Hans Magnus Enzensberger, en la portada de 'Un puñado de anécdotas' / ANAGRAMA

Hans Magnus Enzensberger, en la portada de 'Un puñado de anécdotas' / ANAGRAMA

Filosofía

La Barcelona de Hans Magnus Enzensberger

De la amistad entre el autor alemán y el editor Jorge Herralde emerge la Barcelona de Hans Magnus, un ceñudo de ojos transparentes, conversador y amante de Latinoamérica

26 noviembre, 2022 20:11

Ante el Grupo 47, el movimiento literario alemán de posguerra, de Heinrich Böll, Günter Grass o Ingeborg Bachmann, el crítico de origen polaco más denso del país teutón, Marcel Reich-Ranicki, editor del Frankfurter Allgemeine y autor de Mi Vida (Galaxia Gutenberg), visionó una nueva Europa hecha de progreso, capaz de adelantarse al repudio mundial del III Reich, sin olvido ni dolor. Allí se mecía entre maestros el joven Hans Magnus Enzensberger, fallecido el pasado jueves en Munich a los 93 años, baldón insobornable de la cultura europea; una década después de aquel conjuro de las letras, Enzensberger se estrenaba con el poemario En defensa de los lobos -el celebrado Verteidigung der Wölfe gegen die LämmerDefensa de los lobos contra los corderos-, un libro desencajado, pero encajable en los mejor de su producción poética posterior, reunida en El hundimiento del Titanic, 33 cantos inspirados en la Comedia de Dante.

Aquel Titanic representa una soberbia recreación de la catástrofe que se anunciaba sobre la humanidad mucho antes del fin de fiesta actual, marcado por el populismo autoritario de los nacionalismos tan presentes en la guerra de Ucrania como en el Brasil de Bolsonaro y la América blanca de Trump. Las hecatombes son para los alemanes tan abordables como los desayunos a base de brócoli y mantequilla salada. Más allá de su habilidad para narrar el desastre, podríamos decir que el autor fallecido dejó lo más jugoso de su lírica casi para el final: en 2018 publicó su correspondencia poética con Ingeborg Bachmann, donde aparecen los años de aprendizaje y la educación sentimental como solo puede hacerlo un hijo de Goethe y de Brentano, sin ninguna paridad con el romanticismo francés de Zola o Stendhal.

El libro de Hans Magnus Enzensberger

El libro de Hans Magnus Enzensberger

Para abarcar la parte política de Hans Magnus es recomendable ahora regresar a 1916, a la entrevista por ejemplo que la corresponsal de La Vanguardia, Mari Paz López, le hizo al intelectual alemán, donde este rechazó etiquetas y defendió su inagotable integridad frente a quienes le han acusado de “criptocomunista renegado”. Enzensberger recorre un trayecto vital e intelectual que va desde la izquierda al desencanto encantado, con una sabiduría soberbia, moteada por un extraño humor cervantino, para ser oriundo de Baviera, el lánder emulsionado.

El catálogo de Jorge Herralde

Su mayor malentendido recorre casi un siglo y merece ser aclarado: él fue profesor en la Universidad de Wesleyan y en 1968, abandonó EEUU para instalarse en Cuba y demostrar su disconformidad con Washington. Lo demás son habladurías, porque de la Cuba del comandante salió escaldado. Y a la hora del recuento, conviene recordar que, en los primeros años de este siglo, publicó Tumulto, un altar de la ironía sin consuelo, dedicado a la década levantisca de los sesenta. A este apartado le cabe además un apéndice inclasificable, quizá su mejor reflexión, El laberinto de la inteligencia, en contra de los test para listos y una crítica rabiosa frente a los apóstoles de la inteligencia artificial, expresada con un lírico final, titulado Himno a la estupidez. Ya inmerso en el ensayo de urgencia lanzó su El perdedor radical, una reflexión sobre el terrorismo islámico a partir de acontecimientos dramáticos, como el atentado de Atocha, en el que explica la significación de nuestra vida frente a su muerte (el “vosotros amáis la vida y nosotros amamos la muerte, por eso venceremos”), que remite el viva la muerte de Salamanca en 1936 y a la respuesta impotente y trágica de Unamuno: “Venceréis, pero no convenceréis”.

Se ha hablado del triste desencanto del gran autor, literato sin freno, conocedor de las matemáticas y experto en astrofísica. Pues no hubo tal desencanto, sino más bien frialdad de cabeza y de un corazón caliente. Las utopías criminales del siglo pasado están enterradas; Enzensberger tampoco hizo un viaje al centro, a pesar de Mausoleo, las 37 baladas de la historia del progreso, publicado en 1994.

No es necesario en esta crónica citar el fondo editorial de Ezensberger en castellano que, como es bien sabido por los lectores, pertenece intelectualmente a Jorge Herralde, el editor imprescindible, fundador de Anagrama, marcado por el “el valor intangible aportado a los autores y a los títulos incorporados a su catálogo, aura que su sello logra trasmitir”, en palabras de Javier Pradera publicadas hace dos décadas en la reseña de Opiniones mohicanas, obra del mismo editor del sello barcelonés.

De la amistad entre el autor alemán y el editor español emerge la Barcelona de Hans Magnus, un ceñudo de ojos transparentes, pero asequible, conversador y amante de Latinoamérica, su segunda patria, vista a orillas del Mediterráneo, el mar interior. Enzensberger entendió la entraña de la ciudad llena de vetas germánicas casi invisibles, de “almas acorazadas”, siguiendo el aserto nietzschiano.

