cajón o entre las hojas de un libro una carta olvidada, pues entonces se escribía y dos líneas pueden rebelar muchísimo: cualquier cosa en el caso de un genio nos interesa, sobre todo un genio literario y un gran poeta que llega a la gente.

Cuando empecé nadie hablaba del tema homosexual, empezando por su familia: no querían saber nada de la muerte ni de este tema, y la gente que trabajaba en torno a su obra no menciona este tema en sus libros. El mismo hermano de Federico, Francisco, catedrático de español en EEUU, publicó un libro en Alianza, Federico y su mundo, en el que no hay una sola alusión: la palabra homosexual no figura en el libro. Tampoco en las memorias de su hermana Isabel. Este tema no se toca, no existe. Cuando yo publiqué el primer tomo de la biografía, en 1985, sus amigos me decían: “qué asco, hurgando en la vida privada, que no tiene nada que ver con la obra”. Un escritor gay que no puede vivir su vida sexual, una temática que tiene que ver con el amor que no puede ser… ¿y me vas a decir que no hay relación entre su condición homosexual y su obra? Cuando hay secretos en el armario, las familias se niegan a entregar documentación y correspondencia o la destruyen para que no se sepa que el famoso de la familia tenía una proclividad para ellos vergonzosa.

–En el caso de los archivos y las correspondencias, debe de haber sido complicado acceder a ellos…

–Hay muchos casos. Te podría hablar de otro amigo suyo homosexual y gran artista, Gregorio Prieto, cuya correspondencia se va a publicar ahora. Y resulta que en esta correspondencia, prohibida porque la familia no quería que la gente supiera nada, hay muchísimas cartas Luis Cernuda y Vicente Aleixandre –parece ser que Prieto habría sido amante de Aleixandre, otro caso silenciado–. Ahora vamos a saber un poco más porque los tiempos han cambiado, hoy todo el mundo habla de sexo y no hay secretos. Sí, reconozco que hay un problema al revelar cosas íntimas, pero somos seres humanos y queremos saber quiénes somos y quiénes son los demás. Sobre todo en relación con su obra.

En el caso de Lorca creo que se descubrirán más cosas: no una obra nueva, sería muy difícil porque habría referencias de una obra perdida. Alguna hoja podría aparecer y pequeños detalles biográficos, muchísimos. Hay que tener en cuenta que con la diáspora de la Guerra Civil muchos de sus amigos íntimos se fueron al exilio, como Adolfo Salazar, crítico de música: estuvieron juntos en Cuba y Salazar murió en México. Ambos mantuvieron una correspondencia larguísima de la que sólo tenemos la mitad o menos, y no sé si en México alguien descubrirá más papeles. Es muy posible.

Y, por supuesto, está la voz de Lorca, que no tenemos cuando era el hombre que más recitaba en público de su generación. En Montevideo o en Buenos Aires, en algún sótano tiene que haber algo porque allí participó muchas veces en la radio. No puedo creer que no se haya encontrado nada. Cada cinco años alguien dice que se ha hallado algo, pero ese algo nunca aparece. Tal vez porque la gente esperaba que el sonido de su voz, pasados los ochenta años, entrase en dominio público. Encontrarla sería el hallazgo del siglo, como la tumba de Tutankamón. De modo que sí, creo que vamos a saber más.  

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–¿Qué le condujo a Dalí y a Buñuel?

–Siempre estaba pensando cuál sería mi próximo libro, puesto que yo ya tenía este afán biográfico, me gusta investigar vidas y su relación con las obras, así que, junto a Lorca, que me llevó muchísimo tiempo, estaban Dalí, Buñuel y toda la gente de la Residencia de Estudiantes. Nunca tuve la suerte de conocer a Buñuel, pero a Dalí sí. Ambos personajes me fascinaban. Así que después de Lorca decidí hacer una biografía de Dalí. Conseguir editores era mucho más fácil, ya no era un principiante y enseguida, con mi agente literario en Londres y aquí, firmamos con mi editor en Londres y también en Estados Unidos para hacer una coedición con un anticipo estupendo para entonces, aunque me llevó diez u once años el libro. También conseguimos financiación de otros sitios. Y esta fue mi segunda aventura biográfica, siempre pensando en escribir la biografía Lorca-Dalí-Buñuel. La de Dalí fue una aventura fantástica, como te puedes imaginar. 

