El periodista Jean François Fogel en Sevilla / @JAIMEFOTO

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Letras

Jean François Fogel: “Nada es para siempre; los periódicos, tampoco”

El ensayista, cuya muerte deja a la cultura francesa sin uno de sus referentes, reflexionaba hace un año en una entrevista con 'Letra Global' sobre el periodismo y la transformación de los medios

20 diciembre, 2021 00:10

Periodista y ensayista, Jean François Fogel ha trabajado para la Agencia FrancePresse, el periódico Libération y el semanario Le Point. Fue un hombre clave en el proceso de renovación integral del diario Le Monde, que ha resistido –y resiste– los retos de la era digital, las redes sociales y la crisis del mundo editorial en papel gracias a su sistema de suscripciones digitales. Su libro La prensa sin Gutenberg (DeBolsillo), escrito junto a Bruno Patiño, es tanto un manual de supervivencia como un aviso: las rotativas están a  punto de parar –muchas ya lo han hecho– y la información se traslada a otros formatos. Nada es para siempre. Todo cambia. Ignorarlo –advierte– nos aboca a una muerte dolorosa sin posibilidad de resurrección. Asesor cultural y profesor de comunicación, es un veterano conocedor de las letras españolas y miembro de la Fundación Gabo. 

Ha escrito recientemente sobre “Lo verdadero, lo falso y lo ficticio en la comunicación”. Casi la piedra angular del tiempo que vivimos.

–El problema de la realidad es que está perturbada por los fakes. La verdad vive una crisis profunda. Había tres tipos de verdad: la verdad de la religión, indubitable; la verdad filosófica, basada en el pensamiento lógico y, al fin, la verdad científica, lo que se afirma y se confirma por experiencias repetidas. Todas han sido puestas en cuestión. Hoy, en plena lucha contra las noticias falsas, ciertos sectores, los periodistas, los legisladores dicen: “vamos a garantizar la verdad”. (Habla despacio, en un español limpio, exacto, con cierto deje galo mitigado por su contagio con los acentos colombianos y ultramarinos): Es un espejismo porque vivimos en un mundo donde hay una terrible competencia entre las narraciones. Putin tiene su verdad. Y Biden. Y Xi Jinping. También los medios de comunicación. La sociedad habla de la verdad definitiva como una especie de solución y eso es un inmenso error. Porque es imposible.

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Antes de lo que llama usted la crisis de la verdad ya había pronosticado la crisis de unos medios sin Gutenberg.

–Lo que parecía claro es una prensa sin rotativas. Esas viejas y queridas máquinas dejarán pronto de funcionar. Eso es un hecho. El libro, que escribí con otro colega de Le Monde, se basaba en algo fácil de ver: la migración de los lectores de Le Monde a su web (sitio, lo llama) en detrimento del papel. No hacía falta ser adivino. Es el fin de una manera de producción industrial: a las empresas les sale muy caro imprimir un libro y solamente consiguen beneficios a medida que van aumentado el número de ejemplares. No salen las cuentas. Resistirse es inútil, estamos en el ocaso de una época.

En las redes los medios no están solos: hay miles de opciones. La comunicación está más fragmentada que nunca.

–La fragmentación puede ser un problema, pero no es el problema. El problema de verdad es la pérdida de confianza. Y eso no afecta solamente a los medios,que  ni mucho menos. Vivimos en estado de sospecha. Se sospecha del deportista que creemos se dopa, del político porque estamos seguros de que roba, de las empresas porque nos estafan… No se salva nadie. Y ni la religión, la política, alguna creencia compartida o social nos libra de esa desconfianza que sí nos fragmenta de verdad. Todo se ha roto en mil pedazos. Aunque no le discuto la pregunta: hay fragmentación en la comunicación. Más que medios de masas hoy hay una masa de medios. Y lecciones que aprender. 

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–Hoy se decide la importancia de una información por el número de likes. 