Portada de la edición alemana de un libro de Hans Magnus Enzensberger

Portada de la edición alemana de un libro de Hans Magnus Enzensberger

En los setenta y ochenta, los jóvenes spontis de Berlín y Frankfurt, preguntaban insistentemente, a su paso por Barcelona, por el caso Durruti. Pronto aquel caso ocupó un sitio en los anaqueles de las librerías de la ciudad, con ejemplares de El corto verano de la anarquía: vida y muerte de Durruti, una ficción-colectiva de Hans Magnus, una novela de aventuras elaborada en la calle y los bares, vinculada a las incertidumbres de la tradición oral. Es la biografía de un salteador y atracador de bancos, cuya trayectoria se vuelve indefinida, pero manteniendo siempre el pulso mismo de la lucha anarquista.

Un documento de la novela-relato incipiente de Hans Magnus, con gran predicamento en los bajos del Frankfurt, último combate, o entre los hijos de la república Federal que estudiaban en la Universidad Libre de Berlín y vivían en la Friedrich Strasse, todavía en ruinas, frente al vergonzante Muro. Puro espíritu Enzensberger. Sí, a él le encantaba aquel Berlín occidental-isla, tanto como tropezar junto a nosotros, en la Barcelona del Raval o Sarrià, con los vestigios de la Rosa de Foc. Hacía mucho que había dejado de ser el joven obediente del Grupo 47, atento a la orden de Hans Werner Richter, el fundador; en los principios, le ató la timidez ante los grandes, pero nunca fue un adocenado junto a compañeros colegiales en el combate de la letras, altamente galardonados, como Alexander Klugue, Jürgen Becker, Martin Walser o Erich Fried.

La interpretación de Diderot

Hans Magnus esclareció el camino de la novela-collage, para buscar en el alma de la gente las verdades que la historia nunca nos da. Esto es Josefine y yo, un diario de 1990, poco antes del primer aniversario de la caída del Muro, a partir de un encuentro entre Joachim, un joven economista, y Josefine, una cantante de 75 años. Sus reuniones de té y pastas de cada martes, en la casa destartalada de la mujer --a la que algunos han visto un guiño a la Josefine de Kafka--, vieja dama indigna que se venga de la modernidad a base de imprecaciones, bajo las que esconde un pasado turbio en los años del Reich. Pura Alemania.  

Y por esta vía de la introspección del alma, Enzensberger se da un día  de bruces con el teatro: El misántropo, no una reposición de Moliere, sino una comedie sobre la invención de la figura del intelectual, datada en la segunda mitad del XVIII, entre las brumas de la Ilustración. Una ficción-real concentrada en la figura de Denis Diderot, el ciudadano sin aparente mácula de la Rue Taranne de Paris. La vida del sabio empobrecido que le vendió su fenomenal biblioteca a Catalina la Grande, la zarina afrancesada de Rusia modernizadora de la industria, el comercio y el gobierno, conocida entre los enciclopedistas, como la Semiramis del Norte. Enzensberger salva el genio de Diderot, pero destroza al ciudadano de moralidad implacable que quiso ser y nunca fue. Su Misántropo es una metáfora de la voracidad del poder de la intelligentsia que protege hoy a tantos sabios bajo los escombros de la ambigüedad. Y no olvidó contar que esta misma ambigüedad es inmortal; a lo largo de la historia, de ella han sobrevivido chamanes, falsos profetas y criminales genetistas.

'Política y delito', Hans Magnus Enzensberger

'Política y delito', Hans Magnus Enzensberger

Durante más de 60 años, Enzensberger ha proporcionado ensayos, poéticas y muy sofisticadas obras de pensamiento difíciles de clasificar. Junto con Günter Grass y Martin Walser --¿Quién no recuerda Cabeza de turco, el primer aldabonazo centro-europeo contra la segregación del inmigrante?--  Enzensberger conforma trío más poderoso de la literatura alemana de posguerra, casi todo un siglo. Nacido en Kaufbeuren, Allgäu, el 11 de noviembre de 1929, como el mayor de cuatro hijos, era hijo técnico de telecomunicaciones y su madre trabajaba como maestra de jardín de infancia. Comenzó a escribir de niño, cuando disfrutaba más de sus ejercicios literarios que de los militares de las Juventudes Hitlerianas, de las que fue expulsado por su postura desangelada ante la mitología del héroe, que ya contenía un futuro lúgubre.

Enzensberger fue galardonado con el Premio Georg Büchner en 1963, y le siguieron más de diez reconocimientos en su país y otros tantos en medio mundo. Ha publicado casi un centenar de obras y miles de artículos. Junto al chileno Gaston Salvatore se embarcó en la prestigiosa revista literaria TransAtlantik, de cortísima duración. Su lanzamiento de la colección Die Andere Bibliothek ha resultado algo más longeva, gracias a los bibliófilos y coleccionistas. Una de sus mejores aportaciones es la reflexión sobre el género del reportaje literario, que ha acabado dando vida a grandes escritores.

Hans Magnus Enzensberger lo ha hecho todo desde la naturalidad menestral de un ordenador y unas cuantas notas tomadas a mano, rodeado, eso sí, de miles de libros ¿Amagó o mostró su verdadero rostro? Ya nuca lo sabremos, aunque nos consta que las confesiones no eran su punto fuerte: “No tiendo a mostrar el paisaje de mi alma ante el público”, declaró tajante un día al prestigioso semanario Spiegel.