El expresidente de Serbia y Yugoslavia, Slobodan Milosevic, durante un discurso antes de la Guerra de los Balcanes / EFE

El expresidente de Serbia y Yugoslavia, Slobodan Milosevic, durante un discurso antes de la Guerra de los Balcanes / EFE

Letra Clásica

Eslovenia y su independencia

El libro de González Villa 'Un nuevo Estado para un nuevo orden mundial' explora el rastro de las armas y los intereses de las grandes potencias

22 diciembre, 2019 00:00

La política, como la historia, no se rige por criterios morales sino de oportunidad y de voluntad de poder. Así se cometen los crímenes más repugnantes, luego pasa el tiempo y se construyen historias edulcoradas y falsarias, y la carnicería queda impune y ennoblecida por el relato. No obstante, tenemos las herramientas del conocimiento, y de la investigación histórica, que a veces nos permiten saber con más o menos exactitud lo que realmente pasó.

Un caso interesante en este sentido es el de las guerras balcánicas del finales del siglo XX, que se han contado como el enfrentamiento entre unas naciones oprimidas (Eslovenia, Croacia, Bosnia), que luchaban por su libertad, y un país malvado y comunista, Serbia, que intentaba imponerles un régimen opresivo y reaccionario. Este cliché satisface con creces la escasa cuota de interés que los europeos occidentales concedemos a esa turbia, bárbara, siempre conflictiva zona del continente alrededor de la cordillera balcánica.

Sucede que es una imagen desenfocada, voluntariamente desenfocada. El caso de Peter Handke es paradigmático: el escritor austriaco, hasta entonces niño mimado de la cultura europea, señaló –fue el único en señalar-- en una serie de artículos intempestivos en un diario germánico la parte de razón que asistía a Serbia en la sinrazón general de las guerras; criticó el unilateralismo de la opinión publicada; pidió Justicia para Serbia y mostró simpatía por su pueblo. En consecuencia, fue demonizado en uno de los autos de fe intelectuales más asombrosos de nuestra época. En España es meritoria la insistencia del editor de Alianza, Manuel Florentín, en seguir publicando sus libros contra viento y marea, perseverancia y fe en la literatura, insistencia a la que también de alguna manera ha premiado la Academia sueca al concederle el premio Nobel a Handke. Por cierto, que quien pueda interesarse por el tema puede leer el recién publicado Preguntando entre lágrimas, en estupenda traducción de Cecilia Dreymüller, para la joven editorial Tres Molins: los relatos de los viajes por Yugoslavia que emprendió Handke en primavera de 1999 y, en 2002 a La Haya, primero como espectador y luego como invitado del Tribunal Internacional.

Con las guerras yugoslavas Europa cerró su lamentable siglo XX. Su primer paso fue el proceso de secesión de Eslovenia. Su declaración y su breve guerra de diez días se constituyó en el ejemplo a seguir por las demás repúblicas. Solo que, ay, en sus casos las guerras fueron mucho más prolongadas y las bajas mucho más numerosas.

¿Cómo y por qué se independizó Eslovenia de Yugoslavia? A estas preguntas responde, hasta donde se puede responder, el joven (nació en 1986) historiador Carlos González Villa en su tesis doctoral Un nuevo Estado para un nuevo orden mundial. La independencia de Eslovenia, que acaba de publicar la editorial Comares. Profesor de la Universidad Antonio de Nebrija, González Villa parte de las preguntas y las hipótesis sobre el tema que había dejado Francisco Veiga en La fábrica de las fronteras, panorámica de todas las guerras yugoslavas desde Eslovenia en 1991 hasta Macedonia en 2001. Una cosa, señala allí Veiga, es el proceso de la disolución de un país como Yugoslavia, y otra es la violencia necesaria para ello. Y la violencia no se produce solo por causas internas sino que la intervención exterior la hace posible. En este sentido ya fue decisivo el temprano reconocimiento de la independencia de Eslovenia por parte de Alemania, que arrastró a toda Europa occidental.

Y otro asunto decisivo es cómo se armó Eslovenia para poder hacer frente con “éxito” al ejército federal. González Villa (en adelante GV) ha hablado con los protagonistas de la historia e investigado en los archivos de Liubliana y de EEUU. En cuanto al contexto geopolítico, las conversaciones con el mismo expresidente Milan Kucan, y especialmente con el eterno ministro de Asuntos Exteriores esloveno Dimitrij Rupel, explican cómo en sus giras previas a la independencia para recabar apoyos al proyecto secesionista “encontramos apoyo en nuestros vecinos, especialmente austriacos, alemanes, italianos, el Vaticano (…) Ellos entendieron que Yugoslavia no estaba en buenas condiciones y que, en cualquier caso, el final estaba cerca”.