–El motor de internet como medio es la emoción. Hace medio siglo lo que empezamos a ver por la televisión ya nos anticipaba esa primacía de las emociones. Cuando llegó Internet creímos que era sólo un canal para los mismos contenidos, un soporte distinto y ya está, pero después de 2007, con la proliferación de las redes sociales, se ha descubierto que se trata de una fuerza emotiva como no la habíamos conocido nunca. Cada like es una autoafirmación, un calambre de emoción. Y la ilusión de participar activamente. Se lo explico con un ejemplo de ayer, cuando viajaba en avión: a mi lado había un pasajero que tenía abierto su muro de Facebook y paseaba por los de otros. Cada vez que aparecía la cara o el nombre de Messi le daba al corazón de Me gusta sin parase ni a leer enterarse de qué trataba la noticia. ¡Qué podía ser mala para el jugador! Daba igual. El nombre de Messi le bastaba para posicionarse. Se vinculaba emocionalmente sin pensar ni un segundo. Este caso es un comportamiento general. Se trata de autoafirmarse y de afirmarse públicamente ante los demás. 

Permítame la simpleza: ¿eso es bueno o malo? 

–Bueno…yo creo que hemos roto los vínculos que nos unen como sociedad, que estamos fomentado la felicidad individual, las satisfacciones personales. Y eso es muy peligroso. En esta parte del mundo el sistema de referencia es la democracia, que se basa en la delegación, en la confianza de que se gestione de una determinada manera.  Y sin confianza no tenemos idea de cómo manejar esta sociedad. Cuando la religión lo impregnaba todo era fácil: se hace la voluntad de Dios y no se discute. No solo por la fe, sino por el miedo y la certeza de que el mal se castigaba. Pero ya sabe lo que escribió Dostoyevski: “si no hay Dios, todo está permitido”. (Sonríe). Vivimos la última fase de la descomposición de las creencias compartidas. Todo eso que nos unía.

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¿Nos hemos saltado el Siglo de las Luces? ¿Dónde queda la razón, la ciudadanía y los intelectuales?

–La desconfianza afecta directamente a los intelectuales. Ya no son referencia. (Lo piensa y avisa con un gesto de la complejidad del asunto).Tendremos que reconocer, y hablo sobre todo de Francia,mi país, que los intelectuales fueron parte de los combates del siglo XX. Formaron parte, desde sus posiciones, de algunas de las peores catástrofes que nos ha tocado vivir como civilización: dos guerras espantosas. Ya sabemos que las grandes narraciones no nos salvaron ni del comunismo ni del capitalismo. En Francia hubo un movimiento posmoderno que ponía en solfa el poder de las ideas. Y ahora, ya nos ve, los intelectuales han renunciado a ejercer de guías y faros de la sociedad. En este momento nadie espera que le marquen el buen y único camino

¿Cuál es su papel entonces?

–Asumir que se puede actuar de manera equivocada y con graves resultados… Reconocer que no hay una sola idea que merezca una sola gota de sangre (Alude a Sartre y a Gramsci). Deberíamos recuperar el espíritu de Camus, el auténtico ejemplo de hombre comprometido con los seres humanos, con sus compatriotas. Y claro que hay personas que estudian y reflexionan sobre nuestro destino y nuestros conflictos, pero ya no hay vendedores de soluciones mágicas, únicas y definitivas. Ya no hay salvadores.  

Jean François Fogel 2–¿No hay salvación? 

–No hay verdades para la salvación, sino la conciencia del individuo como resistente. Y la memoria de nuestras estrategias de cohesión y de supervivencia. Veamos la URSS, por ejemplo: setenta años de totalitarismo cruel, deshumanizado. Hay víctimas como Solzhenitsin que denuncian y son fundamentales, pero que se anclan intelectualmente  en el pasado. Y casos como el maravilloso poeta  Joseph Brodsky cuyo mensaje nos sigue afectando como denuncia y como ejemplo de vida para superar el terror. Tiene un cuento pequeño sobre la Navidad –él que no era creyente– que la explica como un rito que sirve de consuelo y humanización… Pone al ser humano por encima de todo. Y los ritos, los vínculos, son una muestra de civilización.    

