Fragmento del mármol 'Pan enseña a Dafnis a tocar la siringa' / WIKIMEDIA

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Letra Clásica

La débil respuesta del pedófilo Matzneff

El escritor francés se vio convertido en un paria de la noche a la mañana cuando Vanessa Springora, la joven a la que sedujo, publicó su primer libro 'El consentimiento'

11 julio, 2021 00:00

El escritor francés y conocido, y hasta entonces tolerado, pederasta Gabriel Matzneff (1936), se vio convertido en un paria de la noche a la mañana cuando Vanessa Springora (1972), a la que sedujo cuando ésta tenía 13 años de edad, publicó, en enero de 2020, su primer libro: El consentimiento (Lumen). Al amparo de los nuevos tiempos feministas, y de la indiscutible eficacia narrativa de la autora, este testimonio que denuncia el abuso de poder de Matzneff en la relación, o corrupción amorosa, que sostuvo con la autora, entonces una niña, y que él había recreado con deleite sentimental por escrito en una novela y en un dietario, rápidamente se convirtió en best seller.

Los dietarios y novelas en los que Matzneff se jactaba de esta y otras conquistas amorosas de adolescentes fueron retirados de la venta. También la mayoría de sus amigos le ha dado la espalda, alegando que hasta leer El consentimiento y comprender el daño que había hecho a la autora, e imaginar el que habría infligido a otros niños y niñas, habían tomado por bravuconadas y fantasías autoindulgentes las confesiones pederastas de Matzneff, por más que éste haya dicho reiteradamente que carece de imaginación y solo puede escribir y escribe sobre los hechos de su propia vida.

Ahora, además de la muerte civil,  le espera en septiembre próximo un juicio por apología de la pederastia, y suerte tiene de que otros crímenes que ha descrito en sus libros hayan prescrito. Mientras, Matzneff, que tiene 85 años y padece un cáncer de próstata, ha escrito una réplica al libro de Springora, titulada Vanessavirus.

Como nadie en Francia quería publicarlo ha tenido que hacer una autoedición de 200 ejemplares, enviándolos por correo a los interesados, por el precio de cien dólares. Ha salido también una edición en italiano, bajo el mismo título. En sus páginas se niega a polemizar con Springora: Matzneff no ha leído El consentimiento, dice asombrosamente, para no empañar, con los reproches de quien fue su amante, lo que él sigue considerando una bonita historia de amour fou, de la misma manera que no piensa leer el libro, de próxima aparición, de otra de sus nínfulas, Francesca Gee.

El autor de Vanessavirus se presenta en este texto de ochenta folios como una víctima de la hipocresía de la opinión pública que le hace objeto de una "caza del hombre". Comienza así: "He sobrevivido al coronavirus. No sobreviviré al Vanessavirus. Estamos en el año 2020. Tengo ochenta y cuatro años, tengo un cáncer (el cáncer de los ancianos, el menos poético, no insistamos), mis carótidas se van obstruyendo, mis viejas vértebras de viejo caballero suenan como castañuelas, ya no me queda mucho..."

Luego se compara con el capitán Dreyfus, aunque guardando las distancias: "El bravo capitán Dreyfus era inocente. Yo no lo soy. Soy culpable de haber adorado la libertad, la belleza, el amor". Reparte reproches, y se lamenta: "Moriré reducido al ostracismo, excluido, reducido al silencio, innombrable" De hecho, en la última página de Vanessavirus cuenta que siente la tentación del suicidio pero no ha querido irse "antes de murmurar algunas palabras al oído de Vanessa".

El escritor Gabriel Matzneff / WIKIMEDIA

El escritor Gabriel Matzneff / WIKIMEDIA

Esto último resulta ya demasiado viscoso y quizá no valdría la pena comentar más este asunto aquí, en Letra Global, donde ya lo glosamos en su día, si no fuera por el interés lateral que añade a este caso su carácter de perversión literaria, o el papel que juega la literatura en el daño causado a la una y al otro.

