Antonio Fraguas, Forges / Forges.com

Antonio Fraguas, Forges / Forges.com

Letra Clásica

Forges y yo

El genial dibujante, como hizo Borges, contribuyó a romper las barreras entre alta y la baja cultura

2 marzo, 2018 00:00

Cuentan que durante una de sus últimas giras mundiales --su particular y viejuno never ending tour-- Jorge Luis Borges era más un icono pop que una vasta literatura. Después de pasar una infancia y juventud seminómada --Ginebra, Palma, Madrid, Sevilla--, Borges no había tenido más remedio que pasarse los siguiente cuarenta años sin salir del Río de la Plata, fatigando enciclopedias y acumulando obras maestras, desamores, dioptrías.

Parecía que la cosa se iba a quedar ahí. Pero la ceguera llegó antes y Kodama y el reconocimiento, y el Borges anciano, como queriendo resarcirse de tantos años de carestía, empezó su particular viaje. En los ágapes que se realizaban en su honor, mientras el resto de popes locales de la cultura daban buena cuenta de menús pantagruélicos, cuentan que él pedía siempre un caldito suave. Parece que, entre sonoros sorbos, repetía sin parar: pero qué rico. Sus libaciones eran consignadas por la práctica mayoría de la intelectualidad de la época para después poder contárnoslas a nosotros. Sabían que nada cotizaba más al alza entre sus alumnos que disponer de su propia anécdota con Georgie.

Anécdota en Barcelona

Cuentan que en Barcelona, una noche de fin de semana, al anciano escritor le asaltó un flemón. Desconocemos si fue el causante de algún último texto hermoso --ya el pico de una ventana nos deparó uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura-- pero sí que sabemos que da ahí salió una anécdota iluminadora.

Sus anfitriones, nerviosos, trataron durante horas de encontrar un dentista de guardia, sin demasiado éxito. Finalmente encontraron un odontólogo ya jubilado que accedió a recibirlo en la consulta privada de su hogar un domingo por la tarde, el provecto profesional dijo que admiraba mucho al autor. Borges no solía quejarse. Pero parece que aquel día se quejó mucho. El dentista, después de una exitosa intervención, le pidió, ceremonioso, presentándose como fan irredento, que le firmara una de sus obras. Borges --que a veces bromeaba que había firmado ya tantos que lo verdaderamente valioso en el futuro sería encontrar un ejemplar sin autógrafo--, finalmente aliviado, lo hizo con gusto. Lo que Borges no vio, lo que Borges no pudo ver, fue que el libro que obsequiosamente le ofrecían para que lo firmara, era, en realidad, de Forges.

Sin barreras entre la alta y la baja cultura

No sé dónde debe estar ese volumen. Pero me parece que hace justicia a la grandeza del recientemente fallecido Antonio Fraguas. Forges consiguió labrar una obra titánica, mutante y singular. Fue el descubridor incesante de neologismos, alguno como "bocata" ya se encuentra en el DRAE. Sus viñetas, entre otros muchos hallazgos, fueron de las primeras en incidir en la importancia del feminismo, el ecologismo y el pacifismo para un público generalista. Y han ido mudando perfectamente con los tiempos. Todos tenemos nuestra viñeta de Forges de cabecera. Nos la regalaron o fuimos nosotros mismos los que las recortamos y plastificamos. Nos hizo emprendedores avant-la-lettre. No era deshabitual que los amigos hicieran cuadritos con sus viñetas y los colgáramos en nuestros despachos y cubículos. Forges como precursor de un Mr. Wonderful irónico e inteligente: creador de un merchandising íntimo.

Forges --como Borges-- también contribuyó a romper las barreras entre alta y la baja cultura. Si el escritor argentino escribía de la misma manera en Sur --la revista intelectual de referencia de Victoria Ocampo-- que en la popularísima El Hogar. Forges --que dibujaba cuatro viñetas diarias-- las iba espigando sin problemas ni jaleos de conciencia entre grandes rotativas como El País o Hermano Lobo, Interviú o Diez Minutos.

Forges provoca un consenso amplio e inaudito hasta en los que eran criticados en sus viñetas. Tal vez porque hasta en sus denuncias nunca dejaba de ser humano y considerado. No se me ocurre mejor reconocimiento póstumo. Esperemos que Forges no se nos quedé tan solo en icono pop. Que sus tiras sigan con nosotros. Forges es nuestro Borges. O Borges es nuestro Forges. No sé cuál de los dos inspira esta página.