Barcos atenienses en el puerto de Siracusa durante la Guerra del Peloponeso

Barcos atenienses en el puerto de Siracusa durante la Guerra del Peloponeso

Filosofía

Plutarco y un eclipse de luna

En las biografías del escritor griego, narradas con la magnanimidad de un dramaturgo, se despliegan todas las posibilidades de lo humano que Shakespeare convirtió en versos

10 agosto, 2021 00:00

“Todos los preparativos para llevar a cabo este plan estaban dispuestos, y ningún enemigo vigilaba a los atenienses, porque, desde luego, nadie sospechaba nada. Pero una noche se produjo un eclipse de luna, y este hecho causó un gran temor a Nicias y a todos cuantos, por ignorancia o superstición, sentían terror ante tales fenómenos”. Así describe Plutarco, en sus Vidas paralelas, el momento en que el general Nicias se rindió ante el miedo por lo desconocido y llevó a su ejército a la derrota durante el sitio de Siracusa. Hasta entonces, Nicias había sido un buen militar, artífice de la paz con Esparta que lleva su nombre, demócrata moderado, rival del radical Cleón, un político, en definitiva, persuasivo y amigo del pueblo, muy piadoso y benefactor de la pólis en aquella época posterior a Pericles, justo antes de la decadencia de la que acabó siendo heraldo. Como estratega, Nicias fue siempre muy cauto y, según Plutarco, evitó embarcarse en empresas difíciles y costosas, una prudencia por la que era admirado y respetado. Si no hubiera sido por aquel eclipse de luna, Nicias hubiera pasado a la historia como uno de los grandes personajes de la Grecia clásica.

Hay pocas obras tan edificantes y luminosas como las Vidas paralelas. Las biografías modernas, saturadas de datos y psicología, terminan siempre por abrumarnos. En Plutarco, en cambio, una vida era aún un ejemplo público de la que bastaba narrar de forma sucinta los detalles esenciales que todo lo contenían. Su magnanimidad es parecida a la de un dramaturgo. En sus páginas, todas las posibilidades de lo humano se despliegan sin límites ni remilgos. Como decía Canetti, a un hombre que, como él, ama con tanta seguridad al ser humano, le está permitido verlo todo y también escribirlo. Nuestro actual odio al hombre constituye, entre otras cosas, una deletérea limitación imaginativa. No es extraño que Shakespeare lo leyera con tanto provecho, en la traducción indirecta de Thomas North, puesto que la imaginación de Plutarco, como la de todos los autores con preocupaciones morales, es de índole dramática. 

vidas paralelas

Leyendo las vidas de César, de Bruto, de Antonio o de Coriolano, uno nota cómo trabaja la cabeza de Shakespeare, transformando episodios y descripciones en verso blanco, insuflando todavía más aliento a aquellos personajes escindidos entre sus obligaciones públicas y sus miserias privadas. No hay ninguna otra lectura tan ilustrativa acerca del proceder del dramaturgo. A diferencia de la imaginación moderna, que ha privilegiado el argumento, a Shakespeare nunca le interesaron tanto las historias como las situaciones, la posibilidad  de coreografiar y armonizar voces, componiendo la mejor poesía para experiencias radicales del alma. A veces añadía tan sólo unas pocas palabras al hilo del moralista, como aquel “Ah soldier!” que tanto emocionaba a T. S. Eliot al final de Antonio y Cleopatra. Con tan sólo una interjección y una palabra, Shakespeare hizo que Charmian, antes de suicidarse frente al cadáver de Cleopatra, reviviera todo el amour fou de su señora con Antonio. “It is well done, and fitting for a princess / Descended of so many royal kings / Ah, soldier!” (“Bien está / Como corresponde a una princesa / descendiente de tantos reyes regios. ¡Ah, soldado!”) Con dos notas nada más, Shakespeare hace que la escena de Plutarco se inflame con el espectro del difunto soldado y amante. Sólo un crítico como Eliot podía fijarse en ese extraordinario detalle. 

Los personajes de Plutarco que eligió Shakespeare para sus obras también nos informan sobre sus preferencias por vidas en realidad muy poco ejemplares. De la misma manera que su genio trabajó al máximo nivel moldeando a un rey cobarde como Ricardo II o a un príncipe pendenciero como Hal, al bucear en la historia clásica se fijó en personajes extraviados por su orgullo o sus bajas pasiones. También Nicias podría haber llamado su atención, pues se trata de un caso muy particular de hombre llamado a la gloria que, en el último momento, decidió temer un mal augurio y condenar con ello a su ejército. Como Hamlet, Nicias vivió el desgarro entre razón y superstición, aunque él, a diferencia del príncipe danés, siguió los dictados de los adivinos, permitiendo que el enemigo avanzara y les cercara, absorto en la práctica del sacrificio. En su época, como cuenta Plutarco, ya se conocían las razones de los eclipses de sol, pero no las del súbito oscurecimiento de la luna. Su temor pudo más que su decisión. ¿Pero fue realmente un acto de cobardía?