–¿Con qué parte se queda de Dalí?

–Para mí Dalí, de joven, tenía un talento maravilloso. Después conoce a Gala y se va a Estados Unidos, donde ella es muy exigente con el tema del dinero y fue cuando empieza a declinar. Es la parte que menos me interesa. Me fascina todo lo relacionado con su traslado desde Madrid y Cataluña a París, el surrealismo y la exploración del subconsciente, el psicoanálisis, Freud… Cuando Freud supo que le traducían en el Madrid de los años veinte, ni él se lo creía. Sus obras completas salieron en castellano exactamente cuando Lorca, Dalí y Buñuel estaban en la Residencia, en 1922, y todos las leyeron. El surrealismo sin el psicoanálisis no existe y la exploración del mundo onírico fue para mí una gran atracción. La película Un perro andaluz con Buñuel y todos los contactos de Dalí con Breton y todo el grupo surrealista es fascinante. Después de todo, Dalí no fue tan original.

Ian Gibson / YOLANDA CARDO

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–¿Cree que ha llegado a superarse ese triángulo creativo conformado por Lorca, Buñuel y Dalí?

–No conozco nada comparable, pero tampoco presumo de conocer todos los triángulos del mundo. En Inglaterra no se me ocurre nada semejante. Ellos se nutren mutuamente, el uno al otro, en cuanto a sus ideas y hay mucho Lorca en Dalí, todos esos retratos, las cabezas fundidas, Buñuel en medio. Buñuel tiene un problema con la homosexualidad, no le gusta, tiene un hermano menor, Alfonso, que es gay pero no lo menciona en su autobiografía. Las autobiografías suelen ocultar y los silencios son muy elocuentes, no son muy fiables, hace falta un biógrafo para verificar los datos: no veo, por ejemplo, a Dalí entrando en la biblioteca de Figueres para comprobar en un periódico local cuándo realizó una determinada obra y a Buñuel tampoco, son creativos y están tan ocupados creando lo que están creando que no van a volver atrás en busca de una miserable fecha. Les da igual.

De modo que en La vida secreta de Salvador Dalí, que es un libro maravilloso, hay mil errores cronológicos porque no le importa. Este fue el proceso. Después de Dalí, muchos años de trabajo después, quería concluir la trilogía pero era terriblemente difícil conseguir apoyo. Con Buñuel logré hacer la primera mitad del libro, hasta el final de la Guerra Civil, pero luego no pude conseguir financiación para escribir la segunda, que es la mexicana. Parece mentira, pero tampoco vas a ir con una gorra, de rodillas, pidiendo algo como si estuvieras vendiendo un manojo de romero. Cuesta mucho dinero hacer libros así y luego no se venden. Mi biografía de Buñuel habrá vendido 2.000 ejemplares. Es terrible, de Buñuel nadie sabe, aquí no ponen bien sus películas en televisión. ¿Quién ha visto Viridiana? Poca gente, la verdad. 

–¿Por qué cree que no ha calado?

–Por las políticas culturales. Las películas de Buñuel son fantásticas, a su manera revolucionarias, pero la gente está en otra cosa. La televisión pública debería tener la obligación de emitir ciclos. La provisionalidad, los cambios de gobierno que a su vez conllevan cambios en la televisión pública… Debería ser como la BBC, que no dependa del gobierno de turno.

Ian Gibson / YOLANDA CARDO

–¿Qué elementos explican la creatividad y efervescencia del Madrid de los años veinte?