¿Qué es la cultura europea hoy? 

–Es una pregunta que duele. ¿Qué es? ¿Dónde está? Tomemos a hombres europeos de referencia: Stephen Zweig, Sandor Marai… Hablaban cinco o seis lenguas, escribían en varios idiomas, viajaban desde Londres a Estambul sin pasaporte. Se nos olvida que hasta la Gran Guerra no existían en Europa las fronteras. Vino el nacionalismo y vinieron las guerras. Todo eso se ha perdido. Lo hemos perdido.

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Perdone, pero que lo diga un francés, alarma. 

–¿Francia? Hace mucho tiempo que en mi país no hay un gran escritor. En este momento, aparte de otras consideraciones no literarias, tenemos a Houellebecq que técnicamente es impecable pero…le gusta el ruido, saber armar una historia, pero ya está... (Se le pregunta por el Nobel Le Clézio) Bueno, qué duda cabe que es un buen escritor pero siempre hace el mismo libro…Hablando francamente hace mucho que en Francia no existe un fenómeno como el que pudo pasar en la literatura en español con el boom. Eso sí fue un fenómeno, una explosión definitiva. Puso en el mapa mundial a toda una lengua, una manera de crear y de nombrar la realidad. Y eso es muy difícil. Casi un milagro, teniendo en cuenta que confluyen razones económicas y sociales más allá de las estéticas o los gustos.

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Ese enorme talento emergió de manera prodigiosa. Hoy no existen autores con el enorme impacto de García Márquez, Vargas Llosa o Carlos Fuentes. Son inobjetables. Detrás de ellos hubo una enorme cantidad de escritores portentosos que crecieron bajo esa luz. (La entrevistadora habla de Borges, Cortázar o Carpentier). Bueno, los escritores que nombra son grandes, enormes, pero de alguna manera son europeos; Borges, sobre todo. Incluso Carpentier hace caribeña una herencia muy europea. Hablo de esos escritores que nacen en una tierra y una tradición y la ponen en el mundo. Eso no ha vuelto a pasar. 

Para ser el XXI el siglo de las mujeres no me ha nombrado ni una.

(Sonríe y cabecea afirmativamente). Claro, mire hay buenas y grandes mujeres y es cierto que este es su tiempo. Y le voy a decir por qué. Con todo el sistema en crisis, con la confianza rota en las instituciones, vale la pena que probemos cómo lo hacen ellas. Nosotros ya lo hemos hecho bastante mal y toca cambiar radicalmente la sociedad. Pero que no nos imiten, que le echen imaginación. Nosotros fallamos. A ver ellas. Y no hablo de los países occidentales, donde hay brechas insoportables, como en los sueldos, pero una legislación más o menos igualitaria. Hablo de Argelia, África, Latinoamérica…. Ahí hace falta que las mujeres tengan su sitio y cambien todo. Pienso en Cuba y en todos esos mandatarios con las barrigas enormes y las copas en la mano… Les toca a ellas. 

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Volviendo a Francia: son un ejemplo en protección de la cultura.

La cultura…Debo precisar: Francia financia su cultura a través del Estado porque el sector cultural tiene una gran capacidad de presión pública. Son un lobby (lo dice serio y casi contrito). Es muy difícil para un gobierno cualquiera bajar las subvenciones al cine, al teatro, al circo. ¡Tenemos 150 circos subvencionados! Yo tengo enorme respeto por el arte circense, pero ¿de verdad existe necesidad de mantener esto? Es la herencia de Malraux y es intocable. Lo que le digo apenas si se puede decir en mi país, es un tabú, pero yo creo que un artista subvencionado no es más creativo, sólo vive mejor.

Y uno sin recursos no vive

Por supuesto que hay que apoyar el sector e incentivarlo, otra cosa es la subvención sin pedir resultados ni alguna rentabilidad social…Hay medidas y hay que probar y cambiar. ¿Sabe lo que pasado en Francia con ese cheque al consumo cultural de los jóvenes que se quiere aplicar aquí? Que la cultura japonesa de los mangas tuvo un 60% más de ingresos y la francesa quebró. 