Porque, a la espera del libro de Francesca Gee, leídas sus declaraciones a The New York Times, que confirman punto por punto las acusaciones de Springora, y leído el libro de ésta, se observa en las dos mujeres que tanto o más que la lesión a su inocencia (por usar el término de Juan Antonio Masoliver Ródenas en su propio testimonio de víctima infantil de un maestro pederasta: La inocencia lesionada), y la amargura y humillación de haber sido, o haberse sentido, cosificadas como desvalidos e intercambiables objetos infantiles del deseo del varón maduro, lo que ambas consideran imperdonable y casi insoportable es su transformación en relato; en relato literario que recrea y celebra de forma permanente los hechos detestables.

El "ogro", como lo llama Springora, reproduce en sus libros sus cartas de amor, y se refocila en reavivar con detalle unos abrazos que presenta como el colmo del romanticismo y cuya memoria le resulta a ella detestable e insoportable. Por su parte, Francesca pasea un día por las librerías y en un escaparate reconoce su propio rostro, copiado de una fotografía de cuando ella tenía catorce años, en el dibujo que ilustra la portada de Ivre du vin perdu, novela donde Matzneff cuenta alegre, triunfalmente sus amores, cuyo recuerdo a ella le tortura como el robo de su infancia. Con el agravante de que hace años, en momentos menos proclives a la inteligencia feminista, también Francesca escribió un libro para denunciarlo pero los editores lo rechazaron por respeto a Matzneff, entonces una figura un poco patética pero respetada en el microclima intelectual de París. 

Desde luego, al margen de la consideración legal, social y moral sobre la pederastia, sobre la que ya se ha escrito tanto a raíz precisamente de El consentimiento, y al margen de la atmósfera feminista actual, hay también una nueva sensibilidad exigente, reivindicativa, sobre los derechos y representación de las personas reales que son usadas por los literatos en sus libros, especialmente ahora que se ha impuesto la moda de la autoficción y de la literatura del yo.

Porque la literatura no solo da publicidad; da algo más: es también una posteridad. Scripta manent. En ausencia del Juicio Final y de una justicia de ultratumba en la que ya muy pocos creen, para muchos la literatura es la única, fantasmal posteridad y poco menos que la versión oficial de las cosas, a veces traumática; cuando no la vida real, según la famosa máxima de Proust.

El escritor Emmanuel Carrère / EP

El escritor Emmanuel Carrère / EP

No tiene nada de extraño que todos los amigos y parientes de Karl Ove Knausgård, viéndose convertidos en personajes secundarios de Mi vida (Lumen), hayan retirado la palabra a su autor. O que la ex esposa de Emmanuel Carrère, renovador, cuando no inventor moderno, del género de la autoficción, haya recurrido exitosamente a la justicia para evitar que éste la mencione, para no aparecer en su último libro, Yoga (Anagrama), por más que esa ausencia dañe seriamente el concepto mismo y el resultado del libro.

El escritor suele aparecer en sus libros a una luz que puede parecer dura pero en el fondo es siempre favorable y autocomplaciente. Los demás personajes, no tanto. Nada tiene de extraño que algunos se resistan a contribuir con su propia vida como material usable por el artista de la familia. Y menos aún que su burlador se niegue a escuchar su voz y sus alegaciones y quiera imponer su relato de lo que pasó.

Así, cuando Matzneff dice, en Vanessavirus, que "Vanessa me ha asesinado, punto y final", y acaba su discurso explicando que ha sentido la tentación pero no ha querido suicidarse sin antes susurrarle a ella "unas últimas palabras a su oído", uno no puede sino pensar que esto es ya demasiada obscenidad; es tan sentimental y mala esta literatura que se encoge uno de hombros, disgustado, y siente la diabólica tentación de susurrarle: Gabriel, ya las has dicho, esas últimas palabras; ahora no te demores más.