–Es extraordinario lo que pasó aquí en vísperas de la llegada de la Segunda República: todo venía de atrás procedente de la Institución Libre de Enseñanza, cuajó y de repente había una generación de jóvenes creadores conviviendo con gente mayor como Machado, Ortega y Gasset, Baroja… Se produjo un milagro nutrido por elementos extranjeros, gente que huía de la Primera Guerra Mundial y que venía de París, pintores, literatos… Fue una confluencia de muchos elementos, la llegada del cine, la existencia de tantos teatros, periódicos, una explosión creativa. Es terrible reflexionar sobre lo que se perdió. No tengo mucha imaginación para pensar que se pueda repetir. Una ciudad pequeña, como era Madrid entonces, que no llegaba al millón de habitantes, y en la que todo el mundo se conocía, todo el mundo hablaba en los cafés, en las tertulias… Una ebullición de periódicos, políticos para todos los gustos, era fabuloso, pero pasó lo que pasó y eso es muy trágico.

–¿Qué sería de la historia de España sin Paul Preston, Stanley Payne, Gabriel Jackson, Edward Malefakis o sin usted?

–España es un país que fascina y sentimos una mezcla de amor y rabia. La gente dice que es odio, pero si fuera así no estaría aquí. Amo esta península, aunque mi sueño es la República Federal Ibérica, es el territorio del mundo que más me fascina con su arqueología, ornitología, sus distintos climas, sus mares, sus idiomas y culturas… También tenemos la sensación de que queda mucho por hacer. En Francia todo se ha hecho por los mismos franceses, allí no hay equivalente a la labor del hispanista. Hay francófilos.

Aquí hay una mezcla de culturas que no se ha reconocido oficialmente, tiene que venir gente de fuera para hacer esta labor. Y el sueño de una España finalmente en paz, sosegada, dialogante… Nosotros lo vemos porque venimos de fuera y quizás por ello tenemos una visión más objetiva. Vemos todo este potencial y nos frustra que no se esté realizando. En mi caso hay otro factor: soy amante del latín. Seis siglos de romanización y ves las calzadas, los puentes, los acueductos, parte de un imperio. Y además estamos hablando latín, aunque la gente diga que es un idioma muerto pero lo seguimos hablando, aunque sea modernizado. Todos juntos deberíamos crear cultura: lo tenemos aquí, no está en otro sitio, de modo que aprovechemos y gocemos, disfrutemos. Me parece algo tan obvio…

Ian Gibson / YOLANDA CARDO

–Parece una utopía.

–Tampoco está tan lejos, con un poco de magnanimidad y raciocinio se podría hacer. Se ha hecho ya mucho. Pero primero hay que resolver, sobre todo, el tema de la Guerra Civil, del Valle de los Caídos y de las cunetas, como se ha hecho en Málaga, donde han ayudado a la gente a buscar a sus abuelos y no hubo ningún problema. Hay que permitir a las personas desenterrar a sus muertos como hicieron ellos. Dicen que son cristianos, ¿dónde está el problema? No hay ninguno, ellos los están creando difamando.

–Vive rodeado de libros, ¿qué está leyendo ahora mismo? 

–Hace unos meses, después de un año, terminé de leer En busca del tiempo perdido en francés. Me ha costado porque Proust es muy difícil, pero ha sido una experiencia extraordinaria. Pensé: “Voy a dedicar este año un par de horas cada día a leer”. Y así lo hice. No quería perder nada, la leí delante de mi ordenador apuntando todo y subrayando. No hay que morirse sin haber leído a Proust, es como Joyce, mi paisano, cuyos libros son imprescindibles porque marcaron una época. Por fin tengo esa satisfacción. El problema es que ahora hay que empezar a leer otra vez porque la primera lectura es muy exigente, esos personajes, cada frase, cada párrafo… Debemos tanto a los franceses, me han dado mucha vida y yo no me concibo sin la literatura francesa. Leí en la universidad a Flaubert y libros revolucionarios del XIX, cuando ellos podían decir lo que querían y escribir libremente sobre sexo y amor sin censura.