'Autorretrato', imagen para el artículo sobre biografías / JOHANNES GUMPP

'Autorretrato', imagen para el artículo sobre biografías / JOHANNES GUMPP

Letra Clásica

El arte de hacer biografías

Los relatos sobre las vidas del periodista Alfons Quintà y el poeta Nicanor Parra, firmados por Jordi Amat y Rafael Gumucio, renuevan las convenciones del género

6 abril, 2021 00:00

Pocos géneros parecen menos susceptibles de verse alterados o sacudidos por las novedades formales que la biografía. Existe cierto consenso en que un libro biográfico debe atenerse a los hechos, desplegarse cronológicamente y sostenerse sobre un trabajo, no diremos de orden científico, pero sí riguroso, de lecturas y contraste de opiniones. Datos, sujeción temporal, paciencia y método. Lo que debe aflorar en la biografía es la vida del individuo (y la época que le envuelve y la obra que lo convirtió en alguien de mérito, si así se considera) sobre la que se aplica el foco, al biógrafo se le permite presumir de virtudes laboriosas (tenacidad, criterio, esfuerzo) y si se me apura del estilo (aunque la preferencia es a valorar más las prosas contenidas, aceradas, ajustadas al tema, científicas, sin excesivos alardes formales). Pero como suele pasar cuando se trata de literatura (¿y qué otra cosa va a ser una biografía con cierta ambición sino literatura?) las expectativas van por un lado y los escritores a lo suyo, siguiendo sus propios desafíos e intereses.

El año pasado dejó por lo menos dos libros biográficos sobresalientes en lo formal, ambos someten a una considerable presión las convenciones o expectativas científicas del género. Los dos inciden en algo que a falta de un nombre mejor llamaré ángulo, y que no es tanto el punto de vista del biógrafo, sino más bien la inclinación donde se coloca al biografiado en relación al propio escritor y a la época. Esta inclinación no es artificiosa o arbitraria, sino que está determinada por la masa afectiva y moral con la que el biógrafo aborda la tarea, y que presiona o tiñe (según prefiramos los sistemas figurativos de volumen o de color) la práctica totalidad del texto.  

El hijo del chófer, Jordi Amat

El ángulo que domina El hijo del chofer de Jordi Amat es el del desprecio, un desprecio gélido, que se ha desprendido de la temperatura que suelen provocar la conmoción y el escándalo. Amat (que evita aparecer en el texto con todo cuidado) observa a Quintà sin la menor pretensión de comprenderle, no hay un gramo de piedad en su mirada, incluso los logros profesionales del periodista quedan empapados de un penetrante aroma a menosprecio. El lector sospecha enseguida que se trata de decisiones meditadas y programáticas. 

¿Donde queda la ecuanimidad del biógrafo profesional? Amat no tiene tiempo de cortesías, el ángulo del desprecio impide que Quintà ocupe todo el escenario, y facilita la proyección (aunque dada la viscosidad de la materia quizás sería más apropiado hablar de derrame) del desorden moral del periodista sobre el fondo de la época: la corrupción estructural del pujolismo y sus tentáculos clientelares, abrazados desde su primer aliento a la cultura y a la comunicación de país. Se trata de una biografía a trasluz donde se confunden y se iluminan mutuamente (a la manera de los cuadros ambivalentes de Dalí) la avidez desordenada y pulsional de Quintà, y la bulimia racional y articulada de Pujol y sus muchachos. 

Jordi Amat durante la entrevista en 'Crónica Global' / LENA PRIETO

Jordi Amat durante la entrevista en 'Crónica Global' / LENA PRIETO

El filólogo Jordi Amat durante una entrevista en Crónica Global / LENA PRIETO

A Jordi Amat le han acusado de mostrarse inocente en la denuncia del poder, ¿no funciona siempre así la corrupción de Estado, a qué viene convocarnos para anunciar la sopa de ajo? Pero precisamente porque el mecanismo de la corrupción de Estado funciona siempre igual y su reloj da siempre la misma hora se necesita valentía para no dejarse amodorrar ante la falta de novedades en un silencioso disgusto, que termina operando como una forma de aquiescencia, cuando no de sumisión, a un poder encantado de disfrutar de un elenco de críticos tan amables y exquisitos que no se molestan en alzar la voz por no repetirse. Un mecanismo reiterativo que le exige también al escritor encontrar un ángulo donde convertir lo de siempre en un texto novedoso y atractivo para el lector, instancia donde el clamoroso éxito de Amat no admite la discusión ni de sus más excéntricos críticos.

La biografía de Rafael Gumucio sobre Nicanor Parra, Rey y mendigo, también está condicionada de manera decisiva por el ángulo, que adopta aquí la inclinación de un lector admirado que ha evitado congelarse en la casilla del discípulo; una posición excelente para combinar el escrutinio crítico (mayoritariamente elogioso) al tiempo que se administra la energía disidente. En las primeras páginas Gumucio parece que coquetea con una biografía con biógrafo, ya saben, una de esas donde se nos obliga a informarnos de los padecimientos, ambiciones, logros y frustraciones del escritor. Pero no, Gumucio enseguida se retira detrás de su inteligencia, y su presencia solo asoma en episodios (celebraciones, conspiraciones, funerales) donde su ausencia equivaldría a un falseamiento.

Rafael Gumucio Rodrigo Fernández

Rafael Gumucio Rodrigo Fernández

El escritor Rafael Gumucio / RODRIGO FERNÁNDEZ

Estructurada en una serie de capítulos breves (que recuerdan por extensión, y por la manera libre como se organizan en torno a una idea, a las columnas, lo que constituye una novedad formal de propio derecho) Rey y mendigo respeta hasta cierto punto el avance cronológico y se nutre de la experiencia viva, tanto la de Gumucio como la de terceros, pero lo que privilegia la inclinación elegida es el escrutinio de las posiciones que Parra va ocupando en esa literatura chilena a la que tanto contribuye a configurar, presionando (para influirles, beneficiarles o desestimarles) sobre predecesores, contemporáneos y promesas; le debemos también a esta inclinación que la ambición creativa de Parra sirva de criterio para comprender otras decisiones biográficas (políticas y afectivas); una jugada con la que Gumucio invierte la habitual ingenuidad de tantos biógrafos que tratan de explicar meditadas propuestas artísticas basándose en los azares de la experiencia

Minuciosa en el examen de las alianzas, rivalidades, confianzas y recelos que traman un sistema cultural, Rey y Mendigo se lee por momentos como un libro de corte,  donde un Parra que supera todas las expectativas de longevidad va recibiendo visitas y propuestas de las que extrae la energía para seguir adelante: proyectando su obra y su influencia. Tratándose de los Parra es también una saga familiar donde Gumucio (según me informan testimonios de primera mano) borda las expresiones y los modismos del antipoeta. 

Parra, Rey y Mendigo, Gumucio

Aunque quizás lo más relevante sean los comentarios críticos (dosificados y mezclados con el resto de materiales, como para pasar desapercibidos) de Gumucio sobre la obra de Parra, no solo de camino a la antipoesía, sino también sus desvíos por la canción popular y sus derivaciones en chistes, alta tontería visionaria, objetos artísticos, preocupaciones ecologistas, transformismos shakesperianos... que merecen ser recortados, pegados y guardados en los volúmenes de Obras completas & algo + como una fuente perdurable de estímulo. Rafael Gumucio ha escrito uno de los libros de año, demasiado importante para acotarlo a una fecha, que vamos a querer seguir leyendo durante años.