Jean François Fogel 1–La cultura nos ha salvado en el confinamiento.

–La cultura salva siempre. Pero en la pandemia, seamos honestos, nos ha salvado la ciencia –que fue capaz de ofrecer vacunas en tiempo record–, el sistema de abastecimiento, que no dejó de servirnos productos de primera necesidad y nos han fallado los políticos, que no han parado de pelearse. (Ante la extrañeza de la entrevistadora, segura de que eso sólo ha ocurrido en España, cuenta escaramuzas de políticos y los acusa de mentir, improvisar y no estar a la altura). Hoy el eslabón más frágil de nuestra sociedad fracturada es la política. Esto es muy peligroso pero es así.

Hablemos de canon: ¿el Premio Nobel lo es?

–El Nobel sigue siendo el gran premio, aunque a veces dé la impresión de comportarse como un cazador de talentos. De todas maneras tenemos una idea muy occidental de considerar la literatura y hoy el mundo global nos permite acércanos a narrativas de todas partes. La idea de que la buena literatura ha de ser visada por el viejo mundo ya pasó hace tiempo. Para la literatura no hay nada mejor que la tensión, los conflictos que, hay que reconocerlo, habitan en otras partes. La vieja idea de que el Nobel lo conceden unos suecos muy rubios y socialdemócratas hace tiempo que no es cierta. Se lo dieron a Naipaul, que tenía fama de conservador. Las narrativas más fértiles nacen de las tensiones. Y los mundos en tensión no los conocemos en Europa, no forman parte del canon del que me habla.

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Aunque debo decirle que las explicaciones que han dado me parecen un poco forzadas. Abdulrazak Gurnak es efectivamente de Zanzíbar y se dice que es un conocedor y víctima del colonialismo, pero no que en esa tierra se ejercía el esclavismo de personas negras por parte de árabes… En fin, son cuestiones extraliterarias. Yo soy de los que espera que se haga justicia y se lo den alguna vez a Murakami, el candidato permanente. Creo que sería de justicia y que le perjudica tener tanto éxito y ser un referente en todo el mundo. Aunque también puede perjudicarle  no ser exactamente un escritor japonés, sino internacional, aunque escriba en Japón. Recuerde que en Kafka en la orilla el personaje se pone triste y ¡se hace unos espaguetis y se pone a escuchar a Dylan! Técnicamente es impecable y, en cuanto a nuestra sensibilidad, forma parte de nuestra vida.

¿Está al tanto de las novedades o prefiere releer? Supongo que por su vinculación con la literatura hispanoamericana también estará al tanto de la española. 

–Pues lo cierto es que leo bastante, pero vuelvo una y otra vez a los clásicos. Es impresionante comprobar a mis más de 70 años que vuelve a emocionarme Stendhal o los poetas rusos de las vanguardias del siglo XX, como Anna Ajmátova. Cuando releo lo hago sobre todo con poesía. Y respecto a España, sigo admirando y amando a Gil de Biedma. Colección particular es uno de mis libros de cabecera. Viví en Barcelona unos años, entiendo y leo el catalán, aunque hablar me cuesta un poco más. Creo que una de las grandes escritoras de España es catalana: Mercé Rodoreda. Grande de verdad. Mi experiencia de esa Barcelona de antes del Titánic (sonríe, esperando que la metáfora se entienda) era la de una ciudad abierta, cosmopolita, maravillosa. La Barcelona que emergió –contra y después de Franco– era una fiesta. Ahora, cuando compite con Madrid, cuando quiere ser Madrid, no me interesa. Es una pena que con una riqueza tan fabulosa, tantas lenguas, tantas narrativas y tanta música no lo consideren una suerte en lugar de una carga. Yo que soy del país más centralista del mundo. Todo gira en torno a París. Imagino que esa diversidad es complicada desde el punto de vista político, pero cultural y socialmente es una fortuna. Adoro cuando voy a Madrid y me encuentro toda esa cantidad de acentos distintos. En Francia o se habla parisino o se calla uno.