'El sueño de Dickens' (1875) / ROBERT WILLIAM BUSS

'El sueño de Dickens' (1875) / ROBERT WILLIAM BUSS

Letra Clásica

Dickens íntimo

Amelia Pérez de Villar reconstruye la vida del gran escritor inglés del siglo XIX a través de las cartas que dirigió a las mujeres de su vida, inspiración de parte de su ficciones

9 abril, 2020 00:00

Cuando cumplieron veinte años de casados, durante los cuales habían nacido diez hijos, Charles Dickens le envió a su amigo y confidente Forster una carta en la que reconocía el error que había sido el matrimonio con Catherine, una mujer que nunca había sido para él: “La pobre Catherine y yo no estamos hechos el uno para el otro, y no hay nada que se pueda hacer. No sólo me hace sentir a disgusto, infeliz: yo a ella también”. Se lo había advertido Forster tiempo atrás, cuando Dickens y Catherine formaban un joven matrimonio, pero el autor de Grandes esperanzas no dio veracidad a aquel comentario, que consideró muy poco afortunado. En 1858 Dickens anunció a su primogénito la inevitable separación, que comenzó a fraguarse tras reencontrarse con María Beadnell, el sol “de los días más inocentes, más ardientes y más desinteresados”. 

En Dickens enamorado (Fórcola), Amelia Pérez de Villar reconstruye la biografía del escritor inglés a través de su vida sentimental, marcada por un primer gran amor imposible, un matrimonio equivocado y el tardío y controvertido enamoramiento de una jovencísima actriz. El punto de partida son las cartas que Dickens envió a María Beadnell, de casada Winter, el amor del entonces joven reportero que comenzaba a abrirse camino en la literatura y que sería la inspiración, primero, para Dora Spenlow, uno de los personajes de David Copperfield, y, muchos años después, para Flora Finching, personaje de La pequeña Dorrit

Dickens enamorado

Si bien es cierto que aquellas misivas, que se interrumpirían después de que la hermana de María se casase con Henry Kolle, uno de los mejores amigos de juventud de Dickens y el encargado de hacer llegar las cartas de éste a su destinataria, son de carácter privado, su lectura permite a Pérez de Villar no solo reconstruir los años de periodista del escritor en el Morning Chronicle, sino también observar de qué manera su propia vida y sus experiencias fueron una de las principales fuentes de inspiración a la hora de crear ambientes, historias y personajes.

De la misma manera que María, hija de los Beadnell, símbolo “de la estabilidad social y familiar a las que él aspiraba”, y a la que Dickens llegaría a pedir en matrimonio, se convertiría casi de inmediato en Dora, el ambiente de la fábrica de betún, donde trabajó antes de cumplir los quince años, la severidad y violencia de William Jones, director de la escuela masculina Wellington House Academy, donde estudió hasta cumplir los dieciocho, o su experiencia en el mundo jurídico serían fuentes de inspiración para el escritor, que terminará siendo uno de los grandes retratistas del Londres del XIX. De los bajos fondos al secretismo de las esferas de poder, representadas por la Torre de Londres con la que da inicio Dombey e hijo.

En cierto modo, el elemento autobiográfico recorre las páginas de las principales novelas de Dickens, cuya infancia recreó en muchas obras, desde Oliver Twist hasta La pequeña Dorrit, donde retrata esa “cárcel angosta y reducida para deudores” en la que estuvo preso su padre, al que siempre le persiguieron las deudas. En la ficción encontró una forma de narrarse a través de otros, evitando una primera persona que lo hubiera obligado a confrontarse consigo mismo. 

Los retratos de Charles and Catherine Dickens / IJON

Los retratos de Charles and Catherine Dickens / DICKENS MUSEUM

“Hace algunos años (…) comencé a escribir mi biografía con la pretensión de que alguien encontrara el manuscrito entre mis papeles cuando el tema de su objeto llegase a término”, le escribiría Dickens a María, confesándole: “a medida que me acercaba a esa parte de mi vida [la historia de amor de ambos] me faltó valor y prendí fuego a lo que quedaba”. Era por entonces demasiado joven para pensar en una autobiografía, género que nunca despertó su interés. Siempre optó por la ficción, como reconocería, muchos años después, a María: “Imagino (…) que habrá visto reflejada en mis libros la pasión que por usted sentía, y habrá pensado usted que no es cosa de broma haber amado así; y es posible que haya visto en algún detalle de Dora pequeñas pinceladas de lo que usted era. Estoy seguro de que sus gracias se habrán perpetuado en sus niñas y volverán loco en su momento a otro joven amante, aunque éste nunca sea tan devoto como lo fuimos David Copperfield y yo”. 

Retrato de Maria Beadnell : DoraRetrato de Maria Beadnell (Dora) / FÓRCOLA

Retrato de Maria Beadnell (Dora) / FÓRCOLA

No conocemos la respuesta de María. Tampoco sabemos si ésta se reconocería tiempo después en el personaje de Flora, una mujer “algo entrada en carnes, glotona, dada a beber un poco más de la cuenta y aquejada de incontinencia verbal”. Lo que sí sabemos es que las cartas a María, pero también las que envió a sus amigos y confidentes Henry Kolle y Forster, son el testimonio más directo de esa vida oculta tras la ficción novelesca y preservada de la opinión pública. De hecho, cuenta Pérez de Villar, solamente una vez Dickens, consciente de su fama y de su repercusión, rompió el muro de la privacidad

Una de las cartas de Dickens a Maria BeadnellUna de las cartas de Dickens a María Beadnell / FÓRCOLA

Una de las cartas de Dickens a María Beadnell / FÓRCOLA

Fue cuando, tras su separación, comenzó una relación con Nelly, una joven actriz de dieciocho años que se convertiría en su compañera hasta el final de sus días. “La separación había trascendido y quería salvar su fama, dejar indemne a su mujer y proteger la reputación de Nelly”, dice Pérez de Villar. Por eso, “envió una nota a Catherine, como si fuera un moribundo que quiere marcharse dejando todas las cuentas saldadas y con la conciencia tranquila”. El Times y Household Words, periódico del propio Dickens, publicaron la nota. A partir de entonces, la vida del escritor se centró en su obra, en las lecturas públicas y en Nelly.

A pesar de la insistencia de ella, no volvió a verse con María ni tampoco a escribirle. Quizás porque había encontrado la estabilidad que ansiaba, o porque se sabía juzgado por ese último amor tardío, en sus últimas novelas apenas hay rastros de la vida que llevaba junto a Nelly, personificación de esa ilusión que persiguió toda su vida. Vivió su relación con ella ocultándose, “víctima de la hipocresía que constituye siempre la doble moral”. Chesterton definió al gran escritor inglés como un hombre bueno, “valiente, claro, tierno y de una independencia y honradez a prueba de bombas”, si bien “a veces falló su buen carácter”. Así lo descubrimos a través de su correspondencia, que da forma a la autobiografía que nunca llegó a escribir.