Detalle de 'Lucha entre el Carnaval y la Cuaresma' (1559), de Pieter Bruegel, donde se refleja la la contradictoria condición del ser humano

Detalle de 'Lucha entre el Carnaval y la Cuaresma' (1559), de Pieter Bruegel, donde se refleja la la contradictoria condición del ser humano

Filosofía

De Fukuyama a Harari, divergencias sobre el porvenir

En el panorama político de Europa, la calidad democrática se ha convertido en un concepto turbador, pero la única salvación ante esta pandemia son las instituciones

5 abril, 2020 00:30

Por ahora preferimos, a pesar de todo, eludir aquel pensamiento político que parte del sentido trágico de la Historia. Nos reconfortan mucho más los historiadores que prescinden de tener en cuenta la existencia perenne del bien y el mal. Es la segunda ola relativista, hasta el punto que en un nuevo malabarismo dialéctico el psicoanalista Slavoj Zizek ha llegado a la conclusión de que después del coronavirus hay que acabar con la vieja pandemia demoliberal y reinventar el comunismo. Zizek resuelve el dilema de la humanidad proponiendo imitar alguna finta de artes marciales. En fin, la catástrofe es saludable. El comunismo global es la menos mala de las salidas, si no la mejor. 

Es habitual preguntarse si la tesis de Francis Fukuyama sobre el fin de la Historia ha quedado enfangada entre los cascotes del Muro de Berlín, Lehman Brothers, Trump, el Brexit y el coronavirus. Fukuyama ha matizado con insistencia la interpretación que adujo al terminar la Guerra Fría pero sin desdecirse de una tendencia asimétrica a preferir sistemas liberales, a pesar de los nuevos populismos.

Por el contrario, el historiador israelí Yuval Noah Harari se ha despedido del sueño decrépito del libre albedrío, advierte sobre los riesgos del big data –por ejemplo, al hablar del coronavirus-, y prescinde de los valores de comunidad, como flujo energético del relativismo. Fukuyama ve como una amenaza las derivaciones del futuro post-humano mientras que Harari apuesta por la teoría transhumanista, la inteligencia artificial como bóveda celeste y un siglo XXI refundado en 21 lecciones.

La discrepancia es insalvable porque Fukuyama no reniega de la existencia de una naturaleza del hombre a la vez que Harari da por hecho que experimentar con la condición humana es una forma de progreso. Dice Fukuyama: “¿Qué será de los derechos políticos cuando de verdad seamos capaces de producir unos individuos con sillas de montar en las espaldas y otros con botas y espuelas?”. Sería la posibilidad de un mundo con clases sociales predeterminadas genéticamente y quién sabe si estúpidamente felices por un destino que se les daría definido por manipulación genética. Lo que inquieta a Fukuyama parece ser un incentivo para Harari. Digamos que de una parte Harari delega en la atomización el porvenir y Fukuyama confía aún en la cohesión, las virtudes públicas y en una continuidad orgánica.

Frente a las sombras de la globalización hay quien lanza al aire los tres hurras por el globalismo. Del ejercicio de la libertad depende que los algoritmos no se conviertan en la formalización virtual de un nuevo destino. Harari se decanta expresivamente por la fusión de biotecnología e infotecnología.  En sus dos sustanciosos volúmenes sobre los orígenes del orden político, Fukuyama ya presiente que a partir de ahora para calificar el futuro no tendrá más peso el tipo de régimen sino las capacidades del Estado y la confianza de la sociedad.

Ilustración de Emil Flohri donde se critica la opresión del Estado ruso contra los judíos

Ilustración de Emil Flohri donde se critica la opresión del Estado ruso contra los judíos

Fukuyama ha escrito en The Atlantic que lo que distingue un régimen autocrático de uno liberal es que equilibra el poder del Estado con las instituciones que lo limitan: es decir, el imperio de la ley. Ahora, como se ve en el borroso panorama político de Europa, los matices imprescindibles sobre la calidad democrática se están adentrando en una nueva complejidad, muy turbadora. Fukuyama confía menos que Harari en la bendición robótica. El declive se da cuando –dice Fukuyama– los sistemas políticos no se ajustan a las circunstancias cambiantes. Ahí debiera prevalecer la ley de conservación de las instituciones. Esa es la fortaleza frente a la pandemia de 2020.