Evidentemente (esto no lo dice GV, sino quien esto firma) a Austria y Alemania les convenía trocear Yugoslavia, o sea, tenían un claro interés económico y estratégico en que los procesos de secesión, y en este sentido sus élites políticas, o si se quiere en general la simpatía activa de la UE, es tan responsable de la catástrofe de las guerras como la misma casta política eslovena. No se trataba solo del interés de satelizar las regiones más ricas y apetecibles de Yugoslavia, o sea Eslovenia y Croacia, convirtiéndolas en provincias del sur integrables en la CE, sino también de debilitar a la URSS, que en aquellos momentos estaba en proceso de disolución. Tanto para Boris Yeltsin como para los EEUU y Europa, el proceso de disolución yugoslava estaba ligado al de la URSS. Citaré dos párrafos iluminadores de GV. El primero refiere una entrevista que le dio Dimitrij Rupel, ex responsable de Asuntos Exteriores del gobierno secesionista, a propósito de un encuentro en Moscú ya en mayo de 1991, o sea un mes antes de la declaración de independencia, con Yeltsin, que entonces era presidente del Soviet Supremo ruso y unas semanas después se convertiría en presidente de la República: “Lo interesante es que encontramos simpatía también dentro de la URSS. Estuvimos con Yeltsin, que nos aseguró que la URSS se iba a desintegrar. Esto es interesante e importante porque muchos de nuestros interlocutores, incluyendo estadounidenses, franceses y británicos, nos pedían que fuéramos cuidadosos, que no impulsáramos la descomposición de Yugoslavia porque la URSS se podría romper y aquello podía acabar en una catástrofe nuclear. (…) Cuando hablamos con Yeltsin entendimos que ese miedo o amenaza estaba vacía. Desde ese momento nos dimos cuenta de que nuestra situación no era tan desesperada como algunos pensaban.”

Aquí la segunda cita: “El apoyo político alemán se puso de manifiesto desde junio de 1990. Entonces el canciller Kohl fue el primero en dar señales positivas a Eslovenia cuando coincidió con Lojze Peterle (luego, primer ministro esloveno, hoy eurodiputado) en una reunión organizada por el Parlamento austriaco. Allí dijo simpatizar con la causa eslovena, aunque, como contrapartida, afirmó que todavía no sabía qué hacer con el resto de Yugoslavia. En sus propios términos, según el recuerdo de Peterle, "Alemania no quería encender el barril de pólvora”. Visitas a Moscú y a Washington acabaron de convencer a los secesionistas de sus oportunidades. “Se llegó a un punto en que el apoyo de Yeltsin (a quien visitaron en mayo) –o lo que es lo mismo, la falta de interferencia soviética—llegó a ser más importante que el apoyo de la diplomacia americana (…) Por encima de la estabilidad creían en el desmontaje definitivo del socialismo.”

La importación ilegal del armamento con el que luego se repelería al ejército nacional se hizo clandestinamente a través de Israel, peón de Estados Unidos en la zona, y con pleno conocimiento y “pasividad” de Washington, como demuestra GV. Las armas se compraron en Singapur, isla-Estado especializado en réplicas de armamento occidental, enviadas por barco al puerto de Haifa, bajo protección –pero sobre este extremo GV dice carecer de testimonios o pruebas directas, y no es categórico— de la Armada de EEUU, y desde allí descargadas en Koper, en la costa eslovena. Sobre la implicación de Bulgaria, Austria y Alemania en el tráfico ilegal de armas hacia Eslovenia, o sea en la destrucción de un país cuya estabilidad e integridad tartufescamente defendían en los discursos oficiales, es altamente recomendable, otro texto de González Villa que puede encontrarse en internet: La dimensión internacional de la desintegración de Yugoslavia: una fuerza impulsora de la violencia. Finalmente no es ocioso señalar que algunos de los protagonistas y causantes de aquellos holocaustos, como los citados Kucan y Rupel, ahora trabajan activamente en favor del proceso secesionista del nacionalismo catalán. Hablan mucho de libertad y derechos humanos pero la verdad es que por allá donde pasan van dejando un rastro de sangre. Ajena, naturalmente, pues ellos gozan de excelente salud.