Además de en la Historia de la guerra del Peloponeso de Tucídides, Nicias aparece también en Laques, uno de los primeros diálogos de Platón –según algunos estudiosos se trataría incluso del más antiguo–, los que están más cerca de la doctrina socrática, antes de que el maestro se convirtiera en un personaje del discípulo sin relación con el filósofo histórico. El diálogo, en el que participan sobre todo Sócrates, Nicias y Laques, un estratega impetuoso, contrafigura del otro, más sensato y cultivado, tiene lugar en un gimnasio de Atenas en el que acaba de representarse una hiplomachía, un simulacro de combate con todas las armas del hoplita.

Tucídices

Los interlocutores empiezan preguntándose si el ejercicio de las armas debería formar parte de la paideia, de la educación de los jóvenes, para terminar analizando la relación del coraje (andreía) con la virtud (areté). Laques sostiene que el valor es una virtud del temperamento, algo instintivo más que racional, mientras que Nicias defiende que el coraje es una especie de saber, una episteme de lo temible y lo reconfortante. Sócrates utiliza su mayéutica para refutar tanto a Laques como a Nicias, dejando claro tan sólo que no se pueden aceptar ideas recibidas acerca de ningún concepto y que la investigación en torno a la virtud es un camino largo, arduo y sin fin. Laques sería así la primera piedra del edificio platónico.

Al fin y al cabo, Nicias fue víctima de su propia virtud, ya que a lo largo de toda su vida dio muestras de poseer en alto grado lo que los griegos llamaban sofrosine, que es algo así como templanza, prudencia, sensatez, cautela y reverencia a los dioses, es decir, a los límites. Pero al final el estratega se perdió en su propia contemplación. Y por eso su caso interesó tanto a Platón como a Plutarco, como le podría haber interesado a Shakespeare. 

platon laques

Todos ellos consideraban aún al hombre una criatura que tiende a la virtud, precisamente porque lleva en su interior la posibilidad constante de la falta, de la caída y la deshonra. En nuestro tiempo, en cambio, el hombre está empezando a considerarse sólo a la luz de la falta que lleva grabada como señal indeleble de su condición. Y la posibilidad de redención ya no estriba en el camino difícil de la virtud sino tan sólo en el castigo de la corrección absoluta. Shakespeare todavía pudo escribir: “The web of our life is of mingled yarn, good and / ill together: our virtues would be proud, if our / faults whipped them not; / and our crimes would / despair, if they were not cherished by our virtues”. (“La malla de nuestra vida está hecha de mezclada madeja, lo bueno y / lo malo unido: nuestras virtudes serían arrogantes, si nuestras / faltas no las azotaran; / y nuestros delitos / enloquecerían, si no fueran abrigados por nuestras virtudes”.)  Al principio de su Vida de Pericles, Plutarco cuenta una anécdota reveladora al respecto. El César al que se refiere es Augusto:

“Vio el César en Roma a unos extranjeros ricos que llevaban en brazos y acariciaban cachorros de perros y crías de monos y, según parece, les preguntó si es que en su país las mujeres no daban a luz niños. Como corresponde a un gobernante, reprendía así severamente a quienes derrochan en animalitos el natural afecto y cariño presente en nosotros y que se debe a las personas. ¿No es por tanto razonable, ya que nuestra alma está dotada por naturaleza de cierto afán de saber y deseo de contemplación, criticar a quienes aplican este deseo a las enseñanzas y espectáculos que no merecen ninguna atención y se desentienden de las que son decentes y útiles?”

'Discurso fúnebre de Pericles en Atenas' (1877), una obra de Philipp von Foltz. La Grecia de las Pausanias

'Discurso fúnebre de Pericles en Atenas' (1877), una obra de Philipp von Foltz. La Grecia de las Pausanias

En el diálogo platónico, Nicias se había aventurado a definir el coraje como una forma de conocimiento, una episteme, a lo que Sócrates había contestado diciendo que se trataba de una proposición demasiado general y atribuible a la virtud en su conjunto. En cualquier caso, ahí quedó para siempre la vinculación tentativa entre ética y saber. Después de su deshonrosa muerte, el cuerpo de Nicias fue arrojado a las calles, a la vista de quienes quisieran contemplarlo. Plutarco, sin embargo, concluye su relato con un detalle que termina por dignifica al personaje: “He oído decir que hasta ahora mismo se enseña en Siracusa un escudo, engastado con tejidos de oro y de púrpura perfectamente entretejidos, que se halla en un santuario. Según se asegura, es el de Nicias”. Esos oro y púrpura terminan identificándose en la memoria con la mingled yarn de lo bueno y lo malo con la que, según Shakespeare, está urdida la malla de nuestra vida moral. Los antiguos aún sabían que, a pesar de su fracaso, la búsqueda de Nicias era sagrada. Por eso custodiaron su escudo en un